Saric y Sterbik

Del búnker al Palau

Daniel Saric y Arpad Sterbik, en las afueras de la ciudad deportiva del Barça.

Daniel Saric y Arpad Sterbik, en las afueras de la ciudad deportiva del Barça.

ROGER PASCUAL
BARCELONA

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daniel Saric y Arpad Sterbik han vivido vidas paralelas. Crecieron a apenas cuatro horas de distancia en una Yugoslavia azotada por la guerra, fueron rivales en la pista mientras la OTAN bombardeaba Belgrado y defendieron la portería de la selección Serbia de balonmano hasta que, en el 2006, decidieron abandonar la selección al negarse a dejarse ganar por Croacia en el Europeo de Suiza. Desde este verano son los guardianes del marco del Palau Blaugrana, desde donde relatan su experiencia como niños de la guerra.

Saric aún recuerda los seis meses que pasó en un búnker de Doboj, su ciudad natal, durante la guerra de Bosnia. «Mi edificio, como muchos, estaba medio derruido por las bombas. En Doboj nadie trabajaba, ni iba al colegio. Nos pasábamos la mayoría del tiempo en el búnker, en el que no había agua corriente, ni calefacción, solo teníamos una estufa de leña para calentarnos. Cuando pasa eso intentas hacer la vida normal, pero después miras atrás y piensas que nadie debería pasar por algo así siendo tan joven. Te hace madurar». El Borac de Banja Luka le dio la oportunidad, no solo de empezar su carrera en el balonmano, sino también de escapar de la cara más dura de la guerra. «En Banja Luka no se notaba la guerra como en Doboj y eso que estaba a tan solo una hora y media». Con solo 13 años, en una ciudad nueva, el joven Daniel tuvo que aprender a valerse por sí solo. «Cuando estaba en la escuela tenía que pensar en qué prepararía para comer, en que tenía que poner una lavadora… De repente te ves solo en una nueva vida».

En aquella época aún no se había generalizado el uso de los móviles ni de internet y, además, en muchas zonas se habían cortado las líneas de telefonía terrestre, por lo que era difícil estar informado de lo que ocurría en el frente. Las únicas noticias de las que disponía de sus familiares y conocidos le llegaban a través de las visitas de su padre. «Yo tenía la suerte de que mi padre era policía y cada poco venía a Banja Luka y me informaba. Pero para mucha gente esa incertidumbre era lo peor».

Llamadas al frente

A esa edad, Sterbik casi no hablaba serbio. «En mi colegio solo hacíamos una hora de serbio a la semana, dos veces», recuerda. En Ada, un pequeño pueblo muy cercano a la frontera con Hungría, el 85% de los habitantes son de habla húngara. Desde allí Arpad y su familia seguían con preocupación las informaciones que llegaban del frente. «Vivíamos con miedo por todo lo que iba a pasar; Vukovar [asediada durante 87 días y que fue la primera ciudad importante europea totalmente destruida desde la segunda guerra mundial] estaba a solo 100 kilómetros. Venían del ejército serbio con listas a por la gente para llevársela al frente. Muchos aprovechaban la proximidad de la frontera con Hungría para escapar. Y cuando llegaba la noticia de algún muerto, nos afectaba a todos porque todo el mundo lo conocía, al ser un pueblo tan pequeño».

La alianza bosniocroata ocupó el 51% del territorio de Bosnia-Herzegovina y llegó en 1995 hasta las puertas de Banja Luka, el nuevo hogar de Saric, momento en el que Serbia propuso un armisticio que ponía fin a la guerra de Bosnia.

Como el resto de balcánicos, los dos jóvenes porteros intentaron mirar hacia adelante y trataron de olvidar los horrores de la guerra. Su vida empezaba a girar solo en torno al balonmano y, siguiendo el rastro de la resina, el destino les acercó un poco más: Saric se fue a jugar al Estrella Roja de Belgrado y Sterbik, al Jugovic de Novi Sad. Estaban a apenas una hora de distancia y empezaban a ser rivales en la pista. Sus preocupaciones pasaban a ser las propias de adolescentes normales cuando, en la primavera de 1999, de repente volvieron a rugir las bombas. La OTAN había decidido bombardear Belgrado.

