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Aminah, Tiphaine y Silvia, tres rostros de la Barcelona diversa

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zentauroepp55764438 aminah otix201106122204 / JORDI OTIX

Helena López

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Aminah Akram tiene la energía de una chica de 22 años y una agenda de ministra (o de activista total, que es lo que es). Nacida en Pakistán en 1998, migró a Barcelona a los 10 años y aterrizó en <strong>el barrio del Raval </strong>junto a sus padres y sus siete hermanos. "Llegué en el tercer trimestre de quinto de primaria. No sabía ni una palabra de castellano, pero mi tío me había enseñado a decir ‘gracias’ y a saludar, y eso me ayudó mucho los primeros días a poderme comunicar", recuerda la joven, hoy presidenta de la asociación Minhaj Diálogo. "Fui al ‘aula de acollida’ solo un trimestre, al curso siguiente, en sexto, ya pasé al aula normal, pero aprendí el catalán muy rápido, más que castellano", explica riendo. Terminó la primaria en el Collaso i Gil y secundaria en el Milà i Fontanals. Al terminar, cursó el grado medio en Gestión y Administración, y ahora estudia el superior en Educación Infantil, todo ello compaginado con mil otras actividades, como ser entrenadora de cricket durante dos años en el proyecto intercultural Criquet Jove a Barcelona o colaborar con la asociación UNESCO para el Diálogo interreligioso. 

Lo que ha movido a Aminah desde niña es ayudar a su comunidad. "Hacer alguna cosa por mi gente", cuenta la joven, quien dice que el asociacionismo le ha enseñado muchísimo; "cosas que no se aprenden en el instituto". La asociación en la que trabaja mucho y de forma voluntaria "lucha por los derechos humanos y por los derechos de las mujeres, por la representación racial en la ciencia y contra el terrorismo y el radicalismo entre los jóvenes musulmanes", resume la joven, quien responde al teléfono entre examen 'online' y examen 'online'. 

"Hacen falta referentes; que en los colegios los niñas vean a educadoras y a maestras que son como ellas"

Aminah Akram

— Estudiante de Educación Infantil

En cuanto a cómo gestiona Barcelona su diversidad, Aminah cree que la clave está en educar a las personas para que tengan una mentalidad mas abierta. Educar en la diversidad. Por eso está estudiando Educación Infantil. "Hacen falta, además, referentes; que en los colegios los niñas vean a educadoras y a maestras que son como ellas, como sus madres, que vean que podemos ser lo que queramos ser", concluye la joven, quien a la pregunta '¿cómo te ves en 10 años?' responde que trabajando como educadora infantil y trabajando por su comunidad, como hace desde que tiene uso de razón. ¿Cómo sino?

Tiphaine Leurent nació en 1978 en el norte de Francia, "ni en el campo ni en la ciudad". Se instaló por primera vez en Catalunya el 30 de junio de 1990, cuando trasladaron a su padre para trabajar en la apertura de la empresa Venca en España. "Es una fecha que recordaré siempre. La empresa de mi padre nos puso un piso enorme en Sitges en primera línea de mar, y yo que venía de un lugar en el que el cielo se te cae en la cabeza, aluciné", explica. Vivió allí junto a su familia hasta 1996, año en el que hizo la selectividad. Después regresó a Francia a estudiar la carrera. Tenía claro que quería estudiar Ciencias Políticas y allí era más interesante. Terminó la carrera y se trasladó a París a estudiar un máster, pero los parisinos le cayeron tan mal que en el 2001 decidió -esta vez ella, no arrastrada por la familia- instalarse en Barcelona

Visto desde fuera no parecía la mejor decisión, teniendo en cuenta que en Francia el diploma en Políticas tiene muchísimo prestigios y abre a sus poseedores casi todas las puertas y, en cambio, en Barcelona se ve "como la carrera de jugador de mus", bromea. Pero siempre le ha pesado más su calidad de vida que su carrera, así que no dudó. Tras varios empleos precarios y tirar decenas de currículums a puerta fría, en el 2002 empezó a trabajar en la Fundación Vicente Ferrer, y entre la experiencia que ganó allí y los idiomas, fue encadenando trabajos de lo que era  es su vocación: la cooperación al desarrollo, a lo que todavía se dedica.  

"Las administraciones destilan racismo y aporofobia, el trato recibido por las minorías es denigrante"

Tiphaine Leurent

— Especialista en cooperación al desarrollo

Su etapa universitaria coincidió con la época en la que el Frente Nacional subía como la espuma, lo que la llevó a hacerse militante antifascista. "Okupamos la universidad con simpapeles", recuerda. En Barcelona, su vinculación con el activismo empezó en su barrio, en Gòtic, a través del colectivo Fem Plaça. De ahí conoció espacios como La Negreta y empezó con el grupo de desahucios, donde "metes el dedo y te tragan entera". "En el distrito suelen haber desahucios tres veces cada dos semanas, y cada vez que viene la comitiva hay entre 12 y 15 desahucios. A puerta [a pararlos con el cuerpo], estamos yendo a unos 12 cada dos semanas, ya que algunos los paramos antes, pero en la ciudad hay desahucios a diario", relata Tiphaine, quien también estuvo al pie del cañón <strong>repartiendo alimentos durante lo más duro del primer confinamiento desde Vecines en Red.</strong>

