Cata Menor

Celebremos el Delta de l'Ebre, por Pau Arenós

Se reivindican en este texto la gastronomía y el paisaje deltaico, ecosistema único gracias a la fértil unión de río y mar

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Delta: mejillones Musclarium

Delta: mejillones Musclarium / Pau Arenós

Pau Arenós

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El Delta de l’Ebre solo aparece en los medios de comunicación para comunicar agonías: las tormentas que laminan las barras o la sequía que quema los arrozales.

Se reivindican en este texto la gastronomía y el paisaje deltaico, ecosistema único gracias a la fértil unión de río y mar.

Territorio frágil también, fácilmente alterable por la climatología y por invasores como ese cangrejo azul, de sabrosas y escasas carnes que debiera ser más protagonista de cazuelas y arroces.

Arroz, palabra mágica, con artesanías resistentes a las grandes empresas del sector como Molí de Rafelet, en Deltebre, con una máquina de moler que necesita la mirada del arqueólogo más que la del gastrónomo. No hay otro ingenio parecido a esta orilla del Ebre: ni en la otra.

El sumiller Àlex Nolla, el cocinero Aitor López y la jefa de sala Susanna Krcivoj, en la terraza de Citrus.

El sumiller Àlex Nolla, el cocinero Aitor López y la jefa de sala Susanna Krcivoj, en la terraza de Citrus. / Joan Revillas

Dejemos a un lado la fauna alada que no se come, y a la que hay que cazar con prismáticos, y bajemos la mirada a los humedales: a las angulas y las anguilas (cada vez menos: ay, que vienen de Holanda), a los patos (más de palabra de que obra: son de granja, claro), a los langostinos, a las galeras, a las ortigas...

Y a los ostrones (ostras) y a los mejillones, como los que cultivan en Musclarium, batea en la bahía de los Alfacs, la más antigua y una de las pocas con servicio de restauración. Mejillones recién salidos del agua rica en nutrientes, abiertos al vapor.

Esas lenguas naranjas, una copa de cava muy frío, la mirada en el horizonte verdiazul, la brisa marina que sala las caras.

La corta ruta termina en el Tancat de Codorniu, hotel de Les Cases d’Alcanar, con cítricos dentro y fuera de la finca, mares de cítricos que dan nombre al restaurante, Citrus. El arroz, las anguilas, los langostinos, las ostras, los mejillones y otras decenas de ingredientes, a modo de resumen de lo visto y vivido, son trabajados de manera precisa por Aitor López y su equipo.

Un gran restaurante que está al comienzo de una gran historia. Una historia deltaica. Una historia entre el río y el mar y la tierra.

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