Cólico en el fin del mundo

<img height="60" alt="" width="650" src="http://especiales.elperiodico.com/graficosEEPI/cas/logomalaspina653CAS.jpg"/>

 

EXPEDICIÓN MALASPINA / 14 de febrero del 2011

El alférez enfermero Antonio García (izquierda) y el comandante médico Mateo Ruiz, en la enfermería del 'Hespérides'.

El alférez enfermero Antonio García (izquierda) y el comandante médico Mateo Ruiz, en la enfermería del 'Hespérides'. / periodico

LUIS MAURI / Enviado especial a bordo del 'Hespérides'

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

Con la de días que tiene el año, el riñón izquierdo del expedicionario M. escogió los últimos de febrero para despedirse, con gran dolor, de un cálculo. Esto no tendría nada de particular, si no fuera porque esos días M. estaba embarcado en el buque de investigación oceanográfica Hespérides. En medio del océano Índico sur. A mitad de travesía entre África y Australia. Fuera de cualquier ruta marítima. A 10 días de navegación del puerto más cercano. En el fin del mundo.

La noche que advirtió los primeros síntomas del advenimiento del cólico nefrítico, M. maldijo su suerte. Justo acababa de leer en internet una crónica de este blog, titulada En medio de la nada: "Muy lejos ya de las costas africanas de las que zarpó y aún más de las australianas a las que se dirige, el Hespérides navega en medio de la nada. Solo agua, agua y más agua. En la última semana, el radar solo ha detectado un par de mercantes. El aislamiento será mayor en los próximos días, cuando dentro de un círculo de 3.200 millas (6.000 kilómetros) de diámetro, con el Hespérides en el centro, solo habrá dos diminutas islas francesas. Una alberga una pequeña base, la otra está deshabitada. Hay que cruzar los dedos: este no es un buen lugar para accidentes ni urgencias sanitarias".

¡Vaya texto premonitorio!

M. no era un experto en cólicos nefríticos. Esta era su segunda vez. La primera, un año antes, acudió de urgencia a un hospital de su ciudad, donde le radiografiaron, ecografiaron y escanearon los riñones y lo mantuvieron ingresado y medicado por vía intravenosa hasta que, 10 o 12 horas más tarde, el cólico terminó. No era veterano en estas lides, pero sí había oído historias de conocidos sobre cálculos que se atascan en el uréter, en el tránsito desde el riñón hacia la vejiga, bloquean la función renal y pueden llegar a hacer necesaria una intervención quirúrgica de urgencia.

M. no conocía con detalle los recursos diagnósticos y terapéuticos del servicio médico del buque, pero no hacía falta ser un experto para deducir que ni los escáneres ni la cirugía figuraban en el catálogo sanitario de a bordo. El barco lleva una pequeña UCI móvil para estabilizar a un enfermo o un accidentado de gravedad hasta que pueda ser evacuado en helicóptero, a otro barco o en puerto. Pero, llegado el caso, en el lugar donde se hallaba el buque no sería posible una evacuación de urgencia: el Hespérides estaba fuera de las rutas marítimas y del radio de acción de los helicópteros.

El equipo sanitario de a bordo, el comandante médico, Mateo Ruiz, jienense de 45 años, y el alférez enfermero, Antonio García Avilés, murciano de 37, confirmaron la sospecha de M. Pero la profesionalidad, la seguridad, la afabilidad y la atención extrema de ambos militares tranquilizaron e infundieron de inmediato confianza al paciente. M. se sentía en buenas manos.

Mientras García analizaba la orina de M., Ruiz interrogó al paciente, evaluó los síntomas y prescribió medicación: antibiótico, antiinflamatorio, un fármaco para evitar la contracción del uréter y facilitar el tránsito del cálculo, analgésico, protector gástrico, mucha agua y control estricto de la función diurética. "Anota en un papel la cantidad de líquido que ingieres y la que orinas. Lo más importante es que el cálculo no se atasque y que el riñón no se bloquee", informó el comandante médico al paciente. "Creo que este tratamiento oral será suficiente. Si no fuera así, no te preocupes; tenemos más recursos terapéuticos, suero intravenoso para forzar la diuresis y analgésicos más potentes. No es problema que el cólico dure más o menos días, siempre que no se bloquee la función renal".

En buenas manos

Médico y enfermero se convirtieron en las sombras de M. Por la mañana, lo examinaban en la enfermería. Por la tarde y la noche lo buscaban en su camarote o en la cámara común para interesarse por la progresión del cólico. Si no daban con él, le mandaban recado con algún expedicionario por pasillos, laboratorios, cámaras y recovecos del barco. Bien es cierto que, aparte de un par de dedos fracturados en sendos accidentes, alguna contractura muscular y alguna jaqueca, el médico y el enfermero no tenían nada más que hacer en todo el día. Afortunadamente. Pero la calidez humana y la generosidad con las que atendían al paciente estaban muy por encima del baremo que M. consideraba exigible o razonable.

El fín del cólico coincidió con la primera comida en cubierta de la etapa Ciudad del Cabo-Perth de la Expedición Malaspina, el último día de febrero. Mesas tendidas al sol y pica-pica en pie para científicos y militares. ¡Y cerveza de barril! Desembarazado por fin del dolor y con un vaso de cerveza fría y bien tirada en la mano, M. se sentía liviano, optimista, feliz.

--Me alegro mucho de verte restablecido -oyó a su espalda.

Era el alférez García, el enfermero, quien sin esperar respuesta agregó:

--Esa caña puedes tomártela, pero no más. Por el riñón y por la medicación.

M. sonrió y se felicitó en silencio por los ángeles de la guarda que le habían tocado en suerte en medio del Índico.

Nota del Autor: Llegados a este punto, el periodista considera necesario desvelar la identidad de M., en aras de la tranquilidad de los familiares y amigos de los expedicionarios que pudieran leer esta crónica. M. es el autor de este blog.