En medio de la nada

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EXPEDICIÓN MALASPINA / 25 de febrero del 2011

LUIS MAURI / A bordo del 'Hespérides'

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"Ahora, guardad silencio absoluto y meditad sobre la brevedad de la vida y la inmensidad de los océanos". El profesor de Historia Juan José Martínez Úcar gobernaba con inteligencia y desparpajo el aula en los primeros años 70. Sabía despertar el interés de los alumnos y, cuando la efervescencia adolescente amenazaba con convertir la clase en un gallinero, esa táctica de apaciguamiento siempre le funcionaba. Por supuesto, los chavales no se entregaban a la reflexión sobre la fugacidad del tiempo (¿a los 13 años? ¡ja!) ni sobre la insignificancia del ser humano, pero las aguas bravas se amansaban al punto.

Quienes sí piensan a menudo en la inmensidad de los océanos son los científicos y los militares embarcados en la Expedición Malaspina. Muy lejos ya de las costas africanas de las que zarpó y aún más de las australianas a las que se dirige, el Hespérides navega en medio de la nada. A diferencia del Pacífico, salpicado de archipiélagos, el océano Índico, especialmente en el sur, es un inmenso desierto de agua salada.

Rebasada ya la longitud de las islas Mauricio y Reunión, el buque oceanográfico de la Armada española navega fuera de todas las rutas marítimas. Nunca hay nada a la vista en el horizonte. Solo agua, agua y más agua. En la última semana, el radar solo ha detectado un par de mercantes. Hoy, la distancia con Mauricio y Reunión se ha recortado algo, hasta 600 millas náuticas (1.110 kilómetros), pues el Hespérides se ha desviado al norte de la derrota fijada, buscando rumbos más cómodos para la navegación en este mar inquieto.

Aislamiento

La sensación de aislamiento (nada de sensación: el aislamiento real) será mayor en los próximos días. En torno al 2 de marzo, el barco navegará a 1.600 millas (3.000 kilómetros) de Mauricio y a otras tantas de Australia, sobre el paralelo 30 sur. Dentro de un círculo de 3.200 millas (6.000 kilómetros) de diámetro, con el Hespérides en el centro, solo habrá entonces dos pedacitos de tierra, unas 800 millas (1.500 kilómetros) al sur del buque. Son las diminutas islas Amsterdam y Saint-Paul, pertenecientes a los Territorios Australes Franceses.

Amsterdam, de 55 kilómetros cuadrados, es volcánica y alberga una pequeña base francesa. Fue descubierta por Juan Sebastián Elcano en 1522 y bautizada un siglo más tarde por el holandés Anthoine Van Diemen. Saint-Paul, una roca pelada de ocho kilómetros cuadrados, está deshabitada. Las dos islas están a caballo de los paralelos 37 y 38 sur, tocando ya a los Rugientes 40, las ventosas latitudes meridionales cuyo nombre evoca el aullido del viento y donde el Índico pide bronca cada día.

Es un lugar ideal para seguir el consejo del profesor Martínez Úcar y meditar sobre la inmensidad del océano. Para eso y para cruzar los dedos: este no es buen sitio para accidentes ni urgencias sanitarias.