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«Conmigo el tiburón entra en trance»

El 1 de junio se cumplen 40 años del estreno de 'Tiburón', la película de Spielberg que fijó la imagen del escualo como animal temible. Aquel día, Karlos Simón (Madrid, 1967) aún era un crío, pero el impacto que le causó el filme no le impidió sumergirse rodeado de tiburones 13 años más tarde. Hoy es profesor de submarinismo y director de la cadena de centros de buceo Hispania, con sede en Barcelona. Propone una visión más amigable de estos peces y advierte contra la amenaza que supondría su exterminio para mantener el equilibrio de especies marinas. Los conoce tan bien que incluso puede hipnotizarlos.

EN BAHAMAS. El autor de este artículo acaricia a un tiburón en el morro en una inmersión en aguas del Caribe.

EN BAHAMAS. El autor de este artículo acaricia a un tiburón en el morro en una inmersión en aguas del Caribe.

por KARLOS SIMÓN

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Abril de 1988, Cuba. En un arrecife viví mi bautizo de buceo. Fue en un barco hundido y en aquella primera inmersión ya estuve rodeado de tiburones. Esta experiencia, que a muchos podrá sonar a disparatado atrevimiento, me impactó tanto que desde ese día me quedé enganchado al buceo y a los escualos. Hasta el extremo de abandonar mi carrera de informático algo más tarde, en 1993, y dedicarme a partir de entonces en exclusiva al mundo submarino.

Seis años después de aquella experiencia iniciática, mi corazón volvió a acelerarse en los fondos oceánicos de las islas Maldivas cuando tuve mi segundo encuentro con escualos, esta vez con tiburones puntas blancas de arrecife. Recuerdo que al salir del agua me dije, asombrado: «¡Otra vez he buceado con tiburones!». No podía creer que nuevamente hubiera podido estar al lado de esos temibles peces de los que, según lo que Steven Spielberg había contado en su mítica película de 1975, uno solo podía esperar una dentellada mortal.

Pero donde realmente empecé a sentir en qué consiste el deleite de sentirme acompañado por estos animales fue en la isla del Coco (Costa Rica) en el año 2000. En esta ocasión, los protagonistas del encuentro fueron unos cuantos tiburones martillo. Estar flotando entre dos aguas a 30 metros de profundidad mientras ves cientos de siluetas de escualos danzando a tu alrededor es una experiencia indescriptible. Ese día, un ejemplar se separó del grueso del pelotón y se me quedó mirando a solo dos metros de distancia, como diciendo: «¿Y tú quién eres?». Unas burbujas bastaron para que, desgraciadamente, se asustara y se alejara de mi lado, pero reconozco que aquel cara a cara fue una experiencia inolvidable.

En Coco también tuve un divertido encuentro con tiburones puntas blancas en una inmersión nocturna que llevamos a cabo en el canal de Isla Manuelita. En ese momento, un centenar de escualos estaba intentando cazar entre unas rocas. Habrá quien piense que yo mismo podría haber acabado formando parte del festín, pero el único saldo de mi intrépida actuación fue un foco que acabó mordido. Desde entonces he buceado en decenas de rincones en busca de más experiencias excitantes con tiburones: Australia, Sipadán (Malasia), Honduras, Los Roques (Venezuela), México, Yibuti, Baja California, Mozambique... En Galápagos hice varias inmersiones con tiburones ballena de casi 15 metros de longitud, cientos de martillos, montones detiburones silkys (conocidos como sedosos) y los famosos galapagueños.

UNO DE LOS MEJORES SITIOS DEL MUNDO donde he buceado con tiburones es Bahamas. Concretamente, en Tiger Beach, rodeado por los temidos tiburones tigre. En el 2005 hice mi primer viaje a estas aguas y tuve la suerte de bucear con 10 ejemplares de esta especie,además de casi 30 tiburones limón que también merodeaban por la zona.

¿Locura, excitación, emoción, admiración? Realmente,cuando te lanzas sobre tanto tiburón, la clave es no pensar en nada y bajar rápidamente al fondo, donde te espera la seguridad. Eso es lo que hice: salté y de pronto me vi rodeado por aquel enjambre de aletas. Los tigres dieron varias vueltas en círculo a pocos metros de mí y el más atrevido enfiló su cabeza hacía la mía, hasta que acabó chocando contra la cámara que portaba. En un instante vi cómo una cabeza de tiburón de casi un metro de ancho me saludaba a menos de un metro. ¡Sin palabras!

No sé cómo habría resultado esta experiencia si se hubiera tratado de tiburones blancos, pero lo que viví con los tigres fue emocionante. Me encontré tan bien, tan a gusto, tan en mi casa, que me quedé con ganas de más. Esas ganas me han animado a buscar a mis amigos los tiburones varias veces más. En abril del 2011 viajé a Bahamas con el objetivo de pasar 12 horas bajo el agua rodeado de ellos. La intención no era solo bucear, sino también interaccionar con ellos y poder corroborar lo que intuía: que los submarinistas no somos su presa. Para demostrarlo necesitaba estar tiempo a su lado, y no solo durante el día, sino también por la noche, momento en el que se vuelven más activos, agresivos y cazadores.