Al ser preguntada sobre si es Barcelona una ciudad multicultural, Tiphaiene responde con un contundente no. "Es un espejo en el que nos gusta reflejarnos para atraer a esa clase media del norte global, un tipo de población de un nivel elevado. La multiculturalidad es aceptar a quien vive aquí; pero hay un trecho enorme entre gente como yo, europea, blanca, a la que no pusieron ninguna pega, y el trato denigrante que reciben las personas del sur. "Si perteneces a alguna minoría aquí no tienes nada que hacer. Las administraciones destilan racismo y aporofobia. Sí, los carteles en el barrio ahora están en urdú y en tagalo, pero en la ventanilla, donde la gente tiene que ir a ejercer sus derechos, ahí no se les tiene en cuenta", denuncia señalando también el horror de la mafia de las citas previas

Silvia llegó a Barcelona prácticamente con lo puesto el 12 de agosto del 2019, hace ya algo más de un año, a punto de cumplir los 50, buscando asilo. Tuvo que huir de Colombia por amenazas a su marido, juez de paz en Cali, y tras varios atentados. Eligieron -huyeron juntos- Barcelona porque buscaron por internet y vieron que era "ciudad refugio", pero se encontraron con un laberinto burocrático prácticamente infranqueable. "Hasta febrero [del 2021] no nos dan la tarjeta roja que nos reconoce como refugiados y las ayudas, no sabemos. Nos han dicho que ya nos avisarán", relata Silvia desde el Ateneu del Raval, donde sí han encontrado refugio y desde donde siguen repartiendo alimentos a las familias más necesitadas del barrio, como han hecho durante toda la pandemia.

"Nunca, nunca, nunca, imaginamos salir de Colombia. Jamás. Pero nos tocó venirnos. Por suerte a mis dos hijos les mandé con mi mamá, que vive lejos de dónde vivíamos nosotros, pero les dejé allá. No quería traérmelos hasta que lo tuviéramos todo arreglado aquí, y suerte que no lo hice, porque no quería que pasaran por lo que estamos pasando aquí", cuenta la mujer que ha dormido durante ocho meses junto a su marido en La Tancada Migrant de la Massana, junto a decenas de personsas sin papeles ni recursos, ante la falta de respuestas de la "ciutat refugi". "Fuimos a pedir ayuda a varios sitios, pero en todos nos decían que si no teníamos niños o no estábamos enfermos, no nos podían recibir, que estaban llenos", explica Silvia, a quien le dieron cita para gestionar el asilo en abril, pero se la suspendieron por la pandemia y no se la reprogramaron en agosto, cuando ya llevaba aquí un año. "Seguimos pendientes de que nos digan algo, pero de momento, ayudas, ninguna. Tenemos un papel en el que pone que somos solicitantes de asilo y que podemos seguir acá, pero ya", denuncia. 

"Barcelona no es como esperaba. Faltan ayudas y, sobre todo, información, que te escuchen y guíen"

Silvia Sánchez

— Solicitante de asilo

Pese a su precaria situación, en el año que lleva aquí, se ha organizado en varios proyectos para intentar ayudar a personas en su misma situación. Junto al Espacio del Inmigrante montaron un sindicato de cuidadoras sin papeles para denunciar la situación del colectivo y desde La Tancada asesoraron a decenas de personas migrantes en la gestión del padrón. "Hasta hace tres semanas, cada martes repartíamos comida entre 60 familias, pero cada vez es más difícil porque las necesidades no disminuyen pero las donaciones, sí. Ahora nos hemos tenido que quedar solo con las 10 familias que más necesitadas, y me da mucho pesar, porque todos los días tocan a la puerta, pero ya no alcanzamos", prosigue Silvia, quien aprovecha la entrevista para hacer un llamamiento a que si alguien quiere donar alimentos, se acerque al Ateneu del Raval, espacio al que no puede estar más agradecida.

"Barcelona no es como esperaba. Pensamos que íbamos a llegar y por lo menos íbamos a recibir la ayuda de alimentos. Faltan ayudas y, sobre todo, información; que te escuchen, que te orienten, que te guíen", concluye. 

La ciudad de las más de 300 lenguas 

Que a la capital catalana le falta un trecho para ser la ciudad diversa y justa que muchos soñarían es una evidencia que se materializa en detalles como que solo el 0,27% de los trabajadores del consistorio haya nacido en el extranjero, mientras que esta población representa el 28% del padrón. "El ayuntamiento tiene que dar ejemplo, revertir esa situación es una de mis metas", adelanta Khalid Ghali Bada, el nuevo comisionado de Diálogo Intercultural y Pluralismo Religioso, quien está trabajando en la redacción del nuevo Plan Intercultural para la ciudad. El actual, que caduca en este 2020, se elaboró en el 2010, en un contexto radicalmente distinto.