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Barcelona dedica solo un 7% de sus calles a mujeres y la mayoría, de ficción

El nomenclátor es el subconsciente de la ciudad, un desván de contradicciones que, ¡oh, sorpresa!, hasta dedica una plaza al padre de la homeopatía

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Carles Cols

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El callejero de Barcelona (vamos, el nomenclátor, por decirlo fino) es un desván muy raro, algo así como el subconsciente de la ciudad, un lugar a sentar en el diván del psiquiatra, almacén de pecados y que, a poco que se explora, hasta depara sorpresas inexplicables, como que la homeopatía tenga una placita en la zona alta, dedicada a Samuel Hahneman, profeta mayor de esta seudociencia. Está tan diluida en la trama urbana que la mayoría ni siquiera sabe que existe. Se la concedieron en 1991. Algún concejal con migrañas, seguro. Es solo un ejemplo de las rarezas del nomenclátor, un lugar para descubrir que la plaza de Francesc Macià, antes de estar dedicada a José Calvo Sotelo, rindió homenaje a los siniestros hermanos Badia. Pero para rareza, y no fácil de resolver, como se verá después, destaca lo testosterónico del nomenclátor. El 47% de las calles están dedicadas a hombres. Solo un 7% de las calles tiene nombre de mujer, y de minúsculo porcentaje, además, más del 5% son reinas o personajes de ficción de ese universo marvel del catolicismo, o sea santas del santoral. Santa Eulàlia, sin ir más lejos, que jamás rodó cuesta abajo dentro un tonel repleto de cristales por una callecita del Gòtic.

Dolors Piera fue la primera concejala de Barcelona, feminista y mujer avanzada a su tiempo, pero en un nomenclátor tan testosterónico solo le pudieron conceder un interior de manzana

La cosa viene al caso por varios motivos. El primero es por enmendar las últimas líneas de un anterior artículo de esta sección, en el que se lamentaba que Dolors Piera, la primera concejala que tuvo esta ciudad, durante la segunda república, cómo no, no tuviera una calle en Barcelona y sí la tuviera el que fuera su archienemigo cardenal Casañas, que tanto y tan eficazmente luchó contra la modernización de las escuela catalana, no fuera que niños y niñas compartieran aula. Piera tiene un interior de manzana, que ahora no es posible visitar porque está en obras. Está en mitad de la supermanzana del Poblenou. Total, que como si fuera una penitencia, tocaba cita junto a esa plaza para que Ricard Vinyes, comisionado de Memòria del Ayuntamiento de Barcelona, perdonara comme il faut el error cometido y, ya de paso, saber por qué avanza tan poco a poco la feminización del nomenclátor, aunque avanzar, lo cierto es que avanza. El pasado sábado se le dedicaba una plaza, en el barrio del Besòs, a Dolors Canals. Y este viernes se inaugura otra, en el Gòtic, con el nombre de la también pedagoga Carme Simó.

Esta misma semana ha ocurrido en la comisión municipal de Cultura un episodio paradigmático. Esquerra presentó una propuesta para que María Cristina de Habsburgo-Lorena, también conocida como Doña Virtudes, apodo que tal vez le venía por lo que contrastaba al lado del crápula de su esposo, Alfonso XII, sea descabalgada del nomenclátor. Es un caso sorprendente. La que fuera reina regente tiene una avenida y una plaza. Pim pam. Dos homenajes. Los republicanos municipales creen que la plaza le quedaría estupenda a Carme Claramunt, feminista y primera mujer fusilada en el Camp de la Bota. ¡Ah!, y militante de Esquerra. Parece fácil, pero estas operaciones tienen que ser evaluadas primero desde múltiples puntos de vista, también económicos, y es que en el caso de Doña Virtudes hasta tiene parada de metro. Solo cambiar todos los mapas del suburbano ya costaría una cifra de cómo mínimo cinco ceros.

La sospecha, sin que haga falta mucho olfato para ello, es que el nomenclátor se emplea como ring. Las ganas de desborbonear las calles parecen obvias. Por cierto, antes de ser plaza de María Cristina lo fue de Alejandro Lerroux. Ver para creer.

