'En estado salvaje', de Charlotte Wood: el horror, en femenino plural
Es una alegoría del sexismo, pero también una novela de encierro y supervivencia
Sergi Sánchez
Crítico literario
Periodista cultural, colaborador de medios como 'Fotogramas', 'Rockdelux', 'Caimán Cuadernos de Cine' y 'La Razón'. Profesor de la Facultat de Comunicació Audiovisual de la Universitat Pompeu Fabra y jefe de departamento de Estudios Fílmicos en ESCAC.
Sergi Sánchez
El escenario es propio de una secuela australiana de 'Hostel'. La comparación no es casual, en la medida en que el 'torture porn' de Eli Roth y sucedáneos extrema la cosificación del cuerpo femenino en el cine de terror para uso, sufrimiento y placer de la mirada masculina, y lo que hace Charlotte Wood es, precisamente, reflexionar, en clave literaria, sobre las implicaciones sociológicas de lo que hace Eli Roth, encarnación de la misoginia implícita en esa mirada.
Se nos pone en la piel de las víctimas -diez chicas que, drogadas y desprovistas de todas sus posesiones, son encerradas en un particular campo de exterminio, donde, durante nueve meses, tendrán que luchar por su supervivencia- de una realidad distópica que conocemos con lentitud, gradualmente, a medida que ellas mismas unen la línea de puntos para dibujar un retrato robot común, que explique por qué han sido las escogidas para atravesar este calvario. Todas han estado implicadas, de un modo u otro, en un escándalo sexual con hombres más o menos poderosos, y todas han acabado en este árido infierno, cercado por una valla electrificada, en celdas como perreras, vigiladas por dos guardianes y una enfermera costrosa, porque el patriarcado ha decidido eliminar pruebas, temeroso de verse salpicado por el testimonio de esas mujeres hermosas que podían comprometerle.
Charlotte Wood utiliza un relato alegórico para tomar nota del sexista estado de cosas de la sociedad contemporánea
De las diez, dos van a ser nuestras guías a través de este agónico confinamiento. Vera y Yala son la razón y el instinto, los polos opuestos de un eterno femenino que, en pleno siglo XXI, sigue siendo codificado según los patrones castradores de hipócritas discursos de igualdad de género. El obligado cautiverio al que son sometidas estas mujeres parece tener un único objetivo, que es aniquilar su identidad, pero en condiciones de vida tan extremas, Wood nos demuestra que los roles sexuales reaparecen para redefinirse en unos casos y para reafirmarse en otros. No estamos ante una novela sobre el empoderamiento (qué palabra) femenino, porque, a pesar de trabajar con estereotipos, Wood no está escribiendo ni una novela redentora, ni esperanzadora, ni siquiera reivindicativa. Utiliza un relato alegórico -al hilo de 'El cuento de la doncella', la obra maestra de Margaret Atwood con la que se la compara- para tomar nota de un sexista estado de las cosas de la sociedad contemporánea.
Eso sí, la teoría no está por encima de la práctica. Ante todo, está la novela de encierro y supervivencia, el thriller de espera de las almas y declive de los cuerpos, con el anhelo de la huida en un horizonte incierto, escrito con una prosa que nunca deja que la poesía sublime el horror de las víctimas. Sublimarlo resultaría condescendiente, y la contundente sequedad del estilo de Wood no se puede permitir serlo. Podrían abundar las torturas, las escenas escabrosas, que, sin embargo, están dosificadas con cuentagotas. Y sin embargo, el lector tiene la sensación de que cada página es un martirio, una herida abierta, un plato de agua sucia, un conejo muerto envuelto en moscas negras. “En estado salvaje” es una novela antipática, incluso desagradable de leer, pero de la que no puedes apartar la vista. Y es que a veces el horror solo puede percibirse de frente, implacable y sin coartadas.
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