Río ya tiene su momento olímpico

Vanderlei de Lima, tras encender el pebetero de Río con el fuego llegado de Olimpia.

Vanderlei de Lima, tras encender el pebetero de Río con el fuego llegado de Olimpia. / periodico

JOAN CARLES ARMENGOL

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Ha tardado una eternidad, pero Río de Janeiro ya tiene su momento olímpico. Desde 1896, los Juegos nunca habían recalado en Sudamérica, y desde hace siete años -momento de la designación como sede del 2016- el país y la ciudad han sufrido más de lo que era imaginable.

La ceremonia inaugural surtió el efecto de un acto reivindicativo y, a la vez, liberador. Los Juegos han echado a andar con mejor pie del que se podía suponer y, ahora que Brasil ha demostrado al mundo que es capaz de confeccionar una fiesta de apertura totalmente homologable, nos podremos dedicar a lo que importa, al deporte: que ruede el balón.

Barcelona-92 subió el listón de la emoción hasta límites insospechados con la flecha de RebolloPekín 2008 impresionó con la carrera por la cornisa del Nido del Pájaro de Li Ning. Londres 2012 echó mano de su cine, de su música y de su Reina (hasta de James Bond) para alcanzar altas cotas, como había hecho Atenas 2004 explotando su condicion de cuna histórica del olimpismo.

Río, que no pudo contar con su brasileño más universal, Pelé, por razones de salud, encumbró a uno de esos héroes desafortunados que merecen una redención. Vanderlei (Cordero) de Lima se vio expulsado del olimpo por un desaprensivo que le agredió en el maratón de Atenas cuando se dirigía vencedor a la meta. Se quedó con el bronce olímpico y ese sabor metálico de la decepción en la boca. Este viernes (sábado en España), De Lima tuvo el honor de prender el pebetero, el acto más sagrado y significativo de toda ceremonia inaugural.

Una fiesta, por cierto, de alto valor artístico, que comenzó como un tiro, uniendo poesía y modernidad y explicando muy bien lo que ha sido, es y representa Brasil a través de una tecnología sorprendentemente eficaz y unos movimientos de masas alucinantes. La música, la cultura y la historia también tuvieron su papel y estuvieron bien representados. Pero no hay espectáculo que sobreviva al parón de hora y media que supone el desfile de los atletas, que enfría al más apasionado de los espectadores televisivos.

Cuatro horas de ceremonia son excesivas, y encima el COI alargó los parlamentos y se inventó un nuevo premio que entregó en plena fiesta inaugural a Kipchoge Keino, con turno de agradecimiento y todo. Los atletas son los protagonistas y tienen derecho a desfilar y disfrutar de su momento, pero el resto de la liturgia olímpica habría que acortarla al máximo. Menos palabras y más espectáculo.

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