En Nou Barris

Un comedor social de Barcelona esquiva el cierre pero tiene que prescindir de casi todas sus neveras

La ONG Enriquezarte, situada en el barrio del Turó de la Peira, evita ser precintada, aunque tendrá que reducir el reparto de comida tras cumplir las directrices del Ayuntamiento para adaptarse a la licencia

Pulso entre el Ayuntamiento de Barcelona y una ONG amenazada de cierre

El acceso al patio interior donde se instala la ONG Enriquezarte, que ofrece banco de alimentos y comedor social, en Barcelona.

El acceso al patio interior donde se instala la ONG Enriquezarte, que ofrece banco de alimentos y comedor social, en Barcelona. / JORDI OTIX

Jordi Ribalaygue

Jordi Ribalaygue

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Una ONG asentada desde hace siete años en el Turó de la Peira parecía condenada este jueves a cerrar por orden del Ayuntamiento de Barcelona. La entidad Enriquezarte se afinca desde 2017 en una nave dentro de un patio interior. Lo ha convertido en un comedor social y un banco de alimentos -“el único que ha seguido abierto después de la pandemia”, cuentan en el barrio-, un taller de actividades para ancianos y niños, un jardín comunitario, un centro de cursos de idiomas para extranjeros y de formación para parados, un servicio de orientación para extranjeros sin papeles… 

El consistorio notificó que el local se iba a precintar este jueves por supuestos incumplimientos de la licencia otorgada. No obstante, ha logrado evitarlo después de que tres inspectores municipales y dos agentes de la Guardia Urbana se hayan personado y hayan comprobado que la ONG se ha adaptado a los cambios exigidos para ceñirse a uno de los permisos que dispone. Varias decenas de vecinos se han concentrado en el lugar para respaldar al colectivo de voluntarios.   

Pese a esquivar la clausura, existía cierto pesar entre los miembros de Enriquezarte. “La buena noticia es que no van a precintar, pero igual las cosas no van a ser tan fáciles en los próximos meses”, intuye Jean Ben Illouz, presidente de Enriquezarte. La asociación se ha deshecho de varios electrodomésticos para adaptarse al requerimiento municipal, que advertía de un eventual riesgo de incendios en el centro y de la acumulación de material, que obstaculizaba presuntamente la salida en caso de emergencia. 

Inspectores del Ayuntamiento de Barcelona examinan la cocina de la ONG Enriquezarte, en el barrio del Turó de la Peira.

Inspectores del Ayuntamiento de Barcelona examinan la cocina de la ONG Enriquezarte, en el barrio del Turó de la Peira. / JORDI OTIX

Electrodomésticos fuera

Entre otros enseres, se han retirado una lavadora y una secadora para la ropa de personas en situación de vulnerabilidad que buscan auxilio, también un horno y seis de las siete neveras en las que acopiaban alimentos para repartir. “Desafortunadamente, vamos a tener que reducir la actividad del banco de alimentos”, constata Ben Illouz. Calcula que, al mes, pueden socorrer a unas 900 personas. 

Algunos donantes que les proporcionan excedentes -supermercados, ante todo- se han comprometido a suministrarles productos el mismo día que los requieran para entregarlos de inmediato a las familias, sin tener que almacenarlos. “Pero no en todos los casos ha sido posible y ha sido trabajo de años que confiaran en nosotros para conseguir donaciones… Algunos alimentos no los vamos a poder aceptar más, así que la calidad de lo que repartiremos bajará”, lamenta el responsable de la ONG. 

El presidente de Enriquezarte, Jean Ben Illouz, lee el acta de inspección al local de la ONG, situado en el Turó de la Peira, en Barcelona.

El presidente de Enriquezarte, Jean Ben Illouz, lee el acta de inspección al local de la ONG, situado en el Turó de la Peira, en Barcelona. / JORDI OTIX

Astrid es voluntaria de Enriquezarte. Al mismo tiempo que echa una mano limpiando el local, le prestan una bolsa con viandas cada martes, que le sirve de sustento para toda la semana. Convive con sus hijos pequeños y una hermana. “Ni ella ni yo tenemos trabajo, llegamos hace dos años de Colombia. Le gente de la entidad es excelente y nos hacen sentir como si estuviéramos en casa. No nos han dicho otro sitio al que podamos ir a por comida”, asegura. 

Por su parte, el Ayuntamiento responde que “garantiza la atención social a las personas que se puedan ver afectadas, siguiendo los canales habituales y los recursos ya existentes en el distrito de Nou Barris o en la ciudad”. Pese a que se ha anulado la autorización de restaurante comunitario que le amparaba, la entidad puede seguir cocinando y dando almuerzo en el espacio, porque está autorizado a ofrecer talleres de cocina, entre otros cursos. 

Sintecho albergados

A lo largo de los últimos años, Enriquezarte ha albergado en la nave a algunas personas que se habían quedado sin techo. Pusieron camas para alojarlos. Ben Illouz reconoce que fue un error dar cobijo sin avisar al Ayuntamiento. “Pero surgía de repente y no podíamos hacer otra cosa mientras no tuvieran otra ayuda”, defiende. 

El responsable opina que han sufrido un rigor burocrático desmedido, que perjudica a personas en situación de necesidad. “Se ha hecho un buen paso al no precintar, porque nos consideramos un servicio público, pero nos da pena que una meticulosidad extrema sobre la norma malogre el trabajo que hacemos voluntarios y vecinos”, manifiesta.   

Vecinas de Nou Barris en la sede de Enriquezarte, ante la previsión de que la ONG fuera precintada por orden del Ayuntamiento de Barcelona.

Vecinas de Nou Barris en la sede de Enriquezarte, ante la previsión de que la ONG fuera precintada por orden del Ayuntamiento de Barcelona. / JORDI OTIX

“Esta entidad es mucho más que una canasta de comida. Es como una familia, brindan mucho auxilio y me han ayudado a encontrar trabajo. No conozco otra parecida”, atestigua Milena Márquez, quien ha acudido hasta ahora a recoger comida una vez por semana al local. Por indicación del Ayuntamiento, Enriquezarte también ha quitado las plantas que cubrían el patio, que no se podrá emplear a partir de ahora para hacer actividades bajo las viviendas. Según la ONG, el consistorio empezó a examinarla a raíz de una queja por ruido. 

Ben Illouz afirma que, antes de que se instalaran, el local encubría un taller clandestino que explotaba a inmigrantes indocumentados. “Había un metro y medio de basura en el jardín y las plantas bajas se usaban como narcopisos”, sostiene. Una vecina, Isabel, le da la razón. “Había ratas y cucarachas corriendo por el patio pero nadie hacía nada. Ahora ya no pasa, ¿qué mal hace esta gente?”, se pregunta. 

“Sabe mal lo que les pasa, porque no molestan, pero estoy contenta por que se hayan salvado. No hay algo así en todos los barrios”, recalca Maria. Ahora, Enriquezarte quiere pedir una licencia para recuperar parte de la oferta que ahora queda tocada. “Costará tiempo y dinero, entre 3.000 y 5.000 euros”, calcula Ben Illouz.