VIAJE AL CAMBIO CLIMÁTICO

La ruta caliente del hielo

Numerosos estudios demuestran que el calentamiento del planeta es un hecho irrefutable y que, si no se frena, tendrá consecuencias catastróficas en un futuro no tan lejano. 'Cuaderno del Domingo' se embarcó en el 'Fram' con un grupo de científicos para constatar en una ruta por el Ártico que el daño es visible, que el mundo blanco lo tiene negro. Este es el relato del viaje.

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XAVIER MORET

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 El cambio climático está en boca de todos, pero hay pocas oportunidades de conocer de primera mano cómo el calentamiento global afecta al Ártico. El Fram, un barco de pasajeros de la compañía noruega Hurtigruten, emprendió hace unas semanas, bajo el nombre de Climate Voyage, una travesía que perseguía precisamente eso: comprobar hasta qué punto hay deshielo en el Ártico. El Fram zarpó de Reikiavik el pasado 21 de julio con destino a los 80º Norte, por encima de las islas Svalbard, con una decena de científicos a bordo que a lo largo de la singladura fueron exponiendo aspectos del preocupante cambio climático. Lo que sigue es un dietario de aquel viaje hacia el norte.

Día 1 21 de julio Zarpando de Reikiavik

Zarpamos de Reikiavik al atardecer, bajo un tímido sol, y vemos desde popa cómo se aleja lentamente la fachada marítima de la capital islandesa, con la iglesia Hallgrimskirkja -¿un cohete en la rampa de lanzamiento?- dominando la ciudad.

«El Fram, que en noruego significa Adelante, toma su nombre de la goleta que entre 1893 y 1912 utilizaron los exploradores Fridtjof Nansen y Roald Amundsen para sus expediciones polares», explica Olav Orheim, director del Museo Fram de Oslo. «Era un barco de madera muy resistente que Nansen dejó que quedara aprisionado en el hielo, confiando en que la corriente le llevaría al Polo. Al ver que no se cumplía su objetivo, intentó llegar al Polo Norte esquiando, pero tuvo que desistir a los 86º 14' N».

Por si alguien ha olvidado esta proeza -y la de Amundsen, que en 1911 se embarcó en el Fram para ser el primer hombre en llegar al Polo Sur-, en el nuevo Fram se exponen una maqueta de la goleta, un busto de Nansen y libros, fotografías, objetos y mapas de las distintas expediciones que demuestran que el Ártico era antes una tierra solo para aventureros.

Después de la primera cena a bordo, el capitán, Arild Harvik, un tipo alto y rubio que parece que siempre otea el horizonte, nos advierte de que vayamos con cuidado, ya que «las aguas del Ártico crean adicción». «Estoy seguro de que muchos de vosotros querréis volver a estos mares después de este viaje», agrega como si lanzara una maldición.

Día 2 22 de julio Siempre hacia el Norte

El día se levanta con nubes plomizas y un mar gris metálico; el termómetro marca 5 grados cuando salgo a cubierta para entrever, entre jirones de niebla, la desgarrada costa oeste de Islandia. Minutos después, Mojib Latif, científico alemán de origen paquistaní, del Instituto de Ciencias del Mar de la Universidad de Kiel, alerta: «Cada vez hay menos hielo en el Ártico, y esto pone en peligro el ecosistema. Los glaciares están en retroceso y la capa de hielo de Groenlandia se está fundiendo. Hay claramente un cambio climático. La temperatura ha subido 0,7 grados en los últimos cien años, lo que provoca la fusión de parte del hielo ártico, que entre 1981 y 2011 se ha reducido un 30%».

«En los últimos cien años el nivel del mar ha crecido 20 centímetros», prosigue Latif. «Si seguimos así, en el verano del 2060 desaparecerá todo el hielo del mar. Como consecuencia, el nivel del agua puede aumentar hasta un metro e inundar una gran parte de Bangladés. El dióxido de carbono es en buena parte el culpable del cambio».

Horas después, un par de frailecillos aletean siguiendo al Fram: plumaje blanco y negro, rechonchos, pico multicolor. Manuel Marín, ornitólogo chileno, comenta: «No hay pingüinos en el hemisferio norte, pero el nombre viene de aquí. A las aves de esta familia se les llamó pingüinos porque tenían mucha grasa (pingüe, en latín)».

La siguiente atracción es una ballena jorobada que exhibe su poderosa cola y suelta un potente chorro. Un par de japoneses se apresuran a desenfundar trípode y teleobjetivo para ametrallarla, mientras Olav Orheim reflexiona: «Siglos atrás, los balleneros eran los únicos que osaban aventurarse por estas aguas».

Día 3 23 de julio Una isla alejada de todo

Avistamos a primera hora de la tarde la isla de Jan Mayen, velada por la niebla, abrupta, volcánica, misteriosa. Acodado en la barandilla de estribor, comenta Orheim que es una pena que las nubes oculten el volcán, de 2.277 metros de altura. Otro científico, Olle Melander, apunta que «los holandeses cazaron ballenas aquí entre 1610 y 1650, hasta que las exterminaron. En 1921 se inauguró en la isla la estación meteorológica y durante la guerra fría Jan Mayen jugó un papel destacado. Hoy es una isla noruega alejada de todo, a 600 kilómetros del norte de Islandia y a 950 del oeste de Noruega. Su principal interés es la estación meteorológica, básica para estudiar el cambio climático».

