Nada de 'fast food'
Madre: el rusocatalán que sirve platos de toda la vida frente a la Sagrada Família
Leo Chechelnitskiy homenajea a su progenitora con esta taberna que actualiza la cocina de siempre de Barcelona
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Ferran Imedio
Periodista. Redactor del canal Cata Mayor
Periodista barcelonés apasionado por su trabajo que lleva casi tres décadas escribiendo en EL PERIÓDICO DE CATALUNYA, donde ha pasado por las secciones de El Día por Delante, Sociedad, Gran Barcelona, Deportes, Exit e Icult. Ha sido coordinador de las páginas de Motor, responsable de Gente y de las páginas de gastronomía Gourmet's.
Un restaurador rusocatalán que sirve cocina de toda la vida frente a la Sagrada Família. Si lo cuentas así de resumido, pimpam, poca gente va a querer probar su gilda de boquerón, su ensaladilla rusa con langostinos, su croqueta de pollo asado y jamón ibérico, su arroz del 'senyoret' con carabineros... Los platos de siempre, en fin, que se preparaban en los aledaños de la basílica hace 30 años, cuando no había turismo de masas y la zona no había caído bajo las garras del 'fast food'. Pero desarrollemos ese titular tan poco apetecible, gastronómicamente hablando. El rusocatalán es Leo Chechelnitskiy y el restaurante se llama Madre en honor a su progenitora, Alexandra, que en ese mismo local abrió, ¡hace ya tres décadas! Intertapa, dedicado al tapeo.
Madre
Avenida de Gaudí, 11. Barcelona
Tf: 93.435.43.83
Precio medio (sin vino): 40 €
Leo pasó su infancia entre aquellas cuatro paredes, haciendo deberes en algunas de las mesas del establecimiento y, ya como adolescente, tirando cañas para echar una mano en un negocio que ha cambiado de nombre y de registro. Ahora es una taberna que primero se llamó Casa Madre y ahora, Madre. Chechelnitskiy homenajea a su mamá con esta casa de comidas igual que rinde tributo a su abuela Estela con Babula Bar 1937. Y también dirige Chamako (nachos, 'gyozas' y cócteles canallas). Su denominador común es la cocina informal y sabrosa.
Memoria
Volvamos a Madre, que también viene a recordar aquellos negocios familiares, frecuentados por vecinos del barrio donde el servicio se regía por códigos más propios del colegueo. En las paredes lucen imágenes de aquella época. En los platos, se hace también memoria, aunque lógicamente con una actualización al gusto del siglo XXI. Y el trato al cliente es tan cercano como informal.
Una veintena de platillos y casi 70 vinos nacionales e internacionales, arroces que pueden pedirse para una sola persona, sugerencias fuera de carta, cócteles clásicos y de autor e incluso sangrías (guiño al turista que busca el tópico pero se encuentra un trago de calidad). Y todo ello, disfrutable cada día de mediodía a medianoche.
La tortilla jugosa de patatas y cebolla, los buñuelos de bacalao, el falso solomillo Wellington de cruasán (que, por cierto, tanto se parece al de Colmado Múrria), el canelón de butifarra con 'ceps' y bechamel trufada, el 'suquet' de rape con almejas y patatas... Madre mía, Leo, ¿de verdad eres rusocatalán?
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