Gente corriente

Antonio Cabezas: "El faro de Buda era como nuestra propia torre Eiffel"

El niño del faro. Es el único superviviente de la última familia que habitó el mítico faro de Buda, en el delta del Ebro.

GEMMA TRAMULLAS

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Todo empezó cuando Manolita, la pequeña de cinco hermanos, quiso recuperar la memoria de una infancia única que transcurrió en varios faros de la Península y el norte de África a donde su padre, Alfredo Cabezas, fue destinado como miembro del cuerpo de torreros de faro. La hija de Manolita, Helena, recopiló la extensa documentación de una historia que sedujo al inquieto Mario Pons y acabó convirtiéndose en el cortometraje La filla del farer (Sègula Films). Manolita falleció y el único testigo vivo es ahora su hermano Antonio, de 91 años, quien desde su casa en Vilanova i la Geltrú relata sus vivencias en el mítico faro de la isla de Buda, en el delta del Ebro, algunas de cuyas imágenes aparecen en el vídeo de Los Sirgadors que acompaña la entrevista y que también está en Youtube.

-¿Siempre ha vivido cerca del mar?

 

-¡Nací junto al mar! Concretamente en el faro de Punta Almina, en Ceuta. Más tarde nos trasladamos al peñón Vélez de la Gomera, un enclave militar español en el norte de África, donde aprendí a leer y a escribir. En 1935 llegamos al faro de la isla de Buda.

-El delta del Ebro debía ser un paraíso.

-El faro estaba en un lugar aislado al que solo se podía acceder en barca. Por las mañanas mi padre nos daba clase a mi hermana Manolita y a mí y luego íbamos a pescar o a cazar. Teníamos un huerto con unas sandías deliciosas, cabras, gallinas y nos dábamos hartones de pescado, angulas, ancas de rana y carne de pato. Una vez por semana un barquero nos traía el TBO y Flash Gordon.

-¿Nunca se sintió solo?

 

-¡Qué va! El de Buda era el faro de estructura metálica más alto y era como nuestra propia torre Eiffel. La gente venía a verlo y yo les guiaba por la escalera de caracol hasta la linterna, que estaba a 51 metros de altura. Me daban 10 o 15 céntimos de propina, ¡una fortuna para mí!  Con 25 céntimos podía comprarme caramelos, un mantecado e ir al cine a ver El llanero solitario.

-Parece una infancia idílica.

 

-En el faro he pasado los mejores y los peores años de mi vida, porque que un día te levanten de la cama y veas arder tu casa...

-¿Qué ocurrió?

-En vísperas de la batalla del Ebro, el oficial Enrique Líster del Estado Mayor republicano ordenó destruir el faro para que no cayera en manos nacionales. El 21 de abril de 1938 le prendieron fuego. Había tanta madera que al cabo de cuatro días nadie podía acercarse del calor que desprendía. Pero el faro aguantó. Luego le pusieron una carga de dinamita y ni así lograron derribarlo.

-Solo el mar pudo con él.

-El mar tomó lo que era suyo. La construcción de pantanos y centrales eléctricas provocó el retroceso del delta y el faro quedó dentro del mar. Se hundió durante un temporal, en 1961. Hay gente que asegura que oyó el ruido de la estructura, que pesaba 187 toneladas, precipitándose al mar. Hoy en día el faro está a 4 kilómetros de la costa, hundido a 10 metros de profundidad.

-¿A dónde fueron tras la quema?

 

-Al faro de Montjuïc y después al de Vilanova [en la foto]. Durante la depuración franquista, y a pesar de que había quedado probado que mi padre no pudo salvar el faro de Buda, lo castigaron rebajándole de categoría y sueldo. No pudo seguir manteniéndonos y tuve que ponerme a trabajar.

-¿En algo relacionado con el mar?

 

-No. Me encantaba el oficio de mi padre y alguna vez me había encargado yo de encender el faro, pero tuve que coger un trabajo de oficina. En 1942 entré en la banca.

-Del faro a la banca. ¡Qué depresión!

 

-Sí, pero teníamos que comer. Mi padre siguió en su oficio. Murió en 1945, mientras estaba de servicio en el faro de Sant Carles de la Ràpita.