Vandalismo en BCN

La postura de la Iglesia ante el incivismo: "No hay que poner en el mismo saco a los vándalos y a los que expresan su arte con pintadas"

La Iglesia apuesta por tender puentes con los grafiteros para proteger su patrimonio ciudadano y dar espacio a la creatividad 

En abril, unos gamberros dañaron con espray un escudo del siglo XIV de la fachada lateral de Santa Maria del Pi que tiene difícil arreglo 

La pintada de Santa Maria del Pi realizada sobre parte de un escudo del siglo XIV

La pintada de Santa Maria del Pi realizada sobre parte de un escudo del siglo XIV / Jordi Cotrina

Natàlia Farré

Natàlia Farré

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Una parte importante del vandalismo en Barcelona pasa por las pintadas, pero los grafiti no son solo una cuestión de tener las paredes o las persianas de la ciudad más o menos limpias. Muchas veces son una agresión que daña gravemente un patrimonio con siglos de historia. De esto la iglesia sabe mucho, cada vez que un gamberro deja su huella marcada con espray sobre alguno de los templos de la ciudad, destruye parte de una obra que no es fácil reparar y que de alguna manera no se recupera del todo. Es el pan de cada día de las Iglesias más céntricas como Santa Maria del Mar, Sant Just i Pastor, la basílica de la Mercè y Santa Maria del Pi, todas catalogadas y por lo tanto protegidas patrimonialmente. Barcelona, además, tiene un buen número de sus edificios construidos con piedra de Montjuïc que es lo mismo que decir con piedra sedimentaria y porosa, y por lo tanto difícil de limpiar sin llevarse una parte por delante.

Uno de los muros laterales de Santa Maria del Mar, este viernes.

Uno de los muros laterales de Santa Maria del Mar, este viernes. / Joan Cortadellas

Escudo del siglo XIV

La cosa se complica si en lugar de un mensaje pintado en uno de los muros, el bruto de turno decide utilizar el espray para dejar una inmensa firma sobre un escudo de piedra del siglo XIV, el de la familia Torres i Fiveller, que es lo que pasó hace dos meses en uno de los contrafuertes de Santa Maria del Pi, que dicho sea de paso no está a pie de calle sino a una considerable altura. El daño es inmenso y la solución difícil como poco. Limpiarla a presión sería otra agresión y sería destruir el escudo. Y sería, además, llevarse los restos de una posible policromía preexistente.

Pintadas en la basílica de la Mercè.

Pintadas en la basílica de la Mercé, este jueves. / Joan Cortadellas

Restauración difícil

La parroquia y el Secretariat de Patrimoni Cultural del arzobispado están haciendo estudios para ver cómo repararla y su coste, que se intuye alto. Poco más dicen desde la Iglesia ya que aseguran que “hablar del tema tiene un efecto llamada muy perverso, cuando se explica se produce una avalancha de incivismo”, y es por eso, también, que cuando se produce una pintara trabajan “con la máxima celeridad para repararla rápido y no llamar la atención”. Pero sí apuntan que el nivel de vandalismo “no es superior al de otros años”. También apuestan por “no criminalizar al colectivo, si no trabajar con él” y encontrar soluciones para que “canalizar estas manifestaciones artísticas en espacios que no alteren el patrimonio, como ocurre en algunas parroquias alemanas”. Y nada añaden del coste que supone para las arcas de la Iglesia estas vandalizaciones.

Robos esporádicos

De la misma opinión es Jordi Sacasas, archivero y conservador de Santa Maria del Pi, aunque admite que es la primera vez que el templo recibe “una agresión tan grave y directa sobre la piedra”, Guerra Civil al margen, ya que durante la contienda un incendio acabó con su rosetón, el más grande de la península, y con el altar mayor y la sillería neoclásica. Hasta ahora las pintadas se limitaban a las puertas del templo, que se repintaban y ya está. O a los robos esporádicos como los ocurridos hace unos años de una decena de sillarejos de la fachada que estaban sueltos, pero se arreglaron con reservas que tiene la parroquia; y las baldosas de cerámica que indicaban el nombre de la plaza. Con todo, Sacasas también es partidario de tender vínculos con los grafiteros y, sobre todo, “no poner en el mismo saco a los vándalos y a los artistas que se expresan con este tipo de arte”. 

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