Miguel Fernández, saxofonista: Melancolía y brumas del norte

«Yo prefiero no meter ruido». Ya son seis años en Barcelona y es cierto que no está entre los músicos de jazz más visibles de la ciudad, pero sus compañeros de escena le conocen bien. Aterrizó con las mejores calificaciones que concede Berklee, la escuela de jazz por antonomasia, y unos fundamentos que le permiten tocarlo casi todo. También con un carácter que se filtra fácilmente en su música: introspectiva, lírica. «Muy del norte», dice un músico amigo suyo.

Eligió esta ciudad «porque aquí los nuevos proyectos se tratan con cariño», dice, comparando el ambiente musical de la Barcelona con el del resto del país. Y en estos años ha estado en un puñado de esos nuevos proyectos: distingue cuatro de ellos como «los principales», o sea, que participa en bastantes más.

El martes en Jamboree presentó 1374, el estreno discográfico de MUT Trio, etéreo, espacioso y poético. Y hoy, en el mismo club, defiende el repertorio de Transplanet species, su segundo disco como único líder. Lo ha grabado con miembros de varias generaciones: los suyos –el teclista argentino Leo Genovese, cada vez más asentado en Nueva York, fue compañero de estudios durante sus años en Boston–; los que llegaron después, como el contrabajista sueco Marko Lohikari, y los que ya son una institución en el jazz de la ciudad, como el batería David Xirgu y el guitarrista Dani Pérez.

El jazz de su quinteto también flota, pero no tanto. En Transplanet species, el saxofonista combina paisajes desolados con piezas en el lenguaje troncal del jazz moderno, el bop, que tienen, eso sí, un punto de extrañeza. Puede ser el timbre de una guitarra eléctrica que reverbera, el sonido inquietante de un teclado al que le acarician las teclas pero le maltratan los potenciómetros. O una hondura en las melodías, que, por mucho swing que le imprima la banda, tienen siempre algo brumoso, lírico. Algo muy del norte.