Netflix salva a la Reina

'The crown' cumple con el objetivo del creador de la serie, Peter Morgan, de limpiar la imagen de la monarquía británica humanizándola y lanzando el mensaje de que no es sencillo reinar

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Begoña Arce

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¿De qué tiene cara Isabel II? La pregunta se ha planteado con la llegada, este domingo 17 de noviembre, de la tercera temporada de <strong>'The crown', </strong>la serie de <strong>Netflix,</strong> que la estrena hoy. Estamos en 1964 y la reina ha cumplido 38 años. Madre de cuatro hijos, es una mujer en la que se adivina la llegada de la madurez. Una docena de años en el trono le han hecho ganar confianza en el cargo. Su perfil en las monedas recién emitidas deja entrever el paso del tiempo y la soberana debe resignarse a ello, como cualquier mortal.

Rostro de izquierdas

En la nueva entrega, el papel que encarnaba Claire Foy, la joven reina que accedió al trono con 25 años, está ahora en manos de Olivia Colman. La actriz obtuvo el pasado año el Oscar por su interpretación de otra reina muy diferente, Ana de Inglaterra, en el filme 'La Favorita'. Adorada por el público, su tono, más severo, más firme, es diferente al de su antecesora. Los elogios a su trabajo han sido casi unánimes, si exceptuamos el de quien fuera director del 'Daily Telegraph' y biógrafo de Margaret Thatcher. Charles Moore ha reprochado a la actriz el tener «un rosto indiscutiblemente de izquierdas», inapropiado por tanto para encarnar a Su Majestad.  «Pero, ¿Qué demonios es una cara izquierdista?», se pregunta la propia Colman, desconcertada como el resto del personal.

La monarca y el republicano

En la nueva entrega, 'The crown' cubre un periodo de 13 años, y la Reina debe entenderse por primera vez con un primer ministro laborista y antimonárquico. Gran Bretaña pasa por un periodo de crisis, con la tragedia de Aberfan (el colapso de la escombrera de una mina de carbón en el pueblo galés del mismo nombre, que causó la muerte de 144 personas), la economía nacional en precario, la devaluación de la libra, las huelgas mineras y los apagones de luz, que durante meses obligaron a utilizar candelabros y velas, incluso en los salones reales.

En la nueva
entrega, Isabel II
debe entenderse
con un primer
ministro laborista
y antimonárquico 

Isabel II estaba habituada a tratar con Winston Churchill y sus sucesores, todos conservadores y miembros del 'establishment'.  Con algunos podía incluso charlar de partidas de caza, carreras de caballos y otras afinidades. Harold Wilson, socialista y republicano, no sabía nada de esos asuntos, ni le importaban. En su gabinete eran numerosos los que querían ver derrocada la monarquía y a él le perseguían los rumores palaciegos de ser un espía de la KGB, los servicios de inteligencia rusos. La relación entre el político y la reina arrancó cargada de recelos y desconfianza por ambas partes. Los años la transformarían en un sentimiento de simpatía mutua, compatible con la imparcialidad de la Corona y la integridad de los ideales de Wilson.

Una amistad muy íntima

En los nuevos capítulos la soberana despide a su querido Churchill, en un solemne funeral, mientras su marido, el príncipe Felipe (Tobias Menzies) recibe como héroes en el palacio de Buckingham a los tres astronautas que por primera vez pisaron la luna. La distancia entre el matrimonio real sigue siendo patente. En la serie se insinúa que la soberana pudo tener un 'affaire' con un viejo amigo, apasionado como ella por los caballos, Lord Porchester, 'Porchey', para los íntimos.

El biógrafo real 
Tom Bower da credibilidad al
romance
insinuado entre
la Reina y
Lord Porchester

Ambos pasaron varias semanas viajando por Francia y Estados Unidos, visitando cuadras y criaderos de caballos. Dejar caer la posibilidad de una relación amorosa ha levantado cierta controversia.  Dickie Arbiter, antiguo secretario de la soberana, ha condenado lo que considera una alusión «de muy mal gusto y completamente infundada» a partir de «un rumor que lleva décadas dando vueltas, sin el menor sustento». Pero el biógrafo real, Tom Bower, da credibilidad al romance. «No hay duda de que la Reina tuvo una amistad muy estrecha con Lord Porchester, y no sabemos si fue algo más que una amistad apasionada».

Qué hay de cierto y de imaginario en la serie 'The crown', es algo difícil de establecer. Se trata de un drama, no un documental, aunque algunos lo olviden. Peter Morgan, su creador, es un especialista en descodificar a los Windsor y poner en su boca comentarios sobre los eventos, familiares o públicos, sobre sus humores, vivencias o frustraciones. En el 2006, Morgan escribió el guión cinematográfico de 'La reina', protagonizada por Helen Mirren, sobre el crítico periodo para la monarquía tras la muerte de Diana de Gales. La tensión era entonces entre Isabel II y Tony Blair, con quien hacia tan pocas migas, como con Margaret Thatcher. A Morgan se debe también 'La audiencia', una obra teatral, que interpretó de nuevo Mirren, centrada en las reuniones semanales que mantiene la reina con sus primeros ministros. 

Complot contra Camila

Nada sin embargo tan complejo y laborioso como el monumental trabajo de 'The crown', una serie, en principio de 60 horas, que, según se estima, le habría costado a Netflix hasta el momento más de 150 millones de dólares. La puesta en escena vuelve a ser suntuosa. Palacios, mansiones campestres, decorados sublimes, vestuario al detalle, joyas y muchos sombreros, a veces tan desafortunados, como el casco de seda amarillo, inspirado en el estilo tudor, copia exacta del que llevaba la Reina en la investidura de Carlos (Josh O’Connor) como príncipe de Gales en 1969, en el castillo de Caernarfon. Una escena en la que participaron 800 extras. Carlos, que aún hoy sigue siendo «futuro rey», es enviado al Caribe, en un complot familiar, para alejarle de los brazos de una jovencita, Camila Shand, que le tiene enamorado. Inseguro, débil, la deja escapar, aunque la historia, como sabemos, no acabará ahí.

La serie es
ficción, no un documental,
aunque hay quien viéndola acabe olvidándolo

Desayuno con whisky

La estrella de la tercera temporada es la princesa Margarita, que interpreta con desesperación y desdén, a partes iguales Helena Bonhan Carter. La hermana menor de la reina, atrapada en un matrimonio a la deriva con Lord Snowdon, se lamenta de su suerte, juega a hacerse la víctima y busca consuelo en el whisky, la isla Mosquito y los brazos de un joven acompañante en bañador, con los colores de la bandera nacional. En una de las escenas más chocantes, la princesa, invitada a la Casa Blanca, recita unos versos procaces, ante un Lyndon B Johnson encantado. El alma de la fiesta y la más infeliz.

Peter Morgan ya está al frente de la cuarta temporada, en la que entrará en escena la futura Diana de Gales. La actriz elegida es Emma Corrin. Un verdadero reto.