Principio y fin

En deuda con J.K. Rowling

La madre de Potter recuperó la norma de que la lectura debe ser un placer

Joan Portell
Crítico

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Situémonos: finales del siglo XX. La literatura juvenil está plagada del denominado realismo crítico, la confianza de los adultos hacia los jóvenes lectores se limita a libros bautizados como "fáciles de leer", de temática actual y realista, de no más de 100 páginas y que, muy especialmente, se adecuen al currículo escolar de la época.

Esto conlleva que, a falta de puentes, los jóvenes lectores se vean obligados a dar un salto mortal que les lleva desde las historias infantiles hasta aterrizar en una literatura dominada por la anorexia, las primeras relaciones sexuales y el acoso escolar.

Pero, de repente, en 1997,J.K. Rowling,una autora hasta entonces desconocida, recupera una literatura fresca, basada en el principio de que leer debe ser un placer. Es una literatura que recupera la fantasía (en este caso protagonizada por Harry Potter, un joven aprendiz de mago), también los libros voluminosos (casi 300 páginas) y, en definitiva, la confianza del lector.

Es una literatura que recupera un camino olvidado en la didáctica del placer lector: el leer por ósmosis, es decir, por contacto entre varios lectores y sus emociones. Un placer que, como dice la pedagogaTeresa Duran,"pasa por debajo de los pupitres". Si no queremos matar la gallina de los huevos de oro, por favor, que continúe esta forma de transmisión.