Opinión | ISLAS A LA DERIVA

Olga Merino

Olga Merino

Periodista y escritora

El cuaderno de un taquígrafo insomne, por Olga Merino

‘El sueño de Dickens’, cuadro de William Buss.

‘El sueño de Dickens’, cuadro de William Buss. / EPC

Antes que fraile, el inabarcable Charles Dickens fue cocinero en el fogón del periodismo, actividad que a menudo se soslaya si bien lo acompañó hasta el último de sus días. Cuenta Paul Schlicke, uno de sus varios biógrafos, que el autor de ‘Tiempos difíciles’ tenía 16 años cuando, poco antes de abandonar su puesto de chupatintas en el bufete de abogados Ellis & Blackmore, se compró por media guinea un método de taquigrafía, el manual más popular entonces entre los cronistas parlamentarios, en una época en que la rapidez y fidelidad de las transcripciones podía derruir o encumbrar la reputación de un periódico. Con la fuerza de voluntad de un martillo, logró domeñar la estenografía y su alfabeto ("un verdadero templo egipcio" en sí mismo), a cuyo aprendizaje dedicó una deliciosa descripción en ‘David Copperfield’: "Las terribles secuelas de una curva colocada en el lugar erróneo no solo turbaban mis horas de vigilia, sino que me perseguían en sueños". 

A lo largo de su vida llegó a tocar todos los palos de la baraja periodística: cronista parlamentario, reportero de calle, columnista literario, director de diarios e incluso empresario

Con ese bagaje comenzó a trabajar como taquígrafo ‘freelance’ en las sesiones del Doctors’ Commons de Londres, una serie de tribunales que se ocupaban de cuestiones eclesiásticas y del almirantazgo, desde donde su habilidad le permitió catapultarse en 1831 a documentar las sesiones parlamentarias para el ‘Mirror of Parliament’, que había fundado su tío John Barrow, y enseguida después para el ‘Morning Chronicle’. El ritmo trepidante de los debates entre ‘tories’ y ‘whigs’, a los que asistía tanto en la Cámara de los Comunes como en la de los Lores, apretujado entre colegas en la última fila de las tribunas, se acomodó como un guante de látex al temperamento hiperactivo de Dickens. A lo largo de su vida llegó a tocar todos los palos de la baraja periodística: cronista parlamentario, reportero de calle, columnista literario —entusiasmaron al público las viñetas (‘sketches’) de la vida londinense que firmaba con el pseudónimo Boz—, director de diarios e incluso empresario, pues la independencia financiera gracias al éxito novelístico le permitió el lujo de participar o fundar dos semanarios: ‘Household Words’ y ‘All the Year Round’.

Cubrir un vacío editorial

El autor británico dejó tras de sí un corpus periodístico colosal, y es por ello por lo que la editorial Gatopardo viene a cubrir un gran vacío en el mundo de habla hispana con la publicación de ‘Pasiones públicas, emociones privadas’, una antología comentada de artículos inéditos en castellano, 30 en total, a cargo de Dolores Payás, una anglófila irredenta, responsable también de la exquisita traducción.

La crítica y los académicos del siglo XX se obcecaron en separar al novelista del gacetillero en una suerte de confrontación binaria; no se entendería al uno sin el otro

A menudo, la crítica y los académicos del siglo XX se obcecaron en separar al novelista del gacetillero en una suerte de confrontación binaria que habría dejado perplejos a los coetáneos de Dickens. No se entendería al uno sin el otro, ya que operaban en una dinámica "similar a la de los vasos comunicantes", aduce Payás. Sus vagabundeos de ‘flâneur’ insomne le permitieron conocer todas las costuras de la ciudad y entresacar así ideas para sus reportajes, difuminando las lindes entre géneros, mientras que los asuntos candentes de la época victoriana que se dirimían en los escaños alimentaban sus ficciones: Dickens comenzó a escribir ‘Oliver Twist’ justo después de la aprobación de la infausta Poor Law (1834), que cortaba de raíz cualquier ayuda a los necesitados a menos que estuvieran encerrados en un asilo para pobres (imprescindible el artículo titulado ‘La workhouse’).

Cierra la antología una mácula en la biografía del autor, un borrón jugoso: el marrullero mentís que publicó en 1858 para sepultar las habladurías en torno a la relación extramarital que mantenía con una actriz, permitiéndose mencionar una ‘pax’ doméstica inexistente después de que hubiera intentado colar a su esposa en un manicomio. No, nadie es perfecto, ay.  

‘Pasiones públicas, emociones privadas’

Autor: Charles Dickens

Traducción: Dolores Payás

Editorial: Gatopardo

420 páginas. 24,50 euros