Orheim, la mirada fija en la isla, recuerda la erupción de 1970, cuando el volcán escupió tal cantidad de lava que aumentó la superficie de la isla en cuatro kilómetros cuadrados. «Yo llegué a la isla en 1972», recuerda. «Desembarcamos en una Zodiac, plantamos las tiendas y estudiamos el volcán durante cinco veranos. No he vuelto desde entonces¿ No puedo decir que sea un lugar acogedor».

Apenas desembarcados, un grupo de turistas chinos despliega una bandera roja sobre la arena negra para hacerse una foto. Cunde la alarma: ¿se trata de una conquista en toda regla? Las prospecciones indican que hay mucho petróleo y gas en el Ártico, lo que anuncia una fuerte disputa por estos recursos en cuanto el hielo desaparezca. Es otro aspecto del cambio climático que hizo que, en agosto del 2007, los rusos plantaran una bandera en el fondo del océano para reivindicar su parte del pastel.

Jan Mayen es el escenario de la desolación: suelo volcánico, escasa vegetación, lava, cenizas y montañas negruzcas. Solo 18 personas viven en la base: un conjunto de barracones y antenas, con una bandera noruega y dos viejos cañones holandeses. En el interior de uno de los barracones hay un pequeño museo con fotos antiguas, una cabeza de oso disecada y un bar que ejerce de lugar más cálido de Jan Mayen. El comandante de la base, Per Erik Hanevold, de 54 años, explica: «Es duro pasar un año entero aquí, pero es lo que hacemos. Si no aguantas la soledad puedes volverte loco. Yo ya es la tercera vez que vengo... El último oso lo mataron en 1991».

Orheim observa que no ve demasiados cambios desde la última vez que estuvo en Jan Mayen, hace 35 años. «Han cambiado los muebles, pero casi todo sigue igual», dice. «La soledad es lo que más impresiona en esta isla». En la parte trasera hay sin embargo un cambio a tener en cuenta: una piscina de agua caliente, con césped artificial alrededor y un gran sol pintado en la pared. Pura ilusión. «Estamos aquí solo para dos meses», comenta uno de los dos hombres en remojo, cerveza en mano. «¿Lo que más echo de menos? ¡Las mujeres!».

Caminamos por la playa desierta, llena de troncos arrastrados por la marea, hasta la estación meteorológica, donde alguien ha tenido la humorada de colocar una señal de parada de autobús con un cartel: «Última parada». Al lado, una guillotina. No parece un mensaje muy optimista, quizá porque los meteorólogos de la isla confirman que en los últimos años también aquí se nota el calentamiento global.

Día 4 24 de julio Bajo el volcán

Zarpamos al atardecer en medio de una espesa niebla, como si viajáramos al fin del mundo. Pasada la medianoche, sin embargo, la niebla se retira y asoma el majestuoso volcán. La silueta nevada, con glaciares a ambos lados y un fondo de nubes negras, adquiere, bajo el sol de medianoche, la apariencia de un paisaje estremecedor.

El glaciólogo francés Bernard Lefauconnier afirma: «Es difícil decir hasta donde llega el Ártico. En la Antártida es fácil, ya que allí hay tierra, pero aquí la mayor parte es agua. Para algunos, el Ártico es la región que está por encima del Círculo Polar; para otros es donde hay permafrost, la capa de hielo permanentemente congelado en los niveles superficiales del suelo. Para mi, el Ártico es donde hay osos polares». «Donde más se nota el cambio climático es en el Ártico», agrega, «ya que va desapareciendo el hielo, que refleja un 80% de los rayos solares. Como consecuencia, el mar se calienta y aumenta la temperatura del planeta. Por otra parte, los glaciares retroceden y el permafrost ha disminuido un 25%, con lo que puede liberarse el dióxido de carbono almacenado y aumentar aún más el calentamiento global».

Día 5 25 de julio El mar de hielo

El día se levanta despejado, sin tierra a la vista. Hace frío: 2 grados. Desde el puente de mando, el capitán alecciona: «Hay tres cosas básicas para la navegación: el compás, el radar... y la máquina de café». «Si todo va bien, el piloto automático se ocupa de todo», prosigue. «Cuando aparece el hielo, sin embargo, pilotamos nosotros. Por cierto, nos informan de que en las islas Svalbard hay hielo. Allí tendremos que reducir la velocidad. El Ártico no es un mar fácil: no hay mapas fiables y el hielo puede complicarlo todo».

A las 13.00 entramos en el mar de hielo, con los picos de las Svalbard en el horizonte. Sigue luciendo el sol, pero la entrada en el Isfjorden, donde se encuentra el puerto de Longyearbyen, se complica. «Hay más hielo del que esperábamos», señala con gesto preocupado el capitán, «pero intentaremos llegar a velocidad reducida».

