un episodio olvidado que sale a la luz

Desmemoria histórica en el Vallès

Durante la guerra civil hubo una colonia infantil en una masía de Ullastrell (Vallès Occidental) que alojó a un centenar de niños. La existencia de aquel centro fue enterrada en el olvido colectivo al final de la contienda. Una funcionaria del ayuntamiento ha rastreado aquella historia.

Neus Salarich, en la entrada de Ullastrell, con la masía de Can Palet dels Masovers al fondo.

Neus Salarich, en la entrada de Ullastrell, con la masía de Can Palet dels Masovers al fondo.

ROSA MASSAGUÉ / Ullastrell

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Neus Salarich es una funcionaria del Ayuntamiento de Ullastrell. En el 2006, buscando en el archivo municipal una información que le habían pedido, fue a dar con las cajas de correspondencia de la guerra civil. Revisando aquellos documentos, le llamó poderosamente la atención una carta escrita más de 70 años atrás dirigida al alcalde en la que había un sello que nunca había visto. El timbre decía: «Ministerio de Instrucción Pública y Sanidad. Colonia escolar 'Can Palet'. Ullastrell. Tarrasa».

A la funcionaria le dio un aire. Can Palet dels Masovers, que es como se conoce la finca, es una masía situada antes de llegar a Ullastrell desde Terrassa, a solo 15 minutos a pie del pueblo. Nacida y criada allí y con muchos años de trabajo en el Ayuntamiento, nunca había oído hablar de la existencia de dicha colonia durante la guerra civil. Hasta hace pocos años, Ullastrell era una pequeño pueblo de aproximadamente 700 habitantes (ahora supera los 2.000), donde todo el mundo se conocía y todo se sabía. ¿O quizá no?

Salarich recuerda que en su niñez se contaban historias del paso de unos soldados italianos, del hambre que había y del pan negro que se comía, de que fulanito se había escondido en tal o cual viña. Pero de la colonia, ni mu.

Preguntó a la persona más anciana que entonces había en el pueblo. Josep Puig, el padrí Correu, ahora fallecido, quien le dijo que no sabía nada, que él estaba en la guerra. Preguntó a otros que habían vivido aquellos años y nadie le daba razón de su existencia. ¿Cómo era posible que nadie recordara nada? Salarich no se dio por vencida y siguió rastreando. Había más cartas en el archivo. Era una correspondencia «fluida», dice.

Una Singer y un serrucho

En una de ellas, el director de la colonia, Ricardo Martínez Armazabal, agradecía al ayuntamiento el préstamo de una máquina de coser Singer, propiedad municipal, y se comprometía a devolverla en las mismas condiciones. En otra, fechada en septiembre de 1938, el director explicaba al alcalde que había recorrido varias ferreterías de Terrassa y Barcelona en busca de un serrucho para cortar leña. Dado que no lo encontraba, le pedía si el ayuntamiento les podía prestar o vender uno, o bien venderles leña ya cortada. Un mes después, la colonia seguía sin serrucho y sin leña, por lo que el director se dirigía nuevamente al municipio pidiendo que requisaran alguno. «El hombre pensaría que el otoño-invierno se echaba encima y que carecían de un utensilio tan sencillo para cortar la leña», acota la funcionaria.

La vida en la colonia en plena guerra no debía de ser nada fácil. Una de las cartas conservadas en el archivo es del Ministerio de Instrucción Pública, dirigida al alcalde, Joan Font Beltran, en la que se le informaba de que se estaban realizando gestiones para acabar con las anormalidades que se registraban en el centro infantil. «Averigüé -dice Salarich- que aquellas anormalidades eran fruto del hambre que pasaban los niños, que iban por las viñas y los campos arramblando con todo lo que podían. Y claro, los payeses se quejaban».A la investigadora le faltaba el hilo que explicara el inicio y el fin de aquel centro. Lo encontró en otra carta. Lleva fecha del 3 de febrero de 1939, ocho días después de la entrada de las tropas franquistas en Barcelona. La escribe un funcionario del Ayuntamiento de Barbastro (Huesca) que busca a sus hijos, a Luis y Elenita Arcarazo, de 12 y 8 años. El chico había estado en Can Palet durante un largo periodo, mientras que la niña solo unos pocos días, ya que la habían enviado a otra colonia no muy lejana, a Can Cardús de les Orioles, en la carretera de Rellinars a Terrassa.

