La final más clásica

El fútbol como himno

Barça y Athletic pelean por la Copa bajo el sello común de un estilo valiente y noble en una fiesta de las aficiones

Guardiola sale de la sala de prensa del Camp Nou, ayer.

Guardiola sale de la sala de prensa del Camp Nou, ayer.

DAVID TORRAS / Madrid

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Si fuera por Pep Guardiola y Marcelo Bielsa esta noche en el Calderón solo se escucharía un sonido. Ni himnos ni historias. Solo el sonido del balón. Toc, toc, toc, toc... El balón rodando de un lado a otro, volando, y los 22 apóstoles del guardiolismo y del bielsismo, las dos religiones que se imponen con una fe ciega en el Camp Nou y en San Mamés, peleando sin tregua, de principio a fin, 90 minutos, 120, o incluso más allá, sin penaltis, jugar, jugar y jugar días, si hiciera falta, hasta que solo uno quedara en pie y entonces, sí, alzar la Copa. Así son Barça y Athletic, dos equipos leales, honestos, nobles, solidarios, valientes, convencidos de que no hay himno más sagrado que el de este juego cuando lo guían batutas como las de Pep y Marcelo.

Pero en la larga espera que ha precedido a la final se han ido colando voces y ruidos ajenos a este mundo que han llevado la final a un terreno desagradable donde, justamente, el único sonido que no se escucha es el del balón. No les interesa. A la agitación de aire político se ha unido también el runrún del entorno tras la renuncia de Guardiola y el nombramiento de Tito Vilanova. Hasta que ayer, el técnico del Barça quiso dar un golpe sobre la mesa y poner las cosas en su sitio antes de zambullirse en la final. Una última demostración de esa capacidad suya para dominar la situación y cerrar debates y habladurías. Ni una duda sobre Tito, ni un signo de que algo se haya rato entre los dos, buenas palabras para Laporta y Rosell, y sobre todo, un mensaje: que nadie le utilice, que le dejen tranquilo cuando se vaya.

CON TODO LOS RESPETOS / Pero por encima del ruido, tanto él como Bielsa han devuelto la Copa al lugar que le corresponde. Al césped. Ellos no necesitan más. La pelota y el campo. Y ahí se han citado esta noche (22.00 h, TVE-1 y TV-3) con el mayor de los respetos, sin lanzarse el guante con gesto desafiante, sin pizca de soberbia sino con una reverencia. La suya es una riña forzosa. Están frente a frente pero no se sienten enemigos porque, en el fondo, están en el mismo bando, en el de los pocos que creen que el fútbol no merece traiciones ni siquiera para ganar.

Otros parecen dispuestos a cualquier cosa con tal de hacer ruido. Esperanza Aguirre, más que nadie, empeñada en agitar los ánimos y la final. Después de lanzar la patada y provocar una tangana de padre y señor mío se ha acabado autoexpulsando de la final, ajena al papel que le corresponde como presidenta de la Comunidad de Madrid. Un gesto más que delata lo mucho que escuece este partido y que se inició con la negativa del Madrid a que el Bernabéu acogiera la final. El Rey tampoco estará en el palco, presidiendo su Copa, y será el Príncipe quien ocupará su asiento. Guardiola aseguró ayer que él nunca pitaría un himno y que le parecía mal la ausencia de Aguirre en la final.

PRINCIPIO Y FIN / Guardiola se sentará donde siempre, pero por última vez antes de dar ese paso atrás y dejar que Tito lo dé adelante. En un guiño muy especial, y que según Cruyff no es casual sino que tiene algo de subliminal, Pep cerrará un círculo de cuatro años con un final que remite al primer éxito, al principio del viaje más inolvidable que ha vivido el Barça. La Copa frente al Athletic en Mestalla abrió un camino que siguió en Roma y ya no paró: Mónaco, Abu Dabi, Londres, Yokohama..., una ruta que ha dejado un rastro de 13 títulos y que hoy puede completarse con un número que tiene mucho de simbólico: 14, el número de Cruyff, el creador de una doctrina que Guardiola ha convertido en una obra de culto.

17.000 CULÉS / Una doctrina que ha cambiado la mentalidad de miles de culés, que creen como nunca en los suyos y que hoy peregrinarán a Madrid con mucha más fe que dudas y, por encima de todo, con la certeza de que, gane o pierda, este Barça no merece reproches. Una marcha de más 17.000 culés dispuestos a repetir la fiesta que vivieron en Valencia con la afición vasca, abrazados antes, durante y después del partido.

Ha llegado la hora de decir adiós a Pep y hoy corresponde a los jugadores hacer realidad las palabras de estos días, concienciados para cerrar el círculo y hacer un último homenaje a quien les ha guiado hasta aquí. En el campo, con el sonido que más le gusta y el único que querría escuchar siempre, el del balón, que ruede, toc, toc, toc...

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