Los nuevos microcosmos urbanos

La vida cambia, cambia la calle

Las transformaciones en una ciudad como Barcelona reflejan la heterogeneidad y diversidad del siglo XXI

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JOAN SUBIRATS

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Hace unos 30 años me mudé a la casa donde ahora vivo. A lo largo de estos años el trozo de calle en el que vivo ha cambiado enormemente. Son apenas 30 metros entre la esquina del lado mar y la placita situada en la parte montaña. En ese tramo, cuando llegamos, convivían en una lado un concesionario de coches, una tienda medio ferretería, una guardería privada, un taller de reparación de automóviles, una pescadería, la oficina de un gestor, una pequeña fábrica de hierro y metal vinculada a la construcción, una oficina de viajes especializada en Austria, y un bar regentado por dos socios procedentes de Castilla-León.

En el otro lado de la calle teníamos una peluquería, un cerrajero, un bar de copas muy frecuentado por amantes de las Harley Davidson, un taller de joyería, un tostadero de café, un centro de acogida de personas con síndrome de Down, un pequeño taller mecánico y una sucursal de una caja de ahorros. Poco a poco se han ido cerrando comercios o locales y abriéndose otros. Algunos han sido perecederos, otros más resistentes. En fin, un pequeño microcosmos cambiante, como tantos otros en esta Barcelona de hoy, distinta y similar a la de hace 30 años. Pero el balance es de cambio generalizado. ¿En que sentido?

COLMADO DE URGENCIAS

Donde se vendían coches, ahora hay una escuela de tai-chi muy activa y con muchas personas mayores frecuentándola. La pescadería ha ido cambiando de responsables, pero resiste dignamente. La mezcla de ferretería y menaje es hoy un colmado regentado por un paquistaní que con su horario de 7 a 23 nos salva muchas veces de necesidades de última hora. La guardería es ahora una casa privada más. 

El taller de coches ha cerrado y sigue sin actividad. En el lugar del gestor hay una asociación de profesionales del psicoanálisis donde realizan actividades de formación y pequeños seminarios. La pequeña fábrica de metal está en obras sin que sepamos aún su destino. La agencia de viajes ha cerrado y el bar está ahora regentado por una familia china que abriendo sábados y domingos, ha convertido su terraza en lugar de encuentro intergeneracional de vecinos, jóvenes, jubilados y turistas.

En la otra acera, resiste la peluquera, pero el cerrajero ha dejado paso a una pequeña escuela de pintura y de terapia artística. El bar de copas de moteros es hoy un espacio muy distinto, dedicado a actividades de conciencia, meditación y espiritualidad. El tostadero de café alberga una comunidad de crianza compartida, en la que padres y madres cooperan en actividades de cuidado y atención a sus hijos e hijas con ayuda de personal especializado.

El taller de joyería cerró. El lugar que acogía a personas con discapacidad mental es hoy un centro de día para ancianos. El taller ha pasado a ser una oficina de una empresa de seguridad y la sucursal de la caja, que había sido antaño lechería, es hoy un apartamento en planta baja.

JERSEIS Y LECHE

Es muy probable que cambios de este tipo se hayan dado en muchos lugares de la ciudad. En otros, de mayor centralidad turística, los cambios han provocado muchas veces la sustitución de tiendas y actividades necesarias para la vida cotidiana por comercios dedicados de manera prioritaria a los visitantes, siendo más fácil comprar un jersey de moda que una botella de leche.

En el microcosmos más cercano a mi casa, el cambio en las plantas bajas denota un mayor interés por el cuidado personal, por el de los mayores y la infancia y por el equilibrio psicológico, con unas actividades que compensen tensiones, ausencias o necesidades afectivas. La llegada de personas de fuera para regentar comercios o bares ha ampliado horarios y permite atender mejor las necesidades cotidianas que las dinámicas ocupacionales actuales, más precarias y poco regulares, han provocado.

En 30 años tenemos más esperanza de vida, menos núcleos familiares extensos, más inestabilidad laboral, menos regularidad y estabilidad en el tipo de actividad y en la red de relaciones personales. Más necesidades de flexibilidad en los espacios de cuidado. Más tensiones mentales y psicológicas. Menos comercio pequeño y menos talleres de proximidad.

Mi madre, me decía pocos años antes de morir: «Desde que hay gente tan rara, pasan cosas muy extrañas». He pensado mucho en esa frase, ya que detrás de su aparente simplicidad esconde toda una descripción de la heterogeneidad y diversidad como aspecto central de este siglo XXI. Mi madre no se refería solo a los venidos de fuera, sino a los nacidos aquí, ya que unos y otros han tenido que enfrentarse a exigencias personales derivadas de la pérdida de referentes y de discontinuidades en la esfera laboral, familiar o vital.

Las calles cambian de fisonomía, porque cambian sus gentes y sus necesidades. Pero también porque cambia el mundo y cambia la ciudad.