Un tsunami en la memoria

RAFAEL VILASANJUAN

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En las primeras horas la tragedia ya se percibía enorme. Miles de personas literalmente engullidas por olas apocalípticas. Mientras las organizaciones internacionales apuraban su logística, el espectáculo ya se había trasformado en drama. En las siguientes semanas acabaría de redondearse una cifra de muertes abrumadora: mas de 220.000. Una década después, el tsunami que arrasó las costas del Océano Índico, desde Indonesia a las playas de Tamil Nadu en India, sigue en el recuerdo como la mayor catástrofe natural que hemos vivido.

Los que trabajamos en organizaciones humanitarias empezamos a comprobar que la respuesta no era similar a nada de lo que habíamos conocido antes. Estábamos frente a una marea solidaria de proporciones tan inmensas como la que arrasó las costas, la respuesta mas generosa e inmediata de la historia.

Los locales que habían logrado escapar a la columna de agua empezaron a proporcionar auxilio. Luego, con los recursos, llegaron en manada las organizaciones internacionales. No hubo límite económico. En muy poco tiempo se lograron recaudar muchos más fondos de los esperados.

Inmediatamente llegó también el caos, el colapso de trasporte y aeropuertos con material que no era de primera necesidad. Algunas organizaciones bajo presión pensaban más en cómo gastar los fondos rápidamente que en hacerlo adecuadamente. Al principio el vértigo era enorme, pero se superó la primera fase de dar refugio, comida y atender a las víctimas que no se había llevado la marea. Aunque la operación pudo ser significativamente mejor, vista diez años después la respuesta al tsunami fue un éxito.

No solo fue el compromiso global, el tsunami ha dejado también un legado inesperado en el epicentro de la marea. En Aceh, una provincia rica en recursos donde rebeldes separatistas llevaban años luchando por la independencia de Indonesia, la prioridad para reconstruir la zona mas devastada forzó la tregua. Nuevas carreteras, hospitales, escuelas y mas de 150.000 viviendas construidas, aprovechando los recursos internacionales, dejaron la guerra en el recuerdo, tanto que cuando se pregunta a la gente cuál fue el logro principal tras el tsunami todos coinciden en el acuerdo de paz.

Una lección para proyectarse en el presente. La respuesta a