Fin de una tradición
Jugada animalista, gol nacionalista
Óscar Toral
Periodista
ÓSCAR TORAL
BARCELONA
Cuando las mulillas de la Monumental arrastren el próximo domingo el cuerpo inerte del último toro lidiado en Catalunya, 180.069 personas sentirán especial satisfacción. Son aquellas que, por un motivo u otro, propulsaron con su rúbrica la iniciativa legislativa popular que llevó al Parlament a aprobar la abolición de las corridas a partir del 1 de enero del 2012.
Las razones del veto basculan entre la protección de los animales y el nacionalismo. En opinión de la mayoría de los catedráticos, sociólogos y politólogos entrevistados, el impulso de la iniciativa fue claramente naturalista -y fue esta la motivación que pesó más en el proceso de recogida de firmas-, mientras que el factor identitario resultó determinante en la votación parlamentaria. El hecho de que la Cámara catalana blindara los correbous a los dos meses de prohibir las corridas avala esta tesis.
CONFLUENCIA DE INTERESES / «La propuesta se gestó entre colectivos defensores de los animales, pero no habría salido adelante en el Parlament sin la influencia determinante del nacionalismo», sintetiza el catedrático de Derecho Constitucional Francesc de Carreras. «Ha habido una confluencia coyuntural de intereses entre ambos factores», constata Antoni Segura, catedrático de Historia Contemporánea.
Las fuerzas políticas que aprobaron el veto de la lidia (CiU -cuyos diputados contaron con libertad de voto-, ERC e ICV) se empeñan en desligar la abolición de cuestiones identitarias, pero el desmentido les llega de cerca. Santi Vila, alcalde de Figueres (Alt Empordà) y cabeza visible del ala taurina de la federación nacionalista, es tajante: «El toreo forma parte de la tradición catalana, pero el franquismo lo convirtió en símbolo nacional español; por eso ahora se ha prohibido en Catalunya, mientras que en Francia está considerado patrimonio cultural». Vila subraya la protección de los correbous como prueba. CiU y ERC, las dos fuerzas que votaron en contra de las corridas y a favor de los festejos populares de las comarcas del Ebro, justifican el doble rasero porque en unas se da muerte al animal y en los otros no.
PÉRDIDA DE AFICIÓN / Al margen de estas cuestiones, otros factores han posibilitado la abolición. Josep Oliver Alonso, catedrático de Economía Aplicada, subraya «la pérdida de afición a los toros, hasta el punto de que es difícil ver a menores de 30 años en la Monumental, y el hecho de que la actividad económica que generan en Catalunya sea ínfima».
Segura abunda en el primer punto: «La gente de hasta 40 años, educada en libertad, está en general muy concienciada con que los animales tienen unos derechos mínimos, y el toreo no encaja con sus valores».
SINGULARIDAD DE CATALUNYA / La aprobación del veto de las corridas en el Parlament el 28 de julio del año pasado -con la sentencia del Constitucional contra el Estatut aún reciente- proyectó al mundo la singularidad de Catalunya a través de medios como la estadounidense CNN y la árabe Al Jazira, que subrayaron la carga identitaria del asunto. El diputado de CiU y muñidor de la mayoría abolicionista de la federación, Josep Rull, considera que ahora se tendría que «aprovechar y sacar partido» de la abolición para «mejorar la imagen internacional de Catalunya».
Rafael Luna, parlamentario del PPC, teme que algunos «explotarán» la cuestión hasta el paroxismo con argumentos del tipo «nosotros no tenemos nada que ver con esos bárbaros que matan a los toros». El sociólogo Salvador Giner, presidente del Institut d'Estudis Catalans, alerta contra esta tentación: «Sería inaceptable que la prohibición de las corridas se instrumentalizara como arma de arrogancia identitaria».
CONFLICTO ENTRE FANÁTICOS / Más radical es el análisis del antropólogo Manuel Delgado: «Este es un conflicto entre fanáticos nacionalistas. En un lado, los partidarios de la abolición de la lidia que equiparan la catalanidad con un grado de civilización superior con argumentos rayanos en el racismo; en el otro, lo peor del nacionalismo español, neofranquistas que ven en el toreo un símbolo de su raza -basta ver las rojigualdas con la silueta del animal-». «La protección de los animales apenas cuenta. Se siguen y se seguirán torturando, pero no en público», remacha.
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