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EXPEDICIÓN MALASPINA / 13 de febrero del 2011
El domingo problemático va desgranando lentamente las horas. Como cada día desde hoy, sobre las cuatro de la mañana, al llegar a la estación o lugar de muestreo, el Hespérides se detiene y queda al pairo, mecido por la mar, mientras los científicos extraen agua, la embotellan, clasifican y preparan. Está previsto que estas paradas duren hasta las dos o las tres de la tarde, pero la avería en el chigre del rosetón hoy retrasa las operaciones e imprime una huella de inquietud en la mirada de los investigadores. Hay averías y averías, pero no poder disponer del rosetón sería una auténtica calamidad.
Hay inquietud, aunque no desesperación. Al menos, aparentemente. Gerardo Casas, gallego de 51 años y técnico del Instituto Español de Oceanografía, no se pone nervioso. Con el aplomo que le brinda la experiencia, sentencia que es normal que las averías aparezcan al comienzo de la expedición. "Estas máquinas están sometidas a un estrés bestial. Imagínate la presión que soportan a 4.000 metros de profundidad. Cuando se dejan reposar unos días, al reactivarlas surgen problemas. Nada que no pueda solucionarse”.
El jefe científico de la misión, Jordi Dachs, está disgustado por el contratiempo, pero no se arredra: “No hay plan B. Solo hay una opción: o arreglamos el chigre o lo arreglamos”. Así será. Por la tarde, los técnicos de la Unidad de Tecnología Marina, los uteemes en el argot de a bordo, dan con el fallo. Una válvula que fue cambiada días atrás, en la etapa precedente de la Expedición Malaspina (Río de Janeiro-Ciudad del Cabo) es la causante de la avería. La reponen y prueban a bajar al fondo del océano varios bloques de cemento con el chigre del rosetón. ¡Resiste!
Los demás problemas, menores, también van solventándose. El apagón del laboratorio no había sido más que la consecuencia de una sobrecarga: demasiados aparatos enchufados al mismo tiempo. Lo que cegaba el equipo fotográfico de alta precisión era un simple plástico de protección de la óptica. En cuanto al regulador termostático de la bañera de zooplancton, el uteeme asegura que en cuanto esté completamente seco, volverá a funcionar.
El domingo termina en el Hespérides mejor que empezó. Un domingo que no se diferenciará en nada de los próximos 28 días: jornadas de trabajo que empiezan a las cuatro de la mañana y, para muchos, no terminan antes de las nueve de la noche. Sí, sí que hay una diferencia dominical: churros con chocolate para desayunar y una botella de tinto de Rioja por cada mesa para comer. ¡Un crucero de placer!
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