No mezclar política y deporte
Deberíamos esforzarnos para no volver a caer, en este Madrid-Barça, en lo de mezclar política y deporte. Por esta vez, obedecer lo que ordenaban en su momento los consejeros locales del Movimiento (antes de que los equipos hiciesen el saludo fascista al inicio de los encuentros): no mezclar esas dos cosas. Por esta vez, atender a lo que piden medios tan prestigiosos como Telemadrid o La Razón, que, prudentes, ni siquiera aconsejan reanudar la costumbre de efectuar aquel viejo saludo.
Que conste que a nosotros nos gusta mezclar política y deporte. Pensamos que son dos cosas que en la práctica siempre van juntas. Pero por unas cuantas horas podemos respetar su tesis de que juntarlas es antideportivo y antisocial. Aunque no lo digan en voz alta, piensan que los árbitros deberían pitarles aún muchos más penaltis a quienes proclaman que son más que un club, ya que eso no está recogido ni en la Constitución ni en las leyes ordinarias. Miguel Ángel Rodríguez, el de las metáforas con la palabra fusilar, también dio alguna pista del palo de que van quienes discrepan de los seguidores que esgrimen en los estadios banderas que no sean una de las dos variantes de la roja y gualda, la que lleva pajarraco y la que no.
No mezclar las cosas cara al clásico es muy conveniente en este momento delicado de la relación Catalunya-España aunque solo sea para que no nos expulsen de La Mejor Liga Del Mundo antes incluso del 9N. Están tentados. Cruzan apuestas sobre si en ese caso el Barça jugaría la Copa Cataluya, la liga andorrana o acabaría en algún campeonato africano. Esta vez los líos van muy en serio. Se impone la prudencia. Haríamos bien afirmando que, gracias a nuevas tecnologías como el AVE, Madrid y Barcelona están más cerca que nunca tanto en lo físico como en lo espiritual. Y si pasa, pasa.
El Barça debería contribuir a que el Bernabéu sea una fiesta. Jugar bien pero sin pasarse. Combinar, chutar alguna vez, pero no incomodar al numeroso grupo de detentadores de las visas opacas de Bankia que pululan por el palco de Florentino. Luis Enrique podría contribuir demostrando autoridad. Estaría bien que aleccionase a los jugadores que saben colocar con precisión la pelota donde quieren, a muchas decenas de metros, para que bajo ningún concepto uno de sus despejes alcance a Rajoy, que presumiblemente estará en el palco. No, Alves; no, Mascherano; no, Mathieu: al despejar la pelota tampoco se debe mezclar política y deporte. Y si las cosas se ponen difíciles para el Madrid, Luis Enrique podría repetir lo de sustituir a Messi; fue un gesto que gustó muchísimo en la capital de España.
Y en el césped, conducta intachable. Que hombres de verdad, como Cristiano, el del dulce nombre, sea tratado con la misma delicadeza con que aquí manejamos las urnas de cartón en las consultas no oficiales. Y que hombres de verdad, como Sergio Ramos, puedan exhibir espesos hilillos de sudor blanco bajando por sus piernas solo por pensar en que esta vez, además de Messi y Neymar, tiene a su alcance a Luis Suárez.
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