Esa mañana me levanté a las cinco. Una barrita energética, un zumo de frutas y unos minutos de soledad en la popa del barco mirando hacia el oscuro mar para tomar conciencia de la paciencia, la tranquilidad y la energía que iba a necesitar para sumergirme en la aventura que me esperaba. Doce horas iba a ser mucho tiempo. El plan era que dos personas irían alternándose cada hora para suministrarme botellas de buceo y bebida energética para mantenerme hidratado. Mientras uno se encargaba de tomar imágenes, el otro vigilaría el comportamiento de los tiburones. Los tigres son animales extremadamente peligrosos y muy curiosos, se acercan mucho, incluso intentan tocarte con el morro. Por eso, debes estar muy atento y has de tenerlos, en la medida de lo posible, siempre localizados y controlados.

la inmersión no comenzó bien. Según llegaba al fondo, pude comprobar que había mucha corriente y me costaba mantenerme quieto. Si permanecía así mucho tiempo, se acabaría todo. Me puse de espaldas a la corriente, clavé la rodilla en el fondo y así conseguí encontrarme más cómodo. La tranquilidad de la noche me relajó enseguida. Durante las siguientes horas pude interactuar de muchas formas con los tiburones. Además de acariciarlos desde la cabeza a la cola, pude incluso cogerles por la parte superior de la boca para ver su reacción. Para mi sorpresa, entraron en una especie de trance.

Este hallazgo me dio pistas para poner en práctica años más tarde la técnica de inmovilidad tónica. En el mundo de los escualos se utilizan dos trucos para hacer que se queden quietos. Una consiste en acariciarles el hocico, lo que parece causar interferencias en sus receptores de campos electromagnéticos (ampollas de Lorenzini), dejándoles en estado hipnótico durante unos segundos. La otra, utilizada en tiburones más grandes, se llama «inversión física» y consiste en poner al tiburón del revés para que entre en ese estado cataléptico.

En marzo del 2014, de nuevo en aguas de Bahamas, conseguí cerrar con mis manos la boca de un tiburón tigre de casi cinco metros para, seguidamente, girarlo y dejarlo boca arriba y prácticamente inmóvil. El tiburón cerró sus ojos, se relajó, su respiración se ralentizó y se dejó llevar. A continuación, levanté su tronco hasta dejarlo perpendicular al fondo. Pasados unos segundos, que se hicieron eternos, el tiburón reaccionó, empezó a agitar su cuerpo y volvió a su posición normal sin causarme daño alguno. ¡Objetivo cumplido!

Cuando he estado con tiburones, mi intención no ha sido nunca molestarles, sino demostrar que no son devoradores de hombres y que se puede interactuar con ellos. La inmovilidad tónica es una estupenda herramienta de trabajo para investigar sobre estos animales en su medio natural sin necesidad de generarles el estrés que supone sacarles del agua.

Seguramente, cuando Steven Spielberg dirigió Tiburón no pensó en el impacto emocional que esta película iba a tener en la imaginación de varias generaciones. Este año, cuando se cumple el 40º aniversario del estreno de una de las trilogías más famosas del cine, la realidad es que, en vez de tenerles miedo, deberíamos temer por su desaparición. El hombre ha esquilmado a millones de ejemplares por todo el planeta a pesar de tratarse de un animal esencial en la supervivencia de los océanos.

LOS TIBURONES SON UNA PIEZA CLAVE para el mantenimiento del equilibrio de los ecosistemas marinos. Son el vértice de la cadena trófica de los océanos y consiguen mantener el balance poblacional de las especies que forman parte de su alimento. Sin ellos, nos quedaríamos sin la pesca que constituyen los peces menores, los fondos se llenarían de algas y, finalmente, el mar se quedaría sin oxígeno. Tan importantes y, sin embargo,tan vulnerables. En esto influyeel reducido número de crías que tienen, su lenta maduración sexual y sus particulares ciclos reproductivos, que pueden alcanzar hasta los 22 meses. Pero su mayor amenaza es la contaminación, la destrucción de los hábitats donde viven y la cruel práctica del finning (corte de aletas de tiburón).

La explotación de los tiburones grandes a escala mundial responde, sobre todo, a la creciente demanda de aleta y carne de tiburón, además de lascapturas accidentales que tienen lugar durante la pesca de otras especies, como el atún y el pez espada. Según un informe de la organización ecologista Oceana, cada año caen en las redes de los barcos pesqueros alrededor de 200 millones de tiburones, ya sea de manera intencionada o accidental.

Hay que detener la pesca indiscriminada de tiburones que toleran muchos países, incluido España, que tras Taiwán es el mayor proveedor mundial de aletas de tiburón. Es vital detener el cruel negocio del finning, controlado por mafias tan poderosas y atroces como las que llevan el tráfico de armas o de drogas. Si no paramos este reguero de crímenes, muy pronto, quizás solo en unas décadas, veremos cómo desaparece de nuestros océanos el tiburón, un animal que ha sobrevivido durante más de 400 millones de años, resistiendo el colapso climático que causó la extinción de los dinosaurios, y que hoy, por culpa de la avaricia humana, se encuentra al borde de su exterminio definitivo.