Tres semanas más tarde, el nuevo alcalde de Ullastrell, Carlos Maturana Vargas, - «¡el doctor Maturana, genio y figura!»-- le respondía al atribulado padre disculpándose en primer lugar por la tardanza en responder alegando mucho trabajo tras la «liberación» del pueblo. Decía que, según sus averiguaciones, la colonia fue desmantelada pocos días antes de la entrada de las tropas franquistas, que al irse le habían dicho al masovero que iban hacia Santa Pau, cerca de Olot y, resume Salarich, «que esperaba que encontrara a sus hijos y suyo afectísimo y adiós muy buenas».Barbastro, Graus, UllastrellEsta carta, con nombre y apellidos de alguien que había estado en Can Palet, intrigó muchísimo a la sabuesa local y, buscando en el listín telefónico de Barbastro, encontró al «niño». Le escribió una carta y a los pocos días tuvo respuesta de una hija: «Me decía que ella y su madre habían recibido y leído mi carta con emoción, que desgraciadamente su padre ya había muerto. De no ser así, él habría venido a Ullastrell a explicarme cómo fue todo».También le respondió un hijo, un médico militar que vive en Zaragoza, y es quien finalmente le ha ayudado a reconstruir la historia. Como Barbastro era una ciudad con mucha actividad militar, la familia Arcarazo decidió enviar a sus hijos a un lugar más tranquilo, a Graus, donde había una colonia en la carretera de Benasque, en la Torre Pentineta.

Cuando se reactivó el frente de Aragón, a principios de 1938, la colonia de Graus fue evacuada y 95 niños fueron montados en un autocar y trasladados a Catalunya. El 3 de abril llegaron a Can Palet. Los más pequeños fueron enviados a Can Cardús.

Luis Arcarazo recogió su experiencia en un librito. En él explica, por ejemplo, cómo a veces el director encargaba a los mayores que fuesen al pueblo a recoger algún paquete que debía venir en el autobús. O cómo, cuando llegaba el buen tiempo, hacían las clases en el bosque lindante, hoy conocido como El Bolet, que entonces estaba rodeado de viñas y campos.

Remover el pasado

Al final de la guerra, la memoria canceló muchas cosas, demasiadas. Entre ellas, la existencia de una colonia infantil con un centenar de niños a dos pasos del pueblo. Por el contrario, aquella aventura marcó la vida de aquellos niños que pasaron hambre, miedo y la separación familiar en Ullastrell.

Salarich está convencida de que hechos como el de la colonia de Can Palet no deben permanecer en el olvido. No comparte la opinión de que a estas alturas es mejor no remover el pasado. «Personalmente, creo que estos hechos no deben borrarse de la memoria colectiva, nuestros jóvenes tienen que conocerlos», dice.

No hizo públicas sus investigaciones hechas en su tiempo libre hasta tener los datos bien ordenados y contrastados. El pasado mes de mayo, los expuso durante una charla en la biblioteca municipal.

Había gente de todas las edades. A algunas personas, poquísimas, algo les sonaba, pero muy remotamente. A muchos se les humedecieron los ojos mientras la investigadora iba desgranando la peripecia humana de aquellos niños y en particular de los que tenían nombre y apellidos, los hermanos Arcarazo. «Siempre había pensado que había un vacío en nuestra historia, que nos la habían escamoteado», decía a la salida una mujer emocionada.

La masía continúa en pie. Actualmente es propiedad de una congregación de religiosas, Pureza de María, que la utiliza, también, como casa de colonias. Y ahora las monjas están haciendo desaparecer otro pedacito de memoria. Han rebautizado Can Palet dels Masovers como Monte Alberta.