LO QUE LOS VEGANOS NO QUIEREN OÍR
Las plantas ¿también sienten?
Los vegetarianos argumentan que comen vegetales porque carecen de sistema nervioso, pero Cleve Backster demostró en 1966 que se 'conmueven' con el dolor de otros seres vivos.
Núria Navarro
Periodista
NÚRIA NAVARRO
Cleve Backster era un tipo que enseñaba a los policías de Nueva York el funcionamiento del detector de mentiras (en 1966, una utilísima tecnología). Como la oficina era tristona, su secretaria puso una policromada drácena ('dracaena massangeana') para dar un toque de color. Cierto día a Backster se le ocurrió aplicar el galvanómetro a la drácena para ver cómo reaccionaba cuando le echaba agua. Y la aguja trazó una línea similar a la propia de un ser humano cuando recibe un estímulo emocional de corta duración. Una casualidad, se dijo Backster.
Pero, como era curioso por demás, se dispuso a quemar la hoja a la que había aplicado los electrodos. No había cogido la cerilla cuando la gráfica mostró una prolongada línea ascendente. ¿La drácena había anticipado la chamusquina? Desde que Darwin bajó del 'Beagle', era una incontestable evidencia científica que las plantas carecían de sistema nervioso –argumento que sacan los vegetarianos para alimentarse sin remordimientos–; así que Backster, que mareó a 25 especies de plantas más, dedujo que su sentido perceptor tenía que ser mucho más básico.
EL 'VAHÍDO'
Excitado, montó un laboratorio específico y comprobó que cuando una planta estaba amenazada por un peligro, reaccionaba en defensa propia con "un vahído", "perdiendo el sentido» como lo hacen los pulpos. Más aún: demostró que las plantas podían reaccionar cuando algún otro ser vivo sufría. Así, cuando tiró un cangrejo vivo a una olla de agua hirviendo en la cocina, tres filodendros en tres habitaciones distintas conectados a tres galvanómetros reaccionaron intensa y simultáneamente.
"Fuentes filosóficas orientales aseguran que [la naturaleza] está en equilibrio. Si se desequilibra en algún punto, hay que esperar cien años luz para que se corrija la anomalía –dijo Backster a quien le quisiera escuchar–. Esta comunicación que no necesita tiempo, esta unidad de todos los seres vivos, podría ser la clave», razonó.
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A la vista de los resultados, 7.000 científicos de diferentes departamentos universitarios se interesaron por el 'efecto Backster' y, de paso, desempolvaron los ninguneados experimentos sobre los campos de energía en plantas, árboles y seres humanos de Harold Saxton Burr entre los años 20 y 40. Cientos de lectores del 'National Wildlife' se encogieron con solo imaginar la tiritona de una zanahoria al ver merodear a un conejo. Y el citólogo Howard Miller se aventuró a decir de que los seres vivos podrían tener una especie de "conciencia celular».
BOQUETE EN LA LÓGICA
Se había abierto un boquete en la lógica que continuó, entre otros, con Pierre Paul Sauvin, un 'crack' de la electrónica de Nueva Jersey. Sauvin conectó un filodendro a un galvanómetro y a su propio cuerpo y, cuando la planta captaba su señal emocional, activaba un conmutador que ponía en marcha un tren eléctrico. A través de sus experimentos hubo quien, como el ingeniero L. George Lawrence, vicepresidente del Anchor College de San Bernardino, aventuró que quizá las plantas fueran "los verdaderos extraterrestes, porque convirtieron un mundo mineral en un hábitat acomodado a las necesidades humanas».
Al otro lado del telón de acero, en 1970, a millones de rusos se les congeló el bigote al leer en el 'Pravda' el artículo titulado 'Lo que nos dicen las hojas'. El reportero V. Chertkov explicaba que, durante una visita al Laboratorio de Clima Artificial de Moscú, oyó "cómo un tallo de cebada gritó literalmente cuando metieron sus raíces en agua caliente». La aguja describió "en las contorsiones de sus trazos sobre el papel blanco la agonía mortal del tallo». Aquel sufrimiento, subrayaba, no era perceptible a simple vista. La planta tenía un aspecto lozano.
Luego, el bengalí Jagadish Chandra Bose demostró que la piel de los lagartos, tortugas y ranas se comportaba de manera semejante a la de las uvas, tomates y berzas. Y que la reacción a la luz de las hojas era muy parecida a la de la retina de los animales.
Si las plantas poseen tejidos conductores análogos a los nervios animales, o como defendieron Goethe y el físico Gustav Theodor Fechner la misma alma, el vegetariano tiene en qué pensar. Suerte que Backster aseguró que ellas saben que las comemos por necesidad y se prestan gustosamente a ser sacrificadas.
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