Competitividad doméstica

Mangueras de suministro de una gasolinera.

Mangueras de suministro de una gasolinera.

RAMÓN XIFRÉ

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Se acumulan los indicios de comportamientos poco competitivos en el sector de los carburantes. A raíz de las primeras sombras de duda, la extinta Comisión Nacional de la Competencia (CNC) ya inició una investigación sobre las conductas de los principales operadores y en los últimos tiempos han aflorado evidencias de curiosos movimientos de los precios en este sector, los llamados efectos lunes, cohete o pluma. Demasiado argot como para pensar que este mercado funciona correctamente.

En primer lugar es preciso destacar el buen papel que la Comisión Nacional de los Mercados y la Competencia (CNMC), sucesora de la CNC, está realizando en el seguimiento del caso. Sus informes, que incluyen comparativas con los precios desglosados de los carburantes en los países vecinos, son claros y muy útiles. La Comisión cumple así con su función de inspección y, sirviendo los datos debidamente analizados, permite además que los ciudadanos hagan sus propios juicios sobre la situación. Así sabemos que en enero del 2014 la gasolina en España, antes de impuestos, era la tercera más cara de la UE, y también que el margen bruto (es decir, precios antes de impuestos y detrayendo la cotización internacional) en España ha crecido un 13% desde el 2012 mientras que el promedio de la UE se ha mantenido casi constante.

Pero no basta con realizar informes, es necesario asegurarse de que este mercado es competitivo, tanto por razones de eficiencia como de justicia. De eficiencia, porque los carburantes se encuentran al principio de la cadena de valor de casi todas las actividades económicas y por ello sus precios afectan a la competitividad de la economía en su conjunto. De justicia, porque si no se corrigen las hipotéticas conductas anticompetitivas el Estado estaría amparando una masiva redistribución de renta, empobreciendo a casi todos para enriquecer a un grupo mucho más reducido que el ya famoso 1%.

Pero además, el Gobierno debería ver con claridad la oportunidad política de tener una estrategia potente en este frente. Después de que, entre Europa y nosotros mismos, hayamos hecho recaer la carga de devaluación interna en los salarios (a pesar de lo que diga Montoro), sería reconfortante para los ciudadanos comprobar que también se puede recuperar competitividad recortando márgenes. No se trata en absoluto de tomar medidas arbitrarias y populistas para ganarse el favor de la opinión pública. Se trata de emplearse, con la misma determinación que se ha tenido para introducir flexibilidad en los salarios, en poner coto a los abusos empresariales que se basan en estructuras de mercado oligopólicas. Como nota al margen: para avanzar en esta dirección conviene dar más, y no menos, independencia y competencias a la CNMC.

Si el Gobierno actúa con precisión puede ayudar a que la gente comprenda que esto de la competitividad es un concepto doméstico y muy cercano, y no solo una excusa para llevar a cabo más recortes. En el fondo, que la disciplina se debe aplicar a todos.