Esclavos del móvil

Cuatro ciudadanas consultan sus 'smartphones' en la plaza de Catalunya, en Barcelona.

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TONI SUST
BARCELONA

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Tan solo seis años después de que Steve Jobs presentara el iPhone y diera pie con ello a la popularización del 'smartphone', basta con una sencilla mirada -en la calle, en un restaurante, en una oficina, en un concierto, en un partido de fútbol- para comprobar que el éxito ha sido total, incluso abrumador. Que la vida de las personas ha cambiado, para bien y para mal, con esos ordenadores en la mano. Aunque más allá de lo visible, solo el sentido común, por ahora, nos habla de los efectos indeseables del uso inconveniente del móvil y de las redes sociales. Porque no hay todavía en España estudios que hablen sobre esos efectos. Sí hay preocupación evidente porque los adolescentes no se conviertan en adictos, pero salvo casos flagrantes, el abuso de los adultos se considera tolerable.

«Estamos en una fase inicial, aceptamos que hay un problema, pero todavía no pensamos en qué consecuencias tendrá», afirma Jordi Romañach, licenciado en Ciencias de la Información y autor de 'Dieta digital', un libro sobre el uso de la tecnología y la conveniencia de mantenerla dentro de márgenes razonables. No es cuestión de caer en la anatemización de la tecnología, pero sí en que no es necesario ni normal estar permanentemente pendiente del móvil. Romañach está convencido de que pronto parte de la sociedad será más beligerante con el que interrumpe una conversación para comprobar si ha recibido un mensaje en 'whatsapp', de que esta y otras conductas abusivas serán afeadas.

EL NIÑO TOCA EL IPAD / Marc Masip, psicólogo y responsable del centro Desconect@, un instituto con un programa especializado en adicción a los móviles y las redes sociales, se asombra de que no estemos más preocupados por cómo convivimos con la tecnología. Él vendería los télefonos con advertencias como las del tabaco: este producto puede resultar perjudicial para su salud. Y considera un error pueril la felicidad de esos padres, tantos, a los que se les cae la baba cuando el bebé toca un iPad, como si ello fuera una muestra de superdotación.

Masip destaca la ausencia de estudios, más allá de los que hablan de consumo. Por ejemplo, uno de la Fundación Telefónica del 2012, presentado en enero pasado, ofrece datos contundentes: España es uno de los países con un parque de teléfonos móviles más moderno. Los encuestados para el estudio ya tenían más relación en un día con personas mediante las redes sociales (23 invidividuos) que presencialmente (16), y el número de móviles con acceso a internet creció en un 68% del 2011 al 2012. El estudio cifraba en seis millones las personas conectadas de forma permanente.

'NOMOFOBIA' / Masip y Romañach citan términos acuñados hace ya tiempo para describir efectos negativos. Masip alude a la 'nomofobia' (de 'no mobile phone'), la fobia a estar en la calle sin batería, sin cobertura, sin acceso al móvil. Romañach recuerda otra forma inglesa que viene a describir lo mismo: el 'fomo', de 'fear of missing out', el pánico a estar perdiéndose algo por no estar conectado.

No se necesitan estudios para citar otras causas potenciales de ansiedad, como el coste económico, la sensación de estar siempre disponible y la angustia porque la batería se agote, porque ya es impensable no tener que cargar la batería durante el día. Casi no hay bolso ni cartera que no lleve un cargador. En el caso de las redes sociales, por ordenador o móvil, la ansiedad puede acechar mientras se esperan interacciones que no llegan: nadie ha comentado el último mensaje enviado.

Para Romañach el gran cambio, «el paso del móvil convencional al móvil que lo será todo», empieza en el 2007, con el iPhone y la popularización de Facebook, y lleva a una sociedad en la que es fácil buscarse otra vida si a uno no le gusta la real. «Le explico a mi hijo que la clave del éxito no puede ser tener 500 amigos en Facebook. Que es muy difícil tener cuatro o cinco de verdad». «Esto será la sociedad del conocimiento si lo hacemos bien, pero ahora es la del divertimento», agrega. Destaca que por primera vez, niños, adolescentes y mayores acceden al mismo tiempo a un elemento tecnológico, y se muestra muy crítico con que haya niños de 8 años con teléfono y cuenta en Facebook, aunque esto último no sea legal. El 'smartphone' no tiene, en la práctica, límites de edad. Los más pequeños lo saben usar enseguida y también los ancianos que nunca llegaron a ser capaces de programar un vídeo.

Quizá el futuro esté en el cartel que dicen que se ve en algunos bares: 'No tenemos wi-fi. Hablen entre ustedes'. Aunque la verdad es que ese llamamiento contra las redes sociales se ha dado a conocer porque corre por la red social Twitter.