Las secuelas de la guerra civil en la capital catalana
El oscuro secreto de Horta
Tras la ocupación de Barcelona por el ejército franquista comenzó una época de represión durísima, que tuvo como una de sus más espantosas consecuencias el establecimiento de una serie de campos de concentración con la finalidad de clasificar a los prisioneros de guerra y decidir su destino.
Una de estas terribles cárceles se instaló en el distrito de Horta, en los inacabados pabellones de la Casa de la Caritat, que estuvieron en activo hasta mediados de 1940.
Aram Monfort, doctor en Historia, investigador y destacado miembro del Centre d'Estudis sobre les Èpoques Franquista i Democràtica (CEFID), publicó en el 2008 su tesis Barcelona 1939. El camp de concentració d'Horta (Editorial Avenç). Su estudio es todo un referente en universidades y en blogs dedicados al pasado de Barcelona como Amics de Barcelofilia por la documentación que aporta de fuentes militares. «Monfort saca a la luz los mecanismos de funcionamiento de la cadena represiva del franquismo, así como la planificación de la ocupación de Barcelona, que había de servir de modelo para la posterior conquista de Madrid», describe Miquel Barcelonauta, fundador del blog, cuyos miembros consideran que este libro significa un gran paso en la recuperación de la memoria de los vencidos.
Monfort explica que cuando las tropas franquistas entraron en la capital catalana tenían orden de poner en funcionamiento un campo de concentración, pero no disponían de ninguna referencia. «Debía ubicarse en un espacio amplio que no fuera céntrico, con buen suministro de agua y de provisiones y de fácil comunicación», describe el autor en su publicación. Los pabellones de Horta reunían todos los requisitos. «El campo empezó a recibir prisioneros después del mínimo acondicionamiento imprescindible. Allí se decidía si los desviaban a las prisiones de la Modelo o las habilitadas de Sant Elies, el Cànem y El Palau de les Missions o los liberaban, según su implicación contra los franquistas».
Interrogatorios violentos
Se instaló una alambrada que fortificaba el complejo, una oficina y garitas de vigilancia y habilitaron los subterráneos para esconder los interrogatorios más violentos. La Casa de la Caritat eran dos edificios de grandes proporciones que estaban a medio construir. «Que no estuviera terminado fue un aliciente para el ejército ocupante. No tuvo que gastar energías ni material para acondicionar el recinto. Tampoco debía preocuparse del estado en que quedaría una vez cerrado», señala Monfort, que describe a esa Barcelona como una ratonera de la que era muy difícil escaparse.
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