BARCELONEANDO

La increíble hora menguante

Como parece que nunca vayamos a cambiar de Gobierno, ni de clase dirigente, ni de país, nos queda el consuelo de seguir cambiando de hora

Reloj de la fachada del Teatro Poliorama, con el rótulo que dice 'Hora Oficial'.

Reloj de la fachada del Teatro Poliorama, con el rótulo que dice 'Hora Oficial'. / periodico

JAVIER PÉREZ ANDÚJAR

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Como parece que nunca vayamos a cambiar de Gobierno, ni de clase dirigente, ni de país, ni de nada de nada, nos queda el consuelo de seguir cambiando de hora un par de veces al año. Quizá se trate de un bipartidismo horario, de una alternancia de la hora entre marzo y octubre, de manera que dos gobiernos, el de verano y el de invierno, se reparten mutuamente nuestro derecho a decidir el tiempo que dormimos.

Existe una hora oficial y también existe la hora de cada cual. A esta última Quevedo la llamó “la hora de todos” en una sátira donde los dioses del Olimpo decretaban irrevocablemente que en todo el mundo, en un día y a una hora determinados, la gente se encontrase de repente con lo que cada cual se merece. La hora era la misma para todos, las 4 de la tarde de un día de junio, pero a cada uno le llegaba a su manera. Aquella oficialidad horaria la había anunciado Júpiter, aunque fue la Fortuna quien la designó como siempre ocurre.

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En Barcelona, a la hora oficial la reconocemos por un cartel que dice “hora oficial” bajo el reloj que hay en la fachada del edificio donde está el teatro Poliorama (por encima del balcón) y que es la sede de la Reial Acadèmia de Ciències i Arts, y es también el lugar donde estuvo el observatorio astronómico que precedió al Observatorio Fabra del Tibidabo. Durante mucho tiempo, ese fue el reloj que daba la hora exacta en la ciudad, y los paseantes se paraban delante para ajustar sus manecillas (las de los relojes).

UNA HORA

A la hora le pasa como a Amsterdam, que es la dimensión humana del tiempo del mismo modo que ese lugar con las puertas más bellas del mundo, ventanas a porrillo y porrillos por las ventanas, es una ciudad construida a escala humana. La hora ha sido una medida natural en nuestra vida cotidiana, y por eso las clases de los colegios, las visitas de pago y los programas de televisión duraban cerca de una hora, desde 'La hora' de Alfred Hitchcock hasta 'La hora chanante'.

En 'Un país en la mochila', una hora era lo que se empleaba en recorrer a pie una legua, a no ser que nos calcemos las botas del ogro como hizo Pulgarcito (pero no son ninguna bicoca, y el propio Perrault advierte en ese cuento que las botas de siete leguas fatigan de una manera extraordinaria a quienes las llevan). Al ser el tiempo paradójico, cuando el programa se llama 'La casa del reloj' solo dura media hora. Una hora es lo que se tarda en leer un álbum de 'Tintín', o 'Astérix', 'Lucky Luke'.

RELOJES

Phileas Fogg, que en el universo de Julio Verne iba a dar la vuelta al mundo en 80 días, fue el gran director de orquesta de las horas. Aquella burguesía racionalista del siglo XIX protagonizó las más grandes gestas con un reloj en el bolsillo. Y cuando sus retoños se rebelaron contra ella (culturalmente, se entiende), le rompieron los relojes. Eso hizo Dalí, que era hijo del notario de Figueres, al unirse a la revolución surrealista y llenar la pintura moderna de relojes blandos.

Pero unos años antes de que ocurriese, apenas abiertas las cortinas del siglo XX, el poeta Rilke había publicado su 'Libro de horas', que era su manera premoderna, mística, de renunciar a todo lo que iban traer los nuevos tiempos. Aunque en el libro figura que se dirige a Dios, entendido éste de un modo panteísta, es un poemario dedicado a una mujer. Los poetas siempre escriben con el paso cambiado; algo parecido se siente al leer el 'Cántico espiritual de San Juan de la Cruz'.

Rilke es un artista de la edad media, en eso resulta moderno, pues evidentemente su medievalidad no le viene de ir a cenar al mediévolo, sino de seguir atado al romanticismo (en cierto modo reinventores de lo medieval). En un libro posterior, 'Los cuadernos de Malte Laurids Brigge', muestra Rilke su fascinación por la tapicería de 'La dama y el unicornio', que visita en el Museo Nacional de la Edad Media de París (el Museo Cluny, vamos). Y el propio título de Libro de horas es una evocación de aquellos bellos libros manuscritos medievales, llenos de iluminaciones, dedicados a ordenar litúrgicamente el día.

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Uno de los más conocidos se llama 'Las muy ricas horas del duque de Berry', y la mayoría de sus iluminaciones fueron obra de los hermanos Limbourg, tres maravillosos artistas flamencos, también muy modernos, a quienes se debe, según los expertos, el primer paisaje de nieve de la historia de la pintura (es el que aparece en el mes de febrero del calendario inserto en ese libro).

Como los mitos del rock and roll, los tres murieron antes de haber cumplido los 30 años, en 1416, y asimismo murió ese año, ya anciano, su protector, el duque de Berry; puede que todos a causa de la peste. Más rock and roll. Otro Berry moderno murió la semana pasada a los 90 años. Chuck Berry. Se le ha reconocido en los obituarios que dio al rock su poética de sexo y carretera, es decir, que era poeta. El primer rock famoso, 'Rock around the clock', aunque no era de Berry, enumeraba las muy ricas horas que iba dando puntualmente un reloj. Con las mismas palabras, el género humano ha hecho maravillas diferentes.