BOMBAZOS DEL VERANO (8)

Ronaldo Nazário, un fenómeno que duró un suspiro

El fichaje del delantero brasileño empezó a negociarse en mayo de 1996 y se formalizó dos meses después por un precio récord en Miami. No resultó nada fácil, pero valió la pena. Su temporada de azulgrana fue memorable. 

Ronaldo Nazário, en su presentación como jugador del Barça, en 1996.

Ronaldo Nazário, en su presentación como jugador del Barça, en 1996. / FC BARCELONA

Albert Guasch

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Ronaldo Nazário se sentó en una cama de su habitación en un hotel de Nueva Jersey. En la cama de enfrente nos sentamos una periodista de un diario deportivo y quien esto escribe. Ronaldo era entonces un muchacho de 19 años sonriente y a la vez de una timidez a punto de romper como la cáscara de huevo. Hablaba casi con susurros, pero ya se le adivinaba el nacimiento del descaro. 

Pese a los controles malhumorados de los encargados de la selección olímpica de Brasil, el chico nos instó con el disimulo pertinente a que llamáramos a su puerta a una hora convenida para una perseguida entrevista. Unos días antes el Barça había acordado con el PSV Eindhoven un traspaso por 2.550 millones de pesetas (unos 15 millones de euros), una cifra récord en ese julio de 1996. Sin embargo, el mundo futbolístico no se asombró en exceso. Ronaldo, que venía de marcar con el PSV 51 goles en 53 partidos, era tremendamente bueno.

«El Barça no se arrepentirá de pagar todo ese dinero», afirmó con un tono de voz bajo que no cuadraba con la alta osadía de la frase. Revisando la entrevista, parece que concluimos con una pregunta sin excesiva sustancia. «¿Y tienes ganas ya de debutar con la camiseta del Barça?» «Sí, totalmente, pero que quede claro que aún falta firmar el contrato».

Uno se tomó esa declaración de aquel 13 de julio como un gesto de prudencia natural, pero para esa firma, que se daba por descontada, hubo aún que sortear obstáculos impensados. Se estampó el día 17 en Miami, donde Brasil ultimaba su preparación para los Juegos de Atlanta. Cuatro días pueden parecer pocos, pero no lo fueron para la delegación azulgrana. Acabó extenuada. 

Sin acceso al astro

El vicepresidente Joan Gaspart, el doctor Borrell, Josep Lluis Núñez y Navarro (hijo del entonces presidente) y el directivo Juan Ignacio Brugueras toparon con el cerrojo que la Confederación Brasileña de Fútbol impuso alrededor de Ronaldo. No les dejaban acercarse a él, mucho menos someterle a la revisión médica que certificara que su rodilla, operada hacía unos meses, estaba sana.

«Aquí el Barça no pinta nada, lo importante es el verde y amarillo, no lo azulgrana. El Barça debe respetarnos y dejarnos trabajar», espetó el seleccionador Mario Zagallo. Gaspart, siempre tan apegado al melodrama, rememoró después que sufrió lo indecible aquellos días en Miami, que casi ni durmió ni comió, rumiando cómo lograr la firma del jugador en el contrato que llevaba a todas horas consigo. Ronaldo, que ya había declarado que no pensaba volver a Holanda, se carcomía por dentro. «Lamento lo que está pasando, no puedo hacer más, cumplo órdenes». 

Ronaldo Nazário, en su breve etapa azulgrana.

Ronaldo Nazário, en su breve etapa azulgrana. / EL PERIÓDICO

Al final, la insistencia, el hartazgo y algunas tretas rememoradas con tintes épico-bufonescos (cuentan que el doctor Borrell se coló a través de la cocina del hotel Bilmore en la habitación del futbolista para examinar la articulación) el delantero pudo ser presentado en una salita del susodicho hotel. 

Tira y afloja con los representantes

Las dificultades no precedieron solo de la confederación brasileña. A última hora, los agentes de Ronaldo (Reinaldo Pita y Alexandre Martins) se sacaron de la manga unas exigencias fiscales que pusieron de los nervios a la delegación barcelonista y al propio Núñez, quien era informado puntualmente de las negociaciones desde Barcelona. «Fue a las 4 o 5 de la madrugada, que les dije: ‘Os volvéis todos a Barcelona, no se hable más. Se ha roto todo’», recordaría días después el difunto mandatario, pavoneándose de lo duro que se tuvo que poner. 

El golpe de efecto que buscaba Núñez tras el despido tormentoso de Johan Cruyff un par de meses antes se consumó a tiempo. Al día siguiente el mandatario pudo presumir en la Asamblea de Compromisarios de fichaje estrella. Bobby Robson, el nuevo técnico, habría preferido al inglés Alan Shearer, pero no tardó en descubrir que Ronaldo era mucho mejor. Firmó por 8 temporadas, un sueldo anual de 250 millones de pesetas creciente (1,5 millones de euros) y una cláusula de rescisión de 4.000 millones de pesetas (unos 24 millones de euros) que no fue nada disuasoria.

Al año siguiente, después de una temporada estratosférica, el Inter de Milán se lo llevó con la colaboración de Pita y Martins (ambos acabarían condenados a 11 años de cárcel en Brasil por evasión de capitales). No, el Barça no se arrepintió de pagar un traspaso récord, como auguró Ronaldo en aquella cama de Nueva Jersey. Si acaso, de disfrutarlo tan poco.

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