El esplendor de la dinastía Ming deslumbra en CaixaForum

El centro recorre tres siglos del linaje chino a partir de 126 piezas que salen por primera vez del país

La pintura de 13,5 metros de longitud es una de las piezas más singulares de la exposición.

La pintura de 13,5 metros de longitud es una de las piezas más singulares de la exposición. / periodico

NATÀLIA FARRÉ / BARCELONA

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Ming suele ser sinónimo de jarrón de porcelana blanca y azul de exquisita decoración, piezas impresionantes, sí, pero que no son, ni de lejos, la única muestra de arte que se ejecutó durante los tres siglos que esta dinastía dirigió el país. Doscientos setenta y seis años, entre 1368 y 1644, que supusieron una etapa de prosperidad y riqueza estrechamente ligada al gusto por las artes y a la cultura de lo bello, prácticas artísticas que empezaron siendo patrimonio del emperador y de la elite dirigente y que acabaron como objeto de consumo de las clases adineradas. De todo ello, de la singladura de China durante ese periodo y de sus manifestaciones creativas habla 'Ming. El imperio dorado', la muestra que reúne en CaixaForum, hasta el 2 de octubre, 126 piezas –cerámicas, telas, orfebrería, pinturas y obras sobre papel– prestadas por el Museo de Nankín, obras que salen por primera vez de China.

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El objetivo es facilitar "la comprensión de la dinastía Ming, una etapa importante de la historia de China que sumó 16 emperadores" y que supuso el paso de una "estructura jerárquica con un gran control interno" a una "apertura al mundo y a la exportación" de, entre otros productos, los famosos 'jarrones Ming', según explica Tim Pethick, director de Nomad Exhibitions, entidad coproductora de la exposición junto con el Museo de Nankín y CaixaForum. Dichos cambios sociales llevaron a la "pérdida del control por parte del emperador" y a la postre supusieron el fin de la dinastía y al advenimiento de los Qing, continúa Pethick.

'AMARILLO GRASA DE POLLO'

Para narrar lo acontecido durante estos tres siglos se ha hecho una selección "extraordinaria", a criterio de todos los organizadores, de piezas consideradas tesoros nacionales, como "el equivalente chino de 'La Gioconda'", subraya Pethick: la obra 'Mujer tocando la flauta de bambú vertical', una pintura enrollable firmada por Tang Yin, uno de cuatro maestros de la Escuela de Wu y uno de los artistas más importantes del país. Pero antes de llegar a 'La Gioconda' china, ubicada en la parte de la exposición centrada en las escuelas artísticas que se desarrollaron durante el periodo, la muestra se centra en el emperador, en la clase dirigente y  en todo el arte que se desarrolló alrededor de uno y de otros.

Así, hay espacio para la cerámica amarilla ('amarillo grasa de pollo' o 'amarillo delicado') de uso exclusivo en la corte; para la iconografía: un dragón con cinco garras simboliza el emperador y el ave fénix a la emperatriz; y para la construcción de las ciudades imperiales de Nankín y Pekín. La primera con una muralla que cuenta con cada uno de sus ladrillos identificados con el nombre del fabricante, una manera de saber a quién castigar en caso de que la calidad no fuera la deseada, o sea, perfecta. Y la segunda diseñada según la armonía del universo.

13,5 METROS DE PINTURA

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Al emperador le sigue su corte. Y aquí hay un papel destacado para el sexo femenino con la pieza 'Mujeres ociosas de una antigua dinastía', una pintura de 13,5 metros de longitud, "única y singular",  afirma Pethick, que narra los quehaceres de las esposas de la élite de funcionarios: mujeres que además de seguir 'Las tres obediencias' (al padre, al marido y al hijo), pasaban el rato jugando al fútbol, practicando la jardinería, leyendo poesía o ejercitando el canto. No muy lejos cuelga otro tesoro nacional 'El puente de la montaña del tigre', un paisaje de Wen Zhengming  de la zona de Suzhou, un destacado centro cultural del momento "equivalente a la Florencia del renacimiento", apunta Pethick.

Hay más joyas, como el 'Mapa de los numeroso países del mundo', una de las pocas copias realizadas a mano que se conservan del original del jesuita Matteo Ricci; y también espacio para las falsificaciones, reproducciones ('Suzhou pian', se llamaban) que se hacían a finales del período Ming para cubrir la demanda de obras de arte proveniente de las prósperas clases comerciantes. Estas lucen al final del recorrido que, como no podía ser de otra manera, lo abre una clásica porcelana Ming. "Empezamos con lo que se conoce, con el icono, para luego explicar todo lo que hay detrás", la idea es que al acabar la visita, la pieza "se vea con otra perspectiva", concluye Pethick.