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Residencias, la últimas víctimas de la gentrificación en Barcelona

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Elisenda Colell

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En 1994 José Cívico abrió la Residencia Roger de Flor, en la Gran Vía del Eixample de Barcelona. Era el hogar de 25 ancianos. La mayor superaba los cien años. Pero el propietario ha sido incapaz de aguantar la subida de 6.000 euros de alquiler que le exigía el propietario. Parecida situación la que vivió la residencia Ausiàs March, a la que la propiedad no le renovó el contrato de alquiler. Son residencias privadas, y los abuelos han tenido que ser reubicados. Pero los afectados tienen la sensación que su barrio solo admite a ricos.

El alquiler que pagaba la residencia Roger de Flor era de 6.200 euros mensuales. Un piso luminoso en el Eixample, de 500 metros cuadrados, con una terraza exterior. “Era su jardín”, dice Janeth Veliz, una de las trabajadoras, al recordar como los abuelos regaban las plantas y cuidaban de la terraza. Ahora, todo está patas arriba. La cocina, desballestada. Han tenido que descolgar las lámparas del techo y malvenden el mobiliario que les queda a través de Wallapop. El motivo del caos no es otro que el que asola a toda la ciudad: el galopante ascenso del precio del alquiler.

El propietario, dice Cívico, le exigió que a partir de este mayo el alquiler sería de 12.000 euros. “No lo puedo pagar, es imposible”, exclama al recordar ese momento. Si los familiares pagaban 1.700 euros, tendrían que haber asumido casi 3.000 cada mes. Muchos de ellos iban pagando la residencia con las ayudas de la dependencia. "Me podía haber plantado y esperar a que vinieran los Mossos, pero decidí cerrar y que cada uno se buscara la vida como pudiera", explica visiblemente emocionado.

El responsable de esta residencia en cierre explica que el propietario le dio la siguiente explicación. “Hay despachos de abogados, o oficinas, que sí lo pueden pagar”. Una acción, de momento, totalmente legal. “Yo creo que quiere venderse el edificio entero y hacer pisos turísticos, porque toda la finca es suya”. “Nos iremos a vivir fuera del Área Metropolitana, a Sabadell o a Terrassa, donde los precios no sean imposibles”, explican algunos.

Ni renovar el contrato

En el otro caso, la residencia Ausiàs March, el propietario no quiso ni renovarles el contrato del alquiler. “La directora no podía pagar todo ese dineral”, apunta una familiar. Odulia Palomares es otra familiar afectada. “Mi madre allí estaba muy bien tratada”, explica. Tiene 95 años y acaba de salir de un ictus. Ha tenido serios problemas para encontrar residencia substitutoria. “Cuestan mucho dinero, pero es que si la llevo a otros barrios o ciudades fuera Barcelona será más difícil que la podamos ver, no queremos dejarla sola”. Así que en vez de pagar 1.750 euros, ahora ya está en más de 2.000 al mes.

Ella cree que la causa no ha sido tanto el precio del alquiler, más bien la indiferencia u odio, que la sociedad viene demostrando con la gente mayor. “A los vecinos no les gustaba tener un geriátrico en el edificio”, explica. Colapsan el ascensor, van en silla de ruedas, les cuesta más andar… “muy injusto”, dice, “porque todos vamos a hacernos mayores y queremos estar en las mejores manos.” Sea como sea, la residencia cerró en marzo.

Una veintena de trabajadores se han ido a la calle. Josep, sin embargo, tiene mucho miedo. “Yo pensaba alargar tres o cuatro años más y jubilarme. ¿Qué hago ahora?”, se pregunta. A su edad, dice, es difícil encontrar trabajo. Y ha perdido todos los ahorros para pagar las indemnizaciones de los 16 empleados que ha tenido que expulsar.

El ayuntamiento y la Generalitat poco han podido hacer para salvar los negocios. Primero, por que son servicios privados. Segundo, porque la ley del alquiler permite las subidas de precio. Algunas fuentes apuntan que lo único que se podía aportar era financiando plazas con fondos públicos. Pero aun así, el espacio no estaba suficientemente adaptado.

Ahora mismo, hay 60.000 personas de más de 65 años residiendo en el Eixample. Son el 22% de todo el barrio. En tan solo 10 años, el ayuntamiento prevé que lleguen hasta los 90.000 y supongan un tercio del barrio. A la falta crónica de residencias en la ciudad, la gentrificación se empeña en poner las cosas aún más difíciles.