La agricultura social eclosiona en Catalunya como motor de empleo

A primera vista, no parece guardar ningún secreto. Se antoja el remedio más viejo del mundo: el regreso a la tierra. A los orígenes. Y tal vez lo es. Viejo o innovador, el fenómeno de recuperar las zonas de cultivo toma cada día más fuerza en varios países de Europa y está eclosionando en Catalunya, según documenta un trabajo elaborado por investigadores de la UAB que cartografía por primera vez el impacto de esta actividad emergente, bautizada como agricultura social. Los objetivos que persigue son básicamente dos: por un lado, frenar el devastador abandono del campo y, por el otro, y ahí la clave de su éxito, crear puestos de trabajo que ayuden a la  integración sociolaboral de los colectivos en riesgo de exclusión, uno de los que más están sufriendo la embestida de la crisis, dados los recortes en ayudas sociales y en subvenciones a entidades del tercer sector, que han encontrado en esta actividad una vía para intentar salir adelante.

En Catalunya, según el citado estudio, desarrollado conjuntamente con la Fundación Cedricat y dirigido por el catedrático Antoni F. Tulla, se han identificado 99 experiencias de este tipo en las que trabajan 2.257 personas: 57 de estas iniciativas son empresas dedicadas a la jardinería y 42 son estrictamente de la agricultura social. De estas últimas, muchas provienen también de la jardinería. Tenían formación en ese campo y se han ido reconvirtiendo, también por la crisis (que invita más a sembrar patatas que orquídeas).

La agricultura social es, según define el citado estudio -enmarcado en el programa de investigación de excelencia RecerCaixa, que impulsan conjuntamente la Associació Catalana d'Universitats Públiques (ACUP) y la Obra Social La Caixa-, «toda actividad económicamente sostenible dirigida a la reintegración social, la formación y la rehabilitación de personas desfavorecidas a través del trabajo en el campo o de sus derivados». En esos derivados hay muchísimo camino por recorrer: desde vinos hasta cestas ecológicas.

El crecimiento de experiencias de ese tipo, impulsadas en su gran mayoría por entidades del tercer sector, se ha dado en Catalunya de una forma muy atomizada y heterogénea, a diferencia de otros países, como Italia, Bélgica, Holanda, Alemania y Francia, donde esta práctica, más arraigada, cuenta con un importante apoyo institucional, y donde estas iniciativas trabajan en red, ayudándose las unas a las otras, compartiendo éxitos y fracasos.

PROGRAMAS DE FORMACIÓN / Pese a su auge, este tipo de agricultura representa todavía menos del 1% del total de las explotaciones agrarias de la Unión Europea, por lo que el Comité Económico y Social Europeo ha emitido recientemente un dictamen en el que destaca la necesidad de incrementar el reconocimiento de esta actividad, crear un marco reglamentario y favorecer su inclusión en los programas de formación, algo en lo que coinciden sus impulsores en Catalunya, quienes se sienten todavía muy desprotegidos.

En este sentido, el catedrático Antoni F. Tulla indica que la elaboración de un marco jurídico o normativo propio y consensuado con los agentes del sector es una estrategia de apoyo que permitiría el crecimiento del sector en Catalunya para contribuir al desarrollo local, la cohesión social y la integración de otros colectivos en riesgo de exclusión, como drogodependientes y parados de larga duración.

Además, el estudio concluye que se deberían crear bancos de tierras para que los promotores de iniciativas de este tipo y los agricultores que también quieran impulsarlas puedan hacerlo sin que ello suponga un desembolso extraordinario, dada la fragilidad en la que se encuentran actualmente las entidades del tercer sector, no solo debido a la crisis, sino también a los recortes de las subvenciones y los problemas con los que se encuentran para cobrar de las administraciones públicas.