BARRACA Y TANGANA

El camino

Algo se marchita por dentro, jugando a fútbol, cada vez que tu cerebro dicta una orden que tu cuerpo es incapaz de cumplir

Unas botas Copa Mundial.

Unas botas Copa Mundial. / periodico

Enrique Ballester

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Son fechas sin fútbol y se nota que la gente no sabe muy bien qué hacer. La otra noche, en una cena, Adrián y el Vikies se pusieron a hablar de empresas y del trabajo, un hecho insólito entre nosotros, y lo hacían como si supieran realmente que esos datos, esos números y esos nombres que decían eran reales, lo hacían como si supieran de qué estaban hablando, que para mí que se inventaban casi todo, que en realidad a saber. Entendí en ese momento cómo se deben sentir los no futboleros en una cena cualquiera y habitual, que igual piensan siempre que nos inventamos casi todo, que en realidad a saber.

Necesito que vuelva la Liga porque con ella vuelve la rutina más gris. Sin Liga tenemos demasiado tiempo libre y nos venimos arriba. La otra tarde me convocaron para una pachanga y dije que sí, que por supuesto que sí. Hubo momentos durísimos allí, en la práctica, algo se marchita por dentro cada vez que tu cerebro dicta una orden que tu cuerpo es incapaz de cumplir. Es una sensación de pura vejez: cada vez que sabes qué deberías hacer y a la vez también sabes que no lo vas a poder hacer, que el cuerpo no te da para hacer lo que antes sabías y podías hacer.

Quizá el fútbol sea la única actividad en la que era mejor a los 12 que a los 36 años. Me lanzaron un pase irreprochable al espacio, pero enseguida supe que no iba a llegar. Intenté forzar un sprint ridículo y descorazonador que no fue a ninguna parte, un sueño mutando en pesadilla, cuando sueñas que te persigue alguien e intentas escapar pero tropiezas, caes, te levantas y corres muy lento. Esa angustia. Me rendí a mitad carrera. Calculo que perdí unos cinco años de vida en ese simulacro de carrera.

Comprarse unas botas

Al menos la pachanga fue la excusa para comprarme unas botas, las clásicas Copa Mundial. Llevaba más de un año sin jugar a fútbol y quizá tarde otro año en volver a jugar, pero y qué. Si uno no puede comprarse las Copa Mundial cuando le apetezca, para qué aceptamos las normas del sistema de trabajo occidental. Es algo que se ve claro en Navidad. No hay Liga y algo tenemos que hacer: comprar. Estoy ahora mismo en el sofá. Desde aquí puedo ver montones de discos que jamás volveré a escuchar. Desde aquí puedo ver pilas absurdas de libros que nunca terminaré de leer. Si no hubiese gastado tanto dinero en libros que no llegué a terminar y en discos que no he vuelto a escuchar, ahora tendría todo ese dinero y lo podría gastar en libros que no llegaría a terminar y en discos que pronto dejaría de escuchar. Y en otras Copa Mundial.

Se puede saber cómo somos viendo una sola película: El desencanto. Nada más, una escena, donde cuentan que Felicidad Blanc metió a unos cachorros en una caja, los llevó al río para tirarlos y que murieran ahogados, pero agujereó antes la caja para que respiraran por el camino. Eso es todo, eso es lo nuestro, una caja y un camino: tenemos nuestros agujeros –las cenas, las pachangas, los libros, los discos, la Liga y las Copa Mundial, cosas así- pero tarde o temprano nos espera el río. No te vayas a olvidar, aunque te guste la caja y aunque te guste el camino.