LAZOS COMUNITARIOS

El Molí: la residencia a la que todos querríamos ir y el orgullo de 'La Prospe'

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Helena López

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Mari Carmen grita "¡te quiero!" con suficiente energía como para que la escuche Trinidad, su madre, desde el balcón de la quinta planta de la residencia El Molí, donde vive desde hace casi cuatro años. "¡Yo también te quiero!", "¡y yo!", le responden no con menos energía desde otros balcones. La piña que han hecho los trabajadores tanto entre ellos -que sacan a los ancianos al balcón a respirar y a ver, aunque de lejos, y sentir, el calor de los suyos- como con las familias de los residentes -siempre en la puerta del geriátrico por si había que echar una mano- ha sido el mejor remedio para superar estos tremendos meses. Esto es la Prosperitat (Nou Barris) y en el barrio las cosas funcionan así. "Si aquí hemos podido, se puede en todas las residencias", añade convencida Rosina Padilla, como Mari Carmen González, miembro de la plataforma de familias El Molí y de la Coordinadora <strong>5+1</strong>, creada para denunciar la deplorable situación en numerosas residencias de la ciudad, en las que han muerto más de 1.300 ancianos por covid-19. 

Lo que aquí han podido es tener una comunicación fluida con el centro, pese a los meses de aislamiento, como el resto de residencias del país. "Trabajar juntos. Ser escuchados. Lo que pasó esta primavera no puede volver a pasar si hay un rebrote. Ahora sabemos lo que es y no vamos a dejar que vuelva a pasar", prosigue luchadora Rosina.

Hablan desde una sala de reuniones de la residencia, junto a unas emocionadas Emilia Benítez y Jamila Mohamed, dos de las gerocultoras que han estado cuidando de su madre y su suegra a diario durante estos duros meses. Emilia y Jamila se emocionan con las palabras de agradecimiento sincero de Mari Carmen y Rosina, como se emocionaron hace unos días, cuando los familiares organizaron un aplauso desde la plaza hacia los balcones. "Aplaudimos a las trabajadores y a los abuelos. Han sido unos campeones, todos", señala Rosina, quien explica también emocionada que acudieron a los aplausos incluso familiares de residentes fallecidos. Sentimiento que ha desbordado el espacio en infinidad de ocasiones estos días. También cuando las familias regalaron una rosa por Sant Jordi a todos los residentes y los trabajadores, o cuando, el Día de la Madre, estos sacaron a todas las madres de la residencia a los balcones para que sus hijos las pudieran ver y decir 'te quiero' al estilo de Mari Carmen, quien durante todo el confinamiento no ha dejado de llevar cocas y torrijas hechas por ella a toda la quinta planta -la de su madre- ni una semana.

Nieta del barrio

Emilia Benítez tiene 31 años y hace ocho años que trabaja como auxiliar de geriatría. "Por vocación", insiste. El brillo de sus ojos por encima de la mascarilla cuando habla de "sus abuelos", muchos de los cuales la han visto crecer, porque ella también es del barrio, confirma que no miente. Hace un año y medio que entró a trabajar en esta peleada residencia, lo que para ella, hija de la Prosperitat, fue un sueño. "Lo que he visto aquí no lo he visto en ningún sitio. La implicación de las familias. En Navidad hicieron un concurso de decoración por plantas", prosigue la joven, orgullosa de un barrio "de personas trabajadoras; trabajadoras por el barrio y trabajadoras por su familia", reivindica al pie del cañón, como ha estado durante toda la pandemia. "Siempre di negativo", afirma.

Su compañera Jamila Mohamed asiente. Ella también dio siempre negativo y, aunque nació en Melilla, hace 20 años que vive el barrio, con lo que el orgullo  es compartido.  

"No tenía miedo al entrar aquí, yo sé de qué trabajo y adoro mi profesión. Yo tenía miedo al entrar en mi casa. Tengo una hija de 12 años a la que me pasé dos meses sin poder abrazar"

Emilia Benítez

— Gerocultora de El Molí

"Nosotras como familias y como barrio, queremos una residencia pública, de gestión pública, pero con el personal humano de aquí yo me quito el sombrero. Han salvado muchas vidas", remarca Rosina, quien insiste en la necesidad de bajar ratios ("están a uno diez y nuestra propuesta desde 5+1 es uno cuatro", detalla). "Todo el personal que se quedó, que no estaba de baja, se puso a hacer de gerucultor, 12 horas al día. Todos. Hasta la propia directora", agradecen las familias, quienes lo pasaron muy mal cuando llamaban a sus familiares y les decían 'sácame de aquí'. Antes del confinamiento Mari Carmen pasaba tres horas al día en la residencia con su madre y estos días ha tenido que convivir, como tantas otras familias, con un gran sentimiento de culpa. 

Miradas de complicidad

"Ninguna culpa. Nosotros les hemos dado todo el cariño que hemos hemos podido", la tranquiliza Emilia, quien ha convivido con el mismo sentimiento. Las cuatro se miran con complicidad y Jamila expone otra de sus sensaciones durante este tiempo. "Llegué a pensar que era yo la que les contagiaba a ellos. Y sabía que no, porque tomábamos todas las precauciones y siempre di negativo, pero tenía ese pánica, hasta que me cogió la directora, habló conmigo y me tranquilizó", relata. "Era muy duro cuando les veías irse y no podías hacer nada. Ellos, que estaban acostumbrados a abrazos cada día, y de repente de veían solos y escuchando solo nuestra voz desde dentro de un EPI", añaden las entregadas cuidadoras.

Un equipamiento con mucha historia

Cuando Emilia reivindica que son un barrio luchador no lo dice por decir. La mera existencia de esta residencia es una muestra de ello. Luchador y constante. Reivindicada desde los años 80, El Molí -con 100 habitaciones individuales, lo que ha evitado un mal mucho mayor- no abrió hasta el 2015, después de pasar tres años acabada, pero cerrada y vacía por falta de presupuesto. Finalmente entró en funcionamiento, primero gestionada por una filial de OHL, aunque por poco tiempo. "Estábamos muy descontentos con la gestión, y la gota que colmó el vaso fue un brote de sarna en el centro, que se nos ocultó. Ahí fue cuando formamos la plataforma de familias y logramos que les retiraran la gestión", recuerda Mari Carmen. 

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