Cata Menor

'Marimontañear': el auge del 'mar i muntanya', por Pau Arenós

El mar y montaña necesita del equilibrio complicado de elementos dispares unidos por una salsa

Pero ¿qué es un restaurante asiático?

Los que se desenganchan de la (alta) cocina

Bodega Borràs: papada

Bodega Borràs: papada / Jordi Cotrina

Pau Arenós

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El ‘mar i muntanya’ ha acabado siendo una categoría gastronómica, dejando atrás el localismo del Empordà, en una lógica dual que todo el mundo comprende y que, desgraciadamente, colabora con el olvido del origen.

Porque, ¡alto! No solo en Catalunya se ‘marimontañea’, pero es aquí donde esa combinación, que fue ingenio de pobres y hoy es capricho de ricos (pollo con langosta), más se ha desarrollado.

En un territorio desacreditado en lo gastro como EEUU (de forma injusta), existe el ‘surf and turf’, por ejemplo, el filete con bogavante, a precios de saldo en restaurantes de Las Vegas.

El otro día leí un texto en el que se juzgaba un mar y montaña del restaurante Aponiente (El Puerto de Santa María, Cádiz) y, para aplaudirlo, se disparaba contra el colectivo. El “manido mar y montaña se transforma...”.

Lo probé hace poco (qué bueno: guisantes de navazo, quisquillas y jugo de pimientos) y no pensé en que el juego de tierra-agua fuera un recurso vulgar sino la aceptación de una apuesta arriesgada.

¿Tan habitual es lejos de Catalunya, donde tampoco se puede considerar un plato de diario, sino un guiso de arqueología? No creo.

Porque el mar y montaña (qué exageración, mar y huerta, mar y granja) necesita del equilibrio complicado de elementos dispares unidos por una salsa enriquecida con picada (no siempre pero sí recurrente).

Por eso me explota la cabeza al pensar en el balear ‘anfós amb porcella’ (mero con cochinillo) y al que he dedicado un artículo que persigue su origen.

Cerdo y pescado se cocinan en un horno, uno encima del otro y a distancia, sin promiscua relación. ¿Por qué? ¿A quién se le ocurrió que, sin jugo amoroso, las dos bestias podían relacionarse? Es una relación en seco.

Sigo porque en la Bodega Borràs, sobre la que ‘croniqueo’, me pusieron bajo la nariz una papada ibérica con calamarcitos y una reducción de vino dulce: jamás nadaron juntos en la cazuela si bien el hilo de salseo los entonó.

A los clásicos (albóndigas con sepia), se van sumando los imaginativos e inéditos.

Porque es un plato libre: la orilla en la que ambos mundos fluyen.

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