Corre por Gràcia un plan para desbeatificar tres calles dedicadas a santas, justo al lado de la feota plaza de las Dones del 36

Este caso, sin embargo, no incrementaría la presencia de mujeres en el nomenclátor. Cambiaría una conservadora por una de izquierdas. Tampoco lograría el resultado deseado una campaña que pretende germinar en Gràcia para que tres callecitas del barrio, Santa ÀgataSanta Rosa y Santa Magdalena pierdan su prefijo beato, porque en realidad toman su nombre de Àgata Badia, su madre, Rosa Puigrodon, y la suegra de la primera, Magdalena Escarabatxeras, que en 1825 parcelaron y urbanizaron aquella zona de Gràcia. En la leyenda de la placa podrían grabar algo así como “emprendedoras decimonónicas”.

Justo al lado de la calle de Santa Àgata está, por cierto, la última victoria por feminizar el paisaje urbano de Barcelona, la plaza de las Dones del 36, urbanísticamente muy por debajo del estupendo nivel del resto de plazas del barrio y a la que, en breve, maquearán con un mural de gran formato con la imagen de Marina Ginestà, la falsa miliciana del hotel Colón de la plaza de Catalunya.

Plaza de las Bullangues

La cuestión, como explica Vinyes, es que las oportunidades de dedicar calles a mujeres son escasas porque la ciudad ya apenas crece. Se les da prioridad, pero a veces prevalecen otros criterios. Por ejemplo. La plaza dedicada a Antonio López, el cordero que expía los pecados del pasado negrero de gran parte de la burguesía catalana, será posiblemente la plaza de las Bullangues, en recuerdo a esos ataques de furia tan propios de Barcelona y que tanto han contribuido al desarrollo político y urbanístico de la ciudad.

Algún falangista pasa desapercibido en el nomenclátor con esa eficaz táctica local de catalanizar el nombre

La solución, visto lo visto, tal vez pase por apear del pedestal de los honores a personajes de cuestionable trayectoria y que pasan desapercibidos. Siempre son hombres. Son casos de esos que, lo dicho al principio, dicen mucho del subconsciente psicoanalizable de Barcelona. A Ignacio Agustí le homenajearon en 1992, no hace tanto, con una calle en Nou Barris. Es el autor que dio vida a Mariona Rebull, que no está claro si fue por eso que le dedicaron una calle, pero era, sobre todo, un falangista convencido, del que Vinyes aún recuerda el artículo que en 1966 publicó en el Diario de Barcelona cuando la policía aporreó brutalmente a un centenar largo de curas con sotana que protestaban frente la Jefatura Superior de Policía de la Via Laietana. Su tesis central era que aún se llevaron pocas hostias de vuelta a la parroquia, de las de porra, claro está.

El suyo es un caso similar a Eduardo Aunós, otro falangista empedernido, al que se le dedicó un polígono en la Zona Franca. Lo psicoanalizable es que bastó con catalanizarles el nombre, Ignasi y Eduard, para que, alehop, dejaran de parecer menos incómodos, más aceptables.

Dolors Piera, a lo que íbamos al principio, tiene una placita. Fue más feminista que pesuquera, pues a fin de cuentas, en los 40 la echaron del partido, mientras que su lucha a favor de las mujeres y de una educación moderna e igualitaria en las escuelas la mantuvo intacta en Chile, adonde se exilió. Vinyes se carteó con ella los últimos años de su vida. Falleció en enero del 2002. Fue bajo el mandato de Joan Clos que se la honró con una plaza. Cada caso, sin embargo, es distinto. Sirva como epílogo que a Montserrat Caballé, ya que se le ha concedido en vida la medalla de oro de la ciudad, podrían dedicarle una calle sin esperar los preceptivos cinco años desde su fallecimiento. Será curioso ver quién da el primer paso. La Esquerra que quiere cambiarle el nombre a la plaza de María Cristina (es un pronóstico) no será.