MI HERMOSA LAVANDERÍA
Una mala paella
Isabel Coixet
Directora de cine
Isabel Coixet
Una buena paella es probablemente una de las cosas más difíciles de hacer del mundo. Cada persona tiene su receta; cada familia, su secreto. Unos le ponen pimiento morrón y costilla de cerdo. Otros, conejo y caracoles. Hay regiones donde reina la alcachofa y la guindilla. La red está llena de fotografías de paellas espantosas: con queso, con huevos fritos, con colorante azul (paella pitufo) y hasta con salsa rosa. Hay algo prodigiosamente reconfortante en los anuncios escritos a mano en algunos restaurantes de barrio: "Los jueves, paella". Hay personas que nunca comen paella por la noche porque dicen que es pesada de digerir... A mí me gusta más hacer paella que comerla: ir al mercado, escoger las gambas... freír después trocitos de pollo y pimiento. Pongo todos los elementos en el mármol de la cocina en orden de aparición y procedo. Reconozco que uso caldo de pescado de 'brick', nadie es perfecto, aunque no descarto algún día hacer mi propio 'fumet' (eso serían palabras mayores).
Un domingo de agosto decidí hacer una paella para unos cuantos amigos que pasaban las vacaciones en casa. Solamente uno de ellos venía en moto desde un pueblo, a unos 50 kilómetros. Lo tenía todo comprado de antemano, así que le dije al de la moto que llamara cuando estuviera a punto de llegar, para poder calcular el tiempo de echar el arroz. El de la moto dijo que vale, que llegaría a eso de las dos, pero que llamaría cuando estuviera a 10 minutos de casa. Empecé con los prolegómenos de la paella. Eran las tres de la tarde y ni una llamada ni un mensaje. Y tampoco contestaba a los nuestros. Los amigos empezaron a abrir botellas de vino y a picar todo lo que había en casa, sin atender a mis protestas porque luego no tendrían hambre para la paella. A las cuatro, aún nada. ¿Qué hacer? ¿Esperar? ¿Echar el arroz? ¿Pasar de él?
Las patatas fritas, las aceitunas y el fuet ya habían volado, aunque vino quedaba. Nos empezamos a preocupar de verdad. El de la moto es de esas personas absolutamente fiables que si dicen que vienen, vienen. Las teorías oscilaban entre un rapto extraterrestre, un rapto por parte de una pandilla de inglesas desaforadas y un rapto por una secta de iluminados. Finalmente, a las cinco y media, recibimos un mensaje: "Se me ha estropeado la moto. La he tenido que dejar en un descampado y no llevaba teléfono ni tarjetas ni dinero, así que he tenido que volver a casa, pero antes he caminado 10 kilómetros bajo el sol hasta que alguien me ha recogido. Ha sido horroroso. Lo sientoooo. Comed la paella sin mi". (Aquí el emoticono desesperado). Para entonces, eran ya las seis de la tarde y los tropezones de la paella tenían una pinta muy triste. Como la única persona que no había bebido era yo, decidí coger el coche e ir a buscar a nuestro amigo.
Nos sentamos a las diez de la noche a comer la paella. No, no salió buena. Fue la peor que he hecho en mi vida. Afortunadamente, todos estaban tan hambrientos (y bebidos) que les supo a gloria. Y el de la moto se pudo olvidar de su día de mierda.
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