Casta humorística

JUAN CARLOS ORTEGA

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He dejado pasar unos días desde que conocimos la polémica en torno a un gag de José Mota. No quise escribir este artículo antes porque temía ser grosero. Quería contar hasta 10.

Casi todos ustedes ya conocerán de sobra lo que ocurrió. José Mota interpreta a un doctor. El paciente le exige cien por cien de franqueza en el diagnóstico. El médico le dice que se va a morir. El enfermo entonces rectifica y le pide sinceridad, pero solo al sesenta por ciento. Paulatinamente va rebajando la cifra hasta que el doctor le comunica que está como una rosa.

Mucha gente se enfadó con el humorista alegando que es de muy mal gusto hacer bromas con un tema tan delicado. No comprendo en absoluto las críticas y voy a intentar explicarme. Suele creerse que el humor es un cristal pintado desde el que vemos el mundo con un color especial, más festivo y luminoso, pero les aseguro que no es así. El humor, en realidad, es la ausencia de todo cristal, algo que comparte también la poesía, la música y, en general, cualquier manifestación que merezca ser considerada artística.

Hacer humor sobre un asunto trágico no implica burlarse de ese asunto; tan solo es el modo de mirarlo sin la incómoda presencia del cristal, aislándolo de todo condicionamiento. El humor es a la burla lo que Beethoven a la bachata. Su única similitud es que ambas secuencias sonoras pueden escucharse a través de un bafle, pero es obvio que pertenecen a esferas distintas y nadie en su sano juicio afirmaría que forman una unidad.

Indignarse por el gag del médico, dando por hecho que José Mota se burló de los enfermos terminales, es equivalente a creer que Bach se mofó de Jesucristo por tener la cara dura de componer musiquitas sobre su crucifixión. El hecho de que esta última idea nos parezca un disparate, se debe a que todos nosotros sabemos que Bach no trabajaba la bachata, pero son muchos aún los que creen que el humorista trabaja la burla.

TRABAJO DE SEGUNDA

Las críticas al gag fueron vertidas por personas que, sin saberlo, tienen una opinión disminuida del humor. Para ellas, el trabajo del humorista es de segunda división, un entretenimiento menor cuya tarea es arrancarnos de vez en cuando carcajadas en el sofá. Olvidan que José Mota es humorista y no burlista. Esto último puede serlo cualquiera, sobre todo aquellos que le insultaron en las redes.

El humor es, ante todo, un modo de abordar asuntos, el más inteligente que tenemos. Nos señala con nitidez comportamientos que de otro modo pasarían desapercibidos. José Mota no hablaba de la muerte, sino del deseo de ser engañado para sufrir menos.

Muchos de los que le criticaron se ponían como ejemplo. «Mi madre murió hace poco», escribió alguien en las redes, «y me ha ofendido la broma». Bien, ¿y? Todos hemos perdido familiares y por desgracia perderemos más. Personas a las que amo serán diagnosticadas, antes o después, con una enfermedad terminal. Lo sé y me angustia, pero esa fatalidad de la vida no provocará que me convierta en un censor ni, sobre todo, que confunda el humor con la burla o a Beethoven con la bachata.

Debe ser que Mota no es un titiritero al que tengamos que defender haciéndonos los enrollados. Será que, como gana su merecido dinero, forma parte de la casta humorística. Pues que quieren que les diga, a mí me parece mejor el gag de Mota que 'La Bruja y Don Cristóbal', y aún así exijo el mismo respeto para las dos obras. 

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