El creciente malestar social
Trump, May y Dylan: ¿giro a la izquierda?
Josep Oliver Alonso
Catedrático de Economía Aplicada (UAB) y codirector de EuropeG.
JOSEP OLIVER ALONSO
Los tiempos están cambiando. Y aquello que parecía sólido e inmutable hace una década se está diluyendo ante nuestros ojos, arrastrado por una corriente que todo lo engulle. Esta se manifiesta en forma de creciente desapego hacia el liderazgo de las élites occidentales y de feroz crítica a su conducta, que se percibe cada vez más como estrictamente egoísta. Y hay que ser honestos y reconocer que, frente al quebranto de las condiciones de vida de amplios sectores sociales, han sido incapaces de ofrecer alternativas. Además, ese deterioro tiene razones estructurales: a los destrozos de la crisis financiera, sumen los provocados por la globalización, el cambio técnico y el envejecimiento. Ese es el transfondo que está actuando, y que continuará haciéndolo.
Como respuesta a estas nuevas realidades, florecen alternativas políticas que se han convertido, para los mercados financieros y la economía global, en potenciales pesadillas. Así, en la última reunión del FMI la mayor preocupación no era la salud de la banca o el crecimiento de China, sino la alteración de las condiciones de competencia mundial que podían generar opciones como el brexit, o el proteccionismo de Donald Trump.
TRUMP RECOGE EL MALESTAR
En el caso de Estados Unidos, es ya evidente que Trump recoge, entre otros elementos, la insatisfacción por la pérdida de bienestar de trabajadores blancos cualificados que se atribuye, con razón, a los efectos de la globalización. Una insatisfacción que recogía Bernie Sanders, pero cuya candidatura fue, en la práctica, vetada por el establishment demócrata y a la que Hillary Clinton parece incapaz de dar satisfacción. Además, aunque Trump pierda, el problema no desaparecerá. Al contrario, si no se atiende a sus orígenes y se corrigen sus efectos, continuará creciendo. ¿Recuerdan los jocosos comentarios sobre Sarah Pallin de hace ocho años? ¿Y el desprecio hacia el Tea Party? Aquellas risas se han helado hoy en la cara de muchos.
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Pero seamos equitativos. En Europa también cuecen habas. La conferencia de Bratislava, que debía haber suministrado las claves tras el brexit, se cerró en falso. Y, lo que es peor, con posiciones encontradas sobre aspectos tan esenciales como la devolución de poderes, los límites a la solidaridad, el control de fronteras o la distribución de los flujos inmigratorios... Como posible cemento que pudiera aglutinar a la Unión los próximos años, lo único que emergió fue la vieja idea de una defensa común. ¡Vaya mimbres para revertir el creciente pesimismo europeo! Sumen a ello lo que apuntan las manifestaciones de este fin de semana contra el tratado de libre comercio con EEUU (el TTIP) y los excesos de la globalización. O el veto del Parlamento de Valonia al acuerdo comercial con Canadá (CETA) que debía firmarse la próxima semana. Esta oposición lo sitúa en un limbo jurídico, ya que obliga al Gobierno belga a votar en contra en una decisión que exige unanimidad de los socios europeos.
EL NOBEL A BOB DYLAN, UN GUIÑO
Pero no todas las élites tienen la misma percepción de la profundidad de los cambios o de lo que deberían hacer para recuperar su posición. Theresa May está emergiendo, junto a Jeremy Corbyn, como una líder que ha comprendido lo que se mueve bajo sus pies. Su discurso en la conferencia del Partido Conservador es el de un giro copernicano, calificado como el entierro del thatcherismo por Martin Wolff en el Financial Times: más Estado, mayor apoyo a los económicamente débiles, más control de las empresas, mayor regulación de los altos salarios, más igualdad de oportunidades... Y con afirmaciones tan poco conservadoras como cuando postuló que «nadie, ningún magnate, por rico que sea, ha triunfado estrictamente por su esfuerzo». ¿Quién hablaba? ¿Corbyn o May? Y no confundan la retórica antiinmigración con el giro que propone: si el Labour se tira a la izquierda, los tories se mueven al centro e, incluso, al centroizquierda.
Una última señal de la turbulencia de esos tiempos es la concesión del Nobel de Literatura a Bob Dylan. No discutiré, ni tengo capacitación para hacerlo, sus méritos literarios. Pero no me negarán que el premio es un guiño a ese creciente grupo de población que, frente al modelo de un capitalismo diseñado para mejor gloria y beneficio de unos pocos, está crecientemente cabreado. Alguien ha comprendido que, para no ser arrollados por la manifestación del hombre corriente, hay que ponerse delante. Los tiempos están cambiando. De hecho, han cambiado ya. ¿Y aquí, alguien se entera?
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