tú y yo somos tres

Cruel dilema, triste expulsión

FERRAN MONEGAL

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Momento emocionante, y a la vez terrible y doloroso, el que vimos la madrugada de ayer enEl número 1 (A-3 TV). El azar, la casualidad, provocó una angustiosa situación: el jurado tuvo que decidir finalmente si expulsaban aAlberto Pestaña, oa Amaia Romero. O sea, tuvieron que decidir si eliminaban a una niña de 13 años, o un abuelo de 72. Tremendo. LlorabaMiguel Bosé, llorabaAna Torrojacon todo elrimmeldesparramado por el rostro, lloraba desconsoladamenteNatalia Jiménez, y Busta Bustamantese comía las uñas desesperadamente poniendo cara de inmenso dolor.«¡Nuestro jurado está deshecho!»,decía con enorme tristezaPaula Vázquez, la presentadora. Y tuvo que ser finalmenteMónica Naranjola que desempatase la votación diciéndole aAmaia: «Te juro que te estoy haciendo el favor de tu vida. Si te quedas aquí, con lo pequeñita que eres, te devorarían. Si las personas adultas no estamos preparadas para el éxito, imagínate una niña. Nos veremos dentro de unos años». Y la expulsó. ¡Ah! Llorábamos también en casa ante esta situación. SoloTinet Rubirasabe por qué ha decidido romper ese tándem prodigioso, esa pareja nieta-abuelo que fue precisamente la primera que abrió, que inauguró estetalent show, y que nos cautivó a todos consiguiendo una perfecta transversalidad de audiencia. No obstante, las palabras deMónica Naranjomerecen meditarse: «con lo pequeña que eres todavía, si te quedas en este mundo acabarás devorada», le dijo aAmaia Romero. O sea, ese aparente glamur delshowtelevisivo requiere madurez porque hay mucho lobo suelto. ¡Ahh! Aún doliéndome la pérdida deAmaia, estoy de acuerdo.

MERCEDITAS Y THAÏS .-Menos emocionante ha sido el instante que nos ha deparadoMerceditas Milácuando la entrevistabaThaïs VillasenEl intermedio(La Sexta). Decía la pintoresca flautista de laratomaquia Gran Hermano:«Estoy jugándome la cara. Esto es La Sexta. Vosotros sois el enemigo. Yo no puedo venir a La Sexta así como así...». ¡Ah!, qué tristeza escuchar aMerceditasllamar enemiga a una compañera. Qué amarga pena constatar que asume el intolerable esclavismo de precipitarse en una trinchera por exigencias de una guerra empresarial. Cabe preguntarse finalmente: ¿qué somos? ¿en qué nos hemos convertido? ¿somos periodistas o mercenarios a sueldo? Dorada sordidez.