a pie de calle

La fascinante luz en la oscuridad

EDWIN Winkels

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El parque de la Ciutadella está a oscuras. Se llama estos días festivos el Parc de la Llum, que es un gran invento pero que deja el resto del parque muy oscuro. Debe ser por el contraste, las luces de los espectáculos varios dejan huérfanos de iluminación los caminos, los jardines, los árboles. Aunque en algunas zonas se ha hecho a propósito eso de restarle luz al parque para que resalten más las luces de los artistas. (Está bien que normalmente se cierre de noche el parque, daría miedo, de verdad, pasar por ahí bajo la luz tenue de las farolas amarillentas; sería un escenario idóneo para los que ni siquiera a plena luz de día, en playas o ramblas abarrotadas, dudan en robar a cualquiera con descaro).

La luz siempre es un tema de debate en la ciudad. Por mucha -contaminación lúminica- o por poca. El nuevo alcalde es partidario de la última postura:Xavier Triaspiensa en bajar las farolas un poco de altura, para que estén más cerca del suelo e iluminen mejor. Magna operación.

En el Parc de la Llum no hay debate, sino la evidencia de que la luz nos fascina. No solo a unos geniosbeta que descubren que haya elementos atómicos que viajen más rápido que esos 300.000 kilómetros por segundo de la luz, sino a casi todo el mundo. Hasta el artilugio más sencillo nos atrae. O que parece sencillo, pero no lo es: un pequeño invento, sin escenario, sino en medio de la travesía principal de la Ciutadella, el paseo de los Til·lers. El año pasado, alucinamos todos como niños con un ballet de luces láser y humo, con buena música tecno de fondo. Luces rápidas de todos los colores que nos atrapaban y que apenas nos dejaban escapar mientras duraba la breve y casi continua función.

Hojas artificiales

Este año, en lugar de láser hay otro invento casi indescriptible, pero que fascina por su ingenio. Los de Tecnoràdio, sus inventores, lo llaman alfombras interactivas, que son creadas por luces y se mueven al paso de la gente. Una parece crear pequeñas turbulencias, en la otra son hojas caducas y artificiales de árboles que se desplazan cuando nuestro pies pisan encima. Una mujer, más intrigada que nadie, se quita incluso los zapatos para hacerse una foto.

No es nada, son unos breves segundos de diversión, y no solo para los más pequeños. Abren el camino hacia otras experiencias en un parque encantado, donde pájaros iluminados llevan al estanque, donde hay una pequeña cola para entrar en el Umbracle, donde una tribuna central se llena para ver artistas de Australia. Llegan sonidos de un lado y otro, miles de personas se mueven según donde les llevan sus sentidos, y el parque, tan oscuro, cobra una vida milagrosa donde lo único habitual son los lateros que venden cervezas insípidas que cuestan solo 25 céntimos por lata en el Caprabo.