Lo verás, pero no lo catarás
Las fotos gastronómicas compartidas en Instagram se mueven entre el elogio y las críticas de postureo
Víctor Vargas Llamas
Periodista
VÍCTOR VARGAS LLAMAS / BARCELONA
De entre la amalgama de sensaciones que brotan de la cocina tecnoemocional hay una con la que no contaban sus creadores, ni siquiera ellos, con sus privilegiadas dotes para marcar tendencia entre fogones. Y es que la envidia, de la sana o de la más vil, no es la reacción más previsible para alambiques de vanguardia o emulsiones de texturas imposibles. Pero, ¡ay!, justo eso sucede cuando aparece un eslabón inesperado que da continuidad a la fusión de tecnología y sabor: el uso del móvil para la exhibición de la obra maestra a terceros, que deberán conformarse con recrear la vista y la imaginación. Lo verás, pero no lo catarás.
Si buscan un cómplice necesario para esta tendencia al alza lo encontrarán en Instagram, porque el caudal audiovisual en otras redes sociales "es anecdótico", revela Òscar Broc, periodista cultural y buen conocedor de cuanto se cuece en el universo 'foodie' (el de los amantes de la buena cocina). Broc admite un innegable sentido del "exhibicionismo y de la pornografía, en el buen sentido" en una parte importante de esta exposición gastronómica, pero presenta alegaciones: "¿Acaso no lo es si alguien se hace un selfi o cuelga fotos de las vacaciones que se está pegando?"
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El sector acoge de buen grado este espaldarazo desde el universo virtual. "Lo vivo como un renacimiento de la cocina, como una propuesta de ocio cultural que capta la atención de la juventud; los chicos viajan por el mundo también para conocer tal o cual restaurante, o para compartir con su círculo su experiencia en algún 'food truck' único; y es genial que lo divulguen y enriquezcan a todos", destaca Carme Ruscalleda, alma máter del laureado restaurant Sant Pau, en Sant Pol de Mar.
Ruscalleda habla de avances de todo tipo: desde el papel sulfurizado y evitar que el 'panellet' se pegue a la bandeja, hasta el robot de cocina que permite a cualquier hogar crear una textura que no requiere colador. ¿Y por qué limitar la tecnología a la cocina? ¿Por qué no llevarla al mantel? "Sé que hay 'foodies' con miles y hasta millones de seguidores, dando forma a un nuevo estilo de comunicación que con el tiempo ayudará a la gente a saber separar el grano de la paja", destaca la restauradora.
DEMOCRATIZACIÓN
Puede que esa universalización de la crítica gastronómica soliviante "a los sectores más tradicionales" que temen perder "su poder de influencia", como destaca Broc. "No deberían, porque la mayoría de 'foodies' no son gastrónomos ni pretenden serlo. En ese mundillo hay un porcentaje de papanatas y aprovechados que pretenden no pagar la cena por tener un blog o una cuenta de Instagram con muchos seguidores, pero la mayoría no son así", explica.
Broc habla de lo útil que resulta antes de acudir a un nuevo restaurante consultar fotos y opiniones en Instagram de usuarios que ni siquiera conoce, pero que muestran un veredicto objetivo sobre lo que allí le espera. Por eso, habla más de una "subcultura" que de una moda pasajera al referirse a este binomio gastrotecnológico.
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En ese punto discrepa David Pere Martínez Oró, doctor en Psicología Social de la Universitat Autónoma de Barcelona, que no niega que esa simbiosis perdurará en el tiempo, pero augura que lo hará "con bastante menos intensidad". "Esta borrachera 'foodie' se suavizará y, cuando llegue la resaca, mucha gente dejará esta tendencia y buscará nuevas formas de mostrar al mundo este postureo, esta exhibición del yo virtual", destaca Martínez.
Sean muchos o pocos, Ruscalleda no ha visto la necesidad de llamar la atención a los 'foodies', más allá de alertarles para evitar que en las fotos salgan comensales de otras mesas. "Soy muy de prohibido prohibir", arguye. A lo sumo, se aventura a trasladar una sugerencia a los clientes: "¡Hay a quien, de tanto buscar el mejor ángulo para la foto, se le acaba enfriando la comida!".
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