ESPACIO AMENAZADO

Historias de la cara B de la Ciutat Refugi

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zentauroepp48938505 barcelona 4 07 2019 personas encerradas en la massana que190705095431 / SERGI CONESA

Helena López

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En la mesa, larga, varios bricks de leche, fruta cortada, pan y el té más dulce del mundo, lo más parecido a casa. Alrededor, sillas para todos, todas distintas, de orígenes diversos, como las personas que se sientan en ellas. En la Tancada Migrant Massana, como llamaron al espacio tras su okupación, en abril del año pasado, conviven 35 personas con un denominador común, no tener papeles ni dinero (probablemente de disponer de lo primero, lo segundo sería mucho más sencillo). Vienen de Marruecos, Senegal, Guinea, Irak, Nigeria, Palestina o Camerún. Refugiadas sin refugio. "La Tancada es un mosaico de resistencia. Una oportunidad de demostrar que se puede convivir en la diferencia", describe antes de empezar el desayuno uno de los miembros de esto que aquí todos sienten como una familia, de la que no quieren separarse, otra vez. El objetivo del encuentro es organizar la resistencia. El Ayuntamiento de Barcelona, propietario del viejo palacio en la céntrica plaza de la Gardunya que acogía la escuela de artes, ha iniciado el proceso para desalojarles.

Souad sirve el te. La joven salió de Marruecos hace 15 meses, sola.  A su llegada a Andalucía, empezó a trabajar como temporera en Huelva, recogiendo fresas. La dureza de las condiciones laborales y de vida -obligadas a dormir en el puesto de trabajo- hizo que al mes se marchara y viajara hasta Barcelona buscando una vida mejor, para lo que había salido de su país. Desde entonces, esta mujer de 33 años es una de las ocho que forman parte de La Tancada; como Hafida, de 39, también marroquí y también conoce el sabor más amargo de la fresa. Fátima, de 32, quien dejó en Marruecos, con su madre, a su hijo de nueve años, a quienes quiere traer a Barcelona cuando aprenda español, tenga papeles, trabajo y casa. En lo primero, la lengua, ya está trabajando. De momento Lofti, joven extutelado activista por los derechos de los inmigrantes, les hace de traductor. Las tres van a clases de castellano tanto en entidades sociales del barrio como en la propia Massana, de forma más informal, aunque efectiva.

Uno de los aspectos que más se trabaja en este espacio que han resignificado, que nació como un lugar desde el que luchar contra la ley de extranjería, son los cuidados hacia sus habitantes. Por algo son una familia. Activistas por los derechos humanos les acompañan a empadronarse, a gestionar el acceso a la sanidad y a las fundaciones cercanas -esto es el Raval y aquí si hay algo es red- en las que formarse.  

Segundo desalojo municipal

El espacio se organiza de forma asamblearia, con turnos para las tareas del hogar y las duchas. Además de las ocho mujeres, conviven seis jóvenes (la mayoría extutelados, entre 18 y 20 años), y varios hombres adultos como Mohamed,  de origen bereber, quien llegó a España bajo un camión. En su caso no huía del hambre -en Marruecos era universitario-, perseguía su sueño europeo. Su primer hogar en Barcelona, fueron las barracas de Glòries, "un descampado en el que vivía mucha gente, pero ya no está, lo desalojó el ayuntamiento", recuerda de forma meramente descriptiva, sin rencor. "Ahora aquí vamos a resistir. Que no nos echen, la mayoría de personas que vive aquí no tiene dónde ir", explica el joven, quien está estudiando castellano e informática en Càritas y cuyo próximo objetivo es aprender catalán.

Sobre una de las camas de la habitación de los hombres, en la planta baja de la vieja escuela, lo más parecido a un albergue, un lamina con un Hombre de Vitruvio. Recostado sobre ella, Nabil mira en la agrietada pantalla de su móvil un vídeo de su experiencia migratoria. Una barquita llena de mujeres, hombres y niños rezando para que Alá les protegiera durante el viaje, en una barca construida con sus propias manos y pagada de forma comunitario entre todos los pasajeros. 

Esta vez la plegaria funcionó y llegaron, hace menos de dos meses. Nabil fue uno de los últimos en llegar a La Tancada,  donde cada día llegan entre tres y cuatro personas buscan refugiando, según explica el veterano activista de Ciutat Vella Esteban, el 'yayo' de esta combativa familia. "Hace tiempo que no acogemos a nadie más. Somos 35 y es el máximo para que el espacio sea habitable y sostenible, pero las necesidades allá afuera son muchas", señala el hombre, quien el 25 de junio recibió a la comitiva de servicios jurídicos del consistorio que acudió a notificarles el inicio del procedimiento administrativo para desalojarles. Los planes municipales para el edificio son convertirlo en un equipamiento cultural. "Nos daban 10 días para irnos de forma voluntaria", recuerda Esteban, quien no llegó a coger la carta, pero sí la leyó.

Pese a que tienen claro que no se irán, los habitantes de la Tancada temen un desalojo en pleno mes de agosto, el peor momento para ofrecer resistencia. Los activistas de los movimientos sociales de la ciudad también necesitan vacaciones, algo que los 'comuns', procedentes en su gran mayoría de ese mundo, saben bien. 

Tras el desayuno y vestir la casa de pancartas para informar de la situación a todo visitante, una empoderadora foto de familia frente al edificio mostrando a los paseantes, la mayoría turistas, pancartas, con mensajes claros, acompañadas de cánticos que van del "No al desalojo" al "¿De qué Valls?", en alusión a la gestión de la inmigración hecha por el exprimer ministro francés, cuyos votos sirvieron a Ada Colau para revalidar la alcaldía tras la derrota electoral frente a Ernest Maragall. Pese a la gravedad de la situación, en la plaza de la Gardunya se respira hermandad y esperanza. Todos coinciden en algo más: haber vivido situaciones mucho peores.

Demandantes de asilo

Fuentes municipales defienden que el desalojo debe hacerse porque "hay obras pendientes en el edificio que quedaron paradas por la okupación". "Durante todos estos meses hemos estado en contacto con las personas que pernoctan en La Tancada para detectar posibles casos de alta vulnerabilidad (menores, personas enfermas, dependientes...); en el momento de las prospecciones la mayoría de personas eran demandantes de asilo que estaban pendientes de ser alojadas por el Estado", prosiguen las mismas fuentes, que destacan que "han dado respuesta a las demandas de la Tancada que eran competencia municipal, que son básicamente la agilización del empadronamiento a las personas en situación de vulnerabilidad (sin domicilio fijo)".

La actividad en el espacio sigue pese. No les queda otra. Este sábado a las ocho y media proyectan el corto 'Unburied'. "Nosotros ya hemos convertido este espacio en un equipamiento cultural", concluyen.

15 meses de lucha

La vieja escuela Massana fue okupada el 21 de abril del 2018, en un primero momento para dar visibilidad a la lucha contra la ley de extranjería. Denunciaban las "prácticas cotidianas del racismo institucional". Pedían acabar con las redadas policiales por perfil étnico y con los exámenes para lograr la nacionalidad, así como más facilidades para la reagrupación de las familias, el cierre de los CIE y el fin de las deportaciones. Sus demandas iban dirigidas a ayuntamiento, Generalitat y Estado. A este último le pedían que abriera plazas suficientes para los demandantes de asilo y agilizara el procedimiento de entrada al sistema de protección, que ahora llega a los seis meses.