RETO DEL SISTEMA EDUCATIVO

Cuando hacer pellas no mola

El instituto Consell de Cent de Barcelona ha logrado reducir el absentismo casi a cero

M. J. I./ BARCELONA

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Hay un absentismo, el más estudiado, analizado y tratado por pedagogos y administraciones, que es de origen social. «Suele afectar a alumnos que por razones muchas veces culturales llegan sistemáticamente tarde a clase o dejan de ir al colegio a partir de determinada edad. A veces, es porque sus padres se dedican a actividades ambulantes y ellos han de acompañar a la familia», explica Maribel García, socióloga e investigadora del Grup de Recerca Educació i Treball (GRET) de la Universitat Autònoma de Barcelona (UAB). Ese absentismo -tradicionalmente vinculado al colectivo gitano- implica a en torno el 2% del alumnado de educación primaria y secundaria en Catalunya, calcula García, que dedicó su tesis doctoral a analizar el fenómeno y que lamenta «los pocos datos que hay al respecto».

El resto de estudiantes que hacen novillos (hasta el 28% que ha cifrado la OCDE para el conjunto de España) acostumbran a ser chavales de secundaria, muchas veces -aunque no siempre-, hijos de familias en situación vulnerable o residentes en entornos desfavorecidos. Aquí, además, la diferencia entre alumnos absentistas pobres y alumnos absentistas ricos es más acusada que en otros países. De 18 puntos porcentuales: un 37% de los primeros frente al 19% de los que pertenecen a familias con mayor poder adquisitivo.

Pese a que, sobre el papel, el instituto Consell de Cent de Barcelona -situado en las estribaciones del barrio barcelonés del Poble Sec, muy cerca ya del puerto- tendría muchos números para ser líder en absentismo escolar, «ahora mismo su porcentaje de faltas de asistencias es prácticamente de cero», asegura la Conselleria d'Ensenyament. El programa llevado a cabo estos últimos años en el Consell de Cent lo ha convertido en un firme candidato a entrar en la guía de buenas prácticas que prepara la Generalitat.

No es el único, destaca una portavoz de Ensenyament. También es digna de elogio la labor hecha por otros centros, como el Lluís Vives, en el barrio de Sants, en Barcelona, que ha reducido en un 15% el número de alumnos que se saltan clases sin justificar.

En el Consell de Cent están matriculados alumnos de orígenes sociales y culturales muy diversos y eso podría haber generado guetos y haber alimentado la desafección de los estudiantes hacia el centro. «Pero por suerte, no ha sido así. Posiblemente porque no hay ninguna nacionalidad mayoritaria», afirma Jesús Martín, coordinador pedagógico. La convivencia es plácida y las peleas entre alumnos y las faltas de disciplina son escasas.

Una especie de refugio

«Lo más triste es que, hasta cierto punto, lo hemos tenido fácil», señala Martín. «Las situaciones familiares de algunos alumnos son tan complejas, que solo por el hecho de venir aquí, los estudiantes ya se sienten acogidos», agrega. Prueba de ello, prosigue, es que el patio del instituto se convierte, fuera del horario lectivo, en un espacio abierto para que los chicos hagan actividades deportivas extraescolares. «Y en verano, muchos pasan un rato por aquí para poder conectarse a la red wifi... Entre otras razones, porque en sus casas no hay», agrega.

¿Y cómo lo han hecho? Además de pasar lista, el centro lleva  un tiempo aplicando un riguroso sistema de control de faltas. Pero también ha realizado «un trabajo importante de tutoría y de coordinación entre profesores». «Tenemos un equipo de psicólogos y una técnica de integración social, que ayudan a los chicos escuchándoles», explica el profesor.