«Yo casi me reía. Otra vez no. ¡No puede ser!», exclama Saric. «La Liga se paró dos meses y, aunque los americanos bombardeaban solo sitios estratégicos, la gente estaba muy asustada». «Nosotros veíamos desde los tejados como los tomahawks pasaban por encima de nuestras cabezas con el objetivo de alcanzar una refinería de gasolina de Belgrado. Parecía como un videojuego, pero por desgracia era real», relata Sterbik. Las restricciones hacían que muchas veces tuviera que entrenar a horas intempestivas. «Por la tarde igual había dos horas de luz y luego siete de oscuridad. Teníamos que entrenar a las 12 de la noche porque hasta entonces no volvía la luz; y luego, a primera hora de la mañana, levantarnos para ir al instituto», rememora Arpad Sterbik.

Ese mismo verano, cuando los proyectiles dejaron de caer, Saric fichó por el Sintelon de Backa Palanka, apenas a media hora de Novi Sad. Estuvieron dos temporadas compitiendo frente a frente hasta que Sterbik se fue al Veszprem de Hungría. Pese a ello, seguían coincidiendo en la selección serbia. «Empezamos una relación primero como porteros, luego como conocidos y finalmente como amigos -desmenuza Saric-. Defendíamos a Yugoslavia, que para nosotros era lo más grande, veíamos vídeos juntos, tomábamos un café y hablábamos de todo». Compartieron portería y habitación hasta el 2006, cuando en un hotel de Suiza decidieron plantarse ante un intento de amaño. Los directivos serbios les habían propuesto que se dejaran ganar por Croacia en el Europeo. «Vimos cosas que no son deportivas. En la habitación nos dijimos: 'esto no va con nosotros, mejor no ir engañando'», revela Saric. «Hicimos lo que teníamos que hacer», coincide Sterbik. Nacionalizado español en el 2008, Sterbik fue clave en la conquista del Mundial hace dos meses, mientras que los problemas legales impidieron que Saric pudiera cumplir su sueño de jugar el torneo con Bosnia.

Muralla azulgrana

En el momento en que renunciaron a jugar con Serbia, los dos ya estaban viviendo en España: Sterbik en Ciudad Real (equipo que se reencarnó luego en Atlético de Madrid) y Saric, en León. «Estábamos siempre en contacto, hablábamos casi cada semana», cuenta Sterbik. «Pese a estar en clubs distintos y rivales, nunca ha habido mal rollo o conflicto. ¿Para qué tener rivalidad o envidia? Al contrario, intentábamos ayudarnos el uno a otro: 'cuidado con este que tira así, vigila con las roscas de ese'», explica Saric, que fichó por el Barça hace tres temporadas.

Y después de tantos años y peripecias, sus caminos confluyeron definitivamente el pasado verano en Barcelona, donde han convertido la portería azulgrana en una fortaleza casi inexpugnable (han ganado 42 de los 43 partidos oficiales que han disputado esta temporada). El Barça se movió rápido para atar a Sterbik, en un fichaje relámpago. «Daniel me ayudó en todo, en dos semanas me había encontrado piso y guardería para mis dos hijos», cuenta agradecido Arpad, que tiene dos mellizos de tres años, Laura y Noel. «Mi mujer es húngara y hablamos húngaro en casa. Cuando vamos a Ada, en el pueblo la gente solo habla húngaro, o sea que creo que mis niños no aprenderán serbio. Es difícil que viva un día en Serbia».

«Siempre volveré a Doboj, pero creo que mi vida y la de mis hijos está en otra parte», coincide Saric, que también tiene dos niños, Filip y Kristian, de 8 y 5 años, respectivamente. Al verlos crecer piensa en la infancia tan distinta que él tuvo. Arpad y Daniel señalan que las heridas de la guerra están muy lejos de cicatrizar. «Si mataron a tus hijos, a tu mujer y a toda tu familia, seguro que no puedes tener la cabeza bien», dice Sterbik. «Se recuperaron rápido porque la gente estaba harta de la guerra, pero siempre habrá problemas porque la gente nunca olvidará -sentencia Saric-. Todo el mundo intenta tener una vida normal, como debe ser, pero siempre llegará un momento de bajón en el que se iniciará el conflicto. Cada 50 años, allí ha habido una guerra, y eso es por algo».