La cueva del pirata
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EXPEDICIÓN MALASPINA / 19 de febrero del 2011
Los científicos embarcados en la Expedición Malaspina disponen de muy escasas oportunidades para relajarse y hacer vida social
Hay un estereotipo popular que presenta a los científicos como personas absortas herméticamente en sus investigaciones, ajenas al devenir cotidiano de su alrededor, impermeables a cualquier otra pulsión o emoción humana que no sea la búsqueda ansiosa del conocimiento. Como todos los estereotipos, este ni se ajusta a la realidad, ni es por completo ajeno a ella.
Como ya ha quedado consignado en este blog, la treintena de biólogos, oceanógrafos, físicos y ambientólogos que surcan las aguas del Índico a bordo del Hespérides trabajan en jornadas extenuantes de 12, 14, 16 y, en algunos casos, más horas. Las pausas son mínimas: un café sorbido en pie junto a la cafetera-sírvase-usted-mismo, un cigarrillo apurado en 10 caladas en la cubierta de chigres y aplastada luego la colilla en una lata vieja, un refresco o una cerveza con un trozo de queso, un puñado de cacahuetes o una galleta antes de caer rendidos (o rendidos y además mareados por el oleaje) en la litera.
Pero hay momentos en que la tensión y el agotamiento requieren algo más que dormir para lograr el descanso. Entonces, una noche, como la de ayer, viernes, la sala común aparece más concurrida de lo que es habitual. Nadie ha hecho ninguna convocatoria, la reunión surge de manera improvisada. Uno ofrece una piña. Otra pone queso y uvas. Un tercero aporta una botella de vino. Alguien más cuece palomitas de maíz en el microondas. Un grupo de militares se suma a la reunión. Uno de ellos empuña una guitarra. La gente se relaja. Por primera vez en toda la semana se escuchan conversaciones ajenas al estudio de los océanos, y las piernas y algunas nucas rubrican el ritmo de la guitarra y del regaeton enlatado que sonará después. La cháchara se pierde en la noche.
Una cápsula de vida social y, a la mañana siguiente, bien temprano como de costumbre, vuelta al trabajo. Un rato de esparcimiento que no ha sido ni un pálido reflejo de las legendarias veladas en La Cueva del Pirata que relatan los veteranos del Hespérides. Por ese nombre de ecos stevensonianos se conoce una cámara ubicada en la cubierta inferior del buque, debajo de la línea de flotación. Es un habitáculo minúsculo, hermético, claustrofóbico, que antaño había dado cobijo a reuniones más concurridas que el camarote de los hermanos Marx. Eran otros tiempos. Estos días, en el Hespérides, de La Cueva del Pirata solo queda una vieja bruma en la memoria.
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