Gente corriente

Marta Vidal Roig: «Tendemos a medicalizar demasiado la muerte»

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OLGA MERINO

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Trabaja en el Hospital de Sant Joan de Déu, en Martorell, con enfermos geriátricos y en cuidados paliativos. Una lección de filosofía —y de humildad— charlar con la internista Marta Vidal Roig (Gandia, 1970).

—Mis pacientes requieren una atención diferente: la enfermedad queda en segundo término (ya no puede curarse) y la persona pasa a ser lo más importante. Como médicos, nos forman para ser mecánicos de cuerpos.

Médico. Acompaña a los pacientes en el incierto tramo final. Da charlas sobre tránsito y duelo.

—Pero somos algo más. La persona está formada por cuatro pilares, y a los médicos nos enseñan a atender el primero, el físico, el de los síntomas. Pero está, además, el pilar emocional. La enfermedad desencadena una serie de emociones y sentimientos que modulan su evolución.

—¿Los otros dos pilares? Somos también seres sociales con una serie de papeles que la muerte borra: dejarás de ser madre, de ser médico, de ser profesor. El cuarto pilar, la espiritualidad, aflora en momentos de gran felicidad y de gran sufrimiento; es la esencia de la persona.

—¿Con qué se encuentra en ese umbral? Toda situación requiere un proceso de aceptación y, por tanto, para un anciano es más sencillo asumir que le ha llegado el momento. En cambio, el fallecimiento de una persona que no esté en edad de morir causa un enorme impacto individual y social.

—Resulta muy comprensible. Conozco a personas de 80 años que tampoco quieren morirse. Nunca es buen momento, sobre todo si tienes asuntos por resolver.

—¿Como cuáles? Cuando tienes hijos pequeños o hijos mayores con alguna discapacidad o bien algún conflicto familiar pendiente, reconciliaciones. También cuando tus necesidades espirituales no están resueltas.

—Ayúdeme a entenderlo. De entrada, nuestra sociedad hace como si la muerte no existiera. De la muerte solo hablamos en los tanatorios o la vemos en las películas, teatralizada a lo bestia. Incluso, en nuestra cultura mediterránea tendemos a informar antes a las familias de un diagnóstico terminal que al paciente. Suele ser la familia quien modula la información que ha de dársele, y es una falta de ética.

—¿Pero la persona sabe que se muere? Sí. El cuerpo habla. Mi experiencia me dice que todo el mundo lo sabe; otra cosa es que quieran expresarlo o que dispongan del interlocutor que pueda acogerlos. Por eso, muchas veces les resulta más fácil compartirlo con un profesional que con un hermano, con la pareja, con el hijo.

—¿Qué le dicen? Tienen mucho miedo del sufrimiento físico, aun cuando está muy controlado. Tendemos a medicalizar demasiado la muerte, a hacer de ella farmacología mediante la inducción al coma.

—Si lo has padecido, el dolor físico aterra. Pero no lo tendrá; otra cosa es el nivel de conciencia. Hay confusión entre el dolor físico y el sufrimiento, y lo que hace sufrir más es el pilar espiritual.

—¿? ¿Qué pasa cuando me muero? ¿Qué hay después de la muerte? ¿Qué sentido ha tenido mi vida hasta ahora?

—La gran pregunta. Ni yo ni nadie sabemos lo que hay después, pero con mis pacientes he aprendido que la muerte no es un absurdo.

—¿Cómo? ¿Puede explicarlo? Estamos aquí porque hemos tenido la suerte de nacer, y hemos de dejar sitio a los que vienen. Cada uno ha de buscarse el sentido de su vida, pero ¿sabe dónde suele estar? En la bondad, el amor y la paz.