BARCELONEANDO

Los amigos invisibles

La tradición apesta a vida de oficina, igual que la comida de Navidad con los compañeros de trabajo

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Javier Pérez Andújar

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Han llegado los amigos invisibles porque ya no hay de quien fiarse. De niño siempre se tiene un amigo invisible, pero luego desaparece y solo quedan enemigos invisibles. Estamos rodeados de ellos. No sé por dónde debió entrar la costumbre navideña de celebrar el amigo invisible, apesta a vida de oficina lo mismo que la cena de navidad del trabajo. Antes, estas cosas las celebraban los jefes, y a los curritos les daban un lote para que se lo comieran en su casa con su familia. El lote de navidad era el regalo del eterno amigo invisible que es el poder, el sistema, o como se llame ese ser al que ofrecemos sacrificios desde que se levantó el primer templo en la apartada Göbekli Tepe. Ahora este sitio es un montón de tierra entre Turquía y Siria, pero fue el inicio de la civilización. Las conquistas sociales no existen, hemos vuelto a aprenderlo en estos años. Ningún avance se conquista, tan solo se tiene en usufructo hasta que viene el dueño a reclamarlo. Estos miles de años de civilización, 12.000, 15.000, han consistido en domar al monstruo invisible, al minotauro que nos ha encerrado en su laberinto. Toda abundancia es un simulacro, por eso viene disfrazada de regalo, de suerte. El lote y la lotería, las palabras se asocian como las personas.

Ningún avance se conquista, tan solo se tiene en usufructo hasta que viene el dueño a reclamarlo

Más o menos por estos días, los autocares de las fábricas dejaban a los currantes en sus barrios con una caja de cartón en la mano. Ese preciso momento, ese día de frío blanco de invierno, con alguien con una cazadora abrochada hasta el cuello, bajando del autocar en la orilla de la carretera, en una acera junto al mástil de hierro de la parada de autobuses, frente al bar de la primera barrecha, del primer carajillo, supone un pico evolutivo que arrancó en las afueras con el desfilar de los mineros que cantando hacían el camino de 'Qué verde era mi valle', y que se ve más tarde en otras películas, por ejemplo en 'Themroc, el cavernícola urbano' (con Michel Piccoli), en el mogollón de los obreros yendo a la fábrica en bicicleta, y que alcanza la cumbre, ya digo, cuando los trabajadores consiguen que el patrón ponga el transporte (más bien, fue otro detalle del amigo invisible). La sociedad del bienestar no pasó de ir en autocar a la fábrica. Pero no era moco de pavo, lo vemos ahora que estamos en caída sin fondo y echamos de menos el borde del despeñadero. Hoy sería un lujazo regresar a aquel saliente por donde nos arrojamos, pues a estas alturas, o a estas profundidades, a la gente hasta le cuesta dinero ir al trabajo, le sale caro porque no gana ni para una tarjeta de metro. El amigo invisible es el ángel de la guarda con contrato a tiempo parcial. También lo despidieron, la crisis se ha dejado notar en todos los sectores, pero el ángel nos tomó apego y por eso nos manda en fiestas navideñas ese regalo absurdo por el que nadie quiere dar la cara.

Otro efecto de la crisis es que ahora a la gente no se la persigue por los libros sino por cantar

¿Se acuerdan del Comité Invisible? Fue justo antes de la crisis, y los radicales franceses aún no habían cambiado sus pañuelos rojos por chalecos amarillos. Era un grupo anónimo; bueno, los anónimos eran los miembros, el grupo se llamaba así, Comité Invisible. El último coletazo situacionista de una pescadilla que iba a morir mordiéndose la cola como un palíndromo. El último aviso de los intelectuales de la extrema izquierda francesa, las esquirlas del 68, antes de desvanecerse en la historia. Sacaron un libro, mejor dicho un opúsculo, que se titulaba 'La insurrección que viene', aquí lo editó Melusina, y avisaban de todo lo que iba a pasar. Cuando todo va a peor, prever el futuro político a grandes rasgos no es demasiado difícil. El libro se convirtió en el último fetiche encuadernado. Su posesión se utilizó en Francia como prueba, como agravante, en la detención de los antisistema. Pero tenerlo equivalía a ser custodio del secreto, a salvar de la hoguera al amigo que sólo iba a sobrevivir a cambio de hacerse invisible. Se guardaba como aquí se guardó 'El libro rojo del cole'. Otro efecto de la crisis es que ahora a la gente no se la persigue por los libros sino por cantar. Lo escrito ya no vale nada. Secuestrar la edición de 'Fariña' obedece a otra guerra. Injurias. Hemos cambiado la ideología por el honor. El análisis por la indignación. Lo que antes era materialismo ahora es emoción.

El primer amigo invisible que vi dibujado en una historieta fue el fantasma Mac Latha, el de Sir Tim O'Theo. Era su amigo invisible intransferible. Aparentemente, sólo lo veía el viejo Sir; pero en realidad lo veía cualquiera que abriera el tebeo, lo veíamos todos excepto los otros habitantes de Bellota Village. Es terrible cuando se está en lo cierto y los que te rodean te creen chiflado. Pero Sir Tim y su fantasma existían sobre todo gracias a otros amigos invisibles, tan invisibles que ni ellos podían ver. Acaso intuían que estábamos ahí, y para que les salvásemos de la mentira en que se había convertido su mundo volvían cada semana. El amigo invisible no era el tebeo, no era el libro. Los amigos invisibles éramos, somos, los lectores.