Adiós a un negocio con historia
Cierra 83 años después la Granja Bruselas, el templo de la merienda en el Eixample
La falta de vida de barrio en la zona, la nueva propiedad del edificio y el precio de las materias primas, entre los motivos del fin de la actividad
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Toni Sust
Periodista
Cada día, en la calle de Roger de Llúria, un grupo de personas espera en la acera, frente al número 67. Hacen cola para comer en la Granja Bruselas, hoy un restaurante de éxito, ayer un templo de la merienda. Un establecimiento de los que se nutren del boca a boca, porque tiene un menú con alma, que te llama a recomendarlo. Pero no sea visto esto como publicidad encubierta: Carles Huguet, el responsable del negocio desde 2001, ha decidido que esta historia ha llegado a su final. El viernes 30 de junio, la Granja Bruselas cerrará sus puertas para siempre.
¿Los motivos? Son varios. Es una especie de fallo multiorgánico de un cuerpo sano, porque sigue llenando cada día, pero la vida se le ha ido complicando. Huguet destaca uno de los factores, que atañe a la Dreta de l’Eixample: “El barrio está muerto”.
No se le ve triste. Se le ve sereno. Orgulloso de la historia que deja detrás este lugar en el que tanta gente ha comido tantas veces los productos que le hicieron famoso: la tarta de limón y el flan de huevo.
De guerra en guerra
Huguet lo señala con una sonrisa: “La Granja Bruselas ha vivido tanto como Tina Turner: de 1939 a 2023”. Y eso aunque uno de los preciosos carteles antiguos que decoran el local señala 1940 como año de partida. Pero empecemos por el principio.
Durante la Guerra Civil, una ciudadana belga, Madeleine Devise, institutriz, colaboró con un médico, el doctor Lillo, en Barcelona. Devise se propuso volver a su país al acabar la contienda en España, pero empezó la Segunda Guerra Mundial. Y se quedó aquí.
Dice la leyenda, cuenta Huguet, que el doctor Lillo, en agradecimiento a la ayuda que le prestó la institutriz, abrió la Granja Bruselas para ella. Lo hizo en Aragó, 295, unos metros más abajo de donde está ahora, en un edificio en el que el facultativo residía o trabajaba. “La señora belga nació en 1906 y murió en 2004. La llamaban siempre ‘mademoiselle’. Era soltera, flamenca, extremadamente católica. En la granja había una foto de Balduino y Fabiola (los reyes de Bélgica) y un Sagrado Corazón”, explica.
Mejor 1940
El testimonio de una clienta indica que en realidad la granja fue inaugurada el 13 de diciembre de 1939, hace más de 83 años. Al parecer, se optó por dejar escrito que el local había abierto sus puertas en 1940 para evitar la alusión a un año tan duro como el último de la guerra. Cuando habla del pasado de la granja, a Huguet le brillan los ojos.
En 1980, su padre, Josep Maria Huguet Serrà, pagó el traspaso del negocio, que empezó a llevar su hermana, Isabel. Para entonces, la Granja Bruselas ya estaba en Roger de Llúria, porque el edificio de Aragó había sido demolido.
Un flan para la parturienta
Huguet, nacido en 1970, empezó a ayudar a su tía con 12 años. El éxito de la Granja Bruselas, dice, fue estimulado porque delante de su primer emplazamiento, en el lado mar de la calle de Aragó, había una maternidad, la Santa Madrona.
“Venían a buscar un flan para la señora que acaba de parir. Era un palacete ‘noucentista’ que cerró en 1983, cuando la sanidad ya garantizaba una atención a todo el mundo”, prosigue.
Hasta llegados los 90, cuando se empezó a trabajar más por la mañana, la Granja Bruselas era, sobre todo, un lugar en el que merendar. No hay niño del barrio de aquella época que no recuerde la barra larga, situada a la izquierda según entrabas. Años después, en el 2000, cambió de lado, y en 2015 fue eliminada para ganar espacio para mesas, que cada día se llenan de gente que pide macarrones caseros, ‘galta’ de cerdo, pollo al vino.
Qué es un suizo
También piden lo que ya merendaban aquellos niños: tarta de limón, el flan, los helados. Un buen suizo. “Ahora la gente no sabe lo que es un suizo”, explica Huguet con los ojos abiertos como platos, escandalizado, como es normal, ante el hecho de que el placer de chocolate y nata se haya convertido en algo exótico.
Huguet considera que hay elementos que han distinguido al Bruselas: “Son 83 años sin máquina tragaperras, ni música ambiente, ni botellas de alcoholes destilados en las estanterías. Y eso es muy importante, por dignidad. Si sacas las máquinas de los bares, el 65% desaparece”. También se siente orgulloso de que un día un cliente elogiara, asombrado, hasta qué punto el silencio reinaba en el local.
El comprador del edificio
El último factor que ha llevado a la granja a cerrar sus puertas ha sido que una empresa turca compró el edificio. Los inquilinos reciben un burofax cuando se les acaba el contrato de alquiler. Y se tienen que marchar. El de Huguet acaba en noviembre, pero pactó irse antes. No quiere cargar las tintas solo contra el sector inmobiliario. No ha sido solo eso.
No faltan clientes, pero sí alma de barrio. Los vecinos fueron menguando. Los oficinistas se convirtieron en el activo de la granja. Pero tras la pandemia también desaparecieron en gran medida. El incremento del precio de las materias primas es otra de las causas de que los números apenas salgan, incluso llenando el local cada día, de lunes a viernes. También marcan heridas de hace tiempo: “Cuando abrieron los hornos con degustación eso mató al sector”.
Y por todo ello, Huguet dirá adiós el próximo 30 de junio. Y como él, Carmen, que lleva 26 años en la granja: empezó con la tía. Y Ester, que llegó después de la pandemia. Huguet vive en Sants: “Allí sí hay barrio”. No descarta abrir algo en esa zona. “No estoy triste. Tenía ganas de que llegara el momento. Son demasiadas estocadas. He perdido alegría y esperanza. Creo que el Bruselas tendrá una muerte digna”. Solo quedarán los carteles con los postres, que una coleccionista podría agrupar, y la cuenta de Instagram.
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