EL IMPACTO DE LOS EXÁMENES

La selectividad provoca ansiedad y estrés a uno de cada cuatro alumnos

Un grupo de amigas prepara la selectividad en una sala de estudios del Centre Cívic Garcilaso, en Barcelona, la semana pasada.

Un grupo de amigas prepara la selectividad en una sala de estudios del Centre Cívic Garcilaso, en Barcelona, la semana pasada.

MARÍA JESÚS IBÁÑEZ
BARCELONA

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Unos pierden el apetito; a otros, en cambio, les da por comer a todas horas. Duermen poco, están irritables y, lo peor, contagian la tensión y el mal rollo a los más cercanos, especialmente a padres, hermanos y amigos más íntimos. Los aproximadamente 36.000 bachilleres que el miércoles empezarán los exámenes de selectividad en Catalunya (las pruebas durarán hasta el viernes) suman, a estas alturas, varias noches de insomnio y muchas jornadas de estudio intensivo. El duro esprint final y, como dicen los psicólogos, «las muchas cosas desconocidas que estos días tienen por delante» provocan ansiedad, miedo y estrés, unos trastornos que, en momentos punta como este, afectan al 25% de los estudiantes españoles, según distintos estudios. La selectividad desaparecerá en el curso 2017-2018, según dicta la ley Wert.

«Para muchos de estos jóvenes, esta es la primera vez que se encuentran ante una situación límite», constata Andrés Bellido, presidente de la sección de Psicología de la Educación del Colegio de Psicólogos de Catalunya. «Lo mínimo que pueden sentir es ansiedad, sobre todo aquellos que necesitan una nota alta para poder ingresar en la carrera que han elegido», agrega. Concentrar tanta tensión en un periodo de tiempo tan corto da lugar a emociones negativas, entre las que la menos grave es la irritabilidad.

UNAS DÉCIMAS// «Entre los compañeros hay de todo: desde el que pasa olímpicamente de estudiar, porque con un cinco le basta, hasta el que lo está pasando fatal, porque necesita subir nota sí o sí», explica Teresa, una joven que reconoce que estas semanas están resultándole difíciles. «Necesito un 10,4 sobre 14», indica la chica, mientras comparte mesa de estudio con unas amigas.

«Lo malo es que este esprint final quizá les servirá para sacar unas décimas más en el examen, pero a largo plazo los conocimientos que están adquiriendo, de forma tan precipitada, se desvanecerán», avisa el biólogo David Bueno, que ha dirigido estudios sobre neurodidáctica o, lo que es lo mismo, sobre cómo aprende el cerebro. «El nerviosismo siempre juega en contra de la memoria a largo plazo, porque esta necesita de un cierto tiempo para consolidarse, para ser capaz de asumir nueva información y establecer relaciones», explica Bueno.

Por eso, aunque quizás a algunos estos días de nervios y tensión les valgan para conseguir la nota que necesitan para la facultad anhelada, «lo más probable es que, en septiembre, cuando empiece el curso, hayan olvidado lo que están aprendiendo ahora». Y eso, lamentablemente, «no les hace ningún bien: ni a ellos, ni a sus profesores... ni a la sociedad», advierte el biólogo, que da clases en la Universitat de Barcelona (UB).

«Estas preparaciones intensivas, basadas en empollar y memorizar, no ayudan a desarrollar competencias múltiples, que es lo que se les debería exigir a quienes están a punto de entrar en la universidad», agrega Ismael Palacín, director de la fundación Jaume Bofill, especializada en el análisis del sistema educativo. «La selectividad -prosigue- es, desde el punto de vista educativo, una prueba imperfecta y con poco valor formativo. Lamentablemente, estamos en un sistema que todavía no ha sido capaz de encontrar una alternativa». Palacín apuesta porque, antes o después, las facultades se decidan a implantar procesos de selección para escoger a sus estudiantes según el perfil más idóneo.