El hielo es un puzle gigantesco que se cuartea a medida que avanzamos, creando extrañas figuras de distintas texturas y colores. Durante un par de horas el Fram avanza lentamente, rompiendo un hielo que se resquebraja con un ruido sordo que provoca el alboroto de las aves.

A las 14.30 anuncia el capitán que el hielo nos obliga a retroceder. «Ponemos rumbo norte, hacia Ny Alesund, donde nos informan de que no hay hielo», comunica.

La navegación hacia el norte de las Svalbard, bajo un sol espléndido, nos permite contemplar un paisaje panorámico: fiordos angostos, picos, montañas peladas y grandes glaciares que parecen escapados de una ópera wagneriana. «Que hayamos encontrado hielo en el mar no significa que no haya calentamiento global», puntualiza Melander. «Es algo esporádico, ya que el hielo ha sido impulsado por el viento. El retroceso del hielo en el Ártico es una evidencia, aunque más de la mitad de las islas Svalbard está ocupada por glaciares».

Día 6 26 de Julio El pueblo más al norte

Llegamos a primera hora a Ny Alesund, el pueblo más al norte del mundo, a 78º 55': apenas una treintena de casas junto a un fiordo rodeado de montañas y glaciares, en el que destacan las grandes antenas parabólicas, el viejo tren minero y las instalaciones del Laboratorio Marino Ártico.

«Antes había aquí una mina de carbón, pero en 1962 una explosión mató a 21 mineros», relata Melander. «Pudo ser el final, pero el Gobierno noruego transformó el pueblo en centro de investigación. Fue una buena idea, ya que éste es un buen lugar para estudiar el cambio climático. Actualmente hay 10 países que investigan en Ny Alesund: Noruega, Gran Bretaña, Holanda, Alemania, Francia, Italia, China, Japón, India y Corea del Sur».

Antes de desembarcar, nos detenemos ante los glaciares Lillehööksbreen y Kungsbreen. Su majestuosa proa de hielo, de 12 kilómetros de frente, lleva a pensar que el retroceso glaciar quizá sea una falacia, pero Orheim lo desmiente. «Las Svalbard son un ejemplo dramático del calentamiento global», afirma. «Todos los glaciares han retrocedido mucho desde 1986. ¿Ve esa isla? -apunta al otro lado de la bahía-. Antes pensábamos que era una península, ya que la lengua del glaciar la unía al territorio. Solo al fundirse el hielo hemos visto que es una isla».

En Ny Alesund hay que ir por caminos señalizados, ya que las aves atacan si te acercas a sus nidos. También hay que desconectar el teléfono móvil, para no interferir en los experimentos científicos, e ir con un guía armado por si aparece un oso. «La semana pasada vimos uno cerca del pueblo», dice uno de los guías como si fuera lo más normal del mundo. «Hay unos 3.000 osos en las Svalbard, el doble que personas».

Pocos días después, el 5 de agosto, un oso mató a un turista británico de 17 años en las Svalbard, dejando claro que la amenaza es real.

En la calle principal -casi la única calle, de hecho- destacan el museo de los tiempos mineros, la tienda local (donde venden carteles de «Polo Norte, a 1.230 kilómetros)», la oficina de Correos (desde donde se puede enviar una postal remota) y el Hotel Nordpol. El edificio más grande pertenece al Instituto Polar Noruego, pero lo que más sorprende son los dos leones de piedra que guardan la entrada de la estación china. «Los enviaron en barco, ya que eran demasiado pesados para la avioneta», comenta el guía. «Por lo visto, eran indispensables».

«Unos 30 científicos viven todo el año en Ny Alesund», indica Orheim junto a la estatua de Amundsen. «En verano la cifra sube a 150. Allí tenéis la Villa Amundsen, donde se hospedó él antes de volar hacia el Polo, y más allá el mástil donde amarró su zepelín... Pero antes había mucha más nieve y hielo por aquí».

Día 7 27 de julio 80º Norte

Zarpamos al mediodía de Ny Alesund con el objetivo de alcanzar los 80º Norte. El paisaje sigue siendo espectacular: una sucesión de fiordos, montañas, islas y glaciares que tiene sus puntos álgidos en Magdalenafjorden y Smeerenbugfjorden. Ni una casa a la vista: es el reino del silencio y de la soledad absoluta.

Pocos minutos después de la medianoche llegamos al islote de Moffen. Unas morfas apelotonadas alzan la cabeza para observarnos mientras el capitán anuncia con solemnidad que acabamos de llegar a los 80º 9' Norte, a solo mil kilómetros del Polo Norte. Brindamos con aguardiente noruego para celebrarlo, bajo el sol de medianoche, mientras rendimos tributo a los intrépidos exploradores de antaño y a los científicos que viven parte del año en estas tierras inhóspitas para estudiar la evolución del cambio climático. El doctor Mojub Latif aprovecha para insistir: «El calentamiento global es, por desgracia, un hecho. Tenemos que reducir las emisiones de dióxido de carbono antes de que sea demasiado tarde. Si no lo hacemos, estos bellísimos paisajes quedarán reducidos a nada y peligrará la vida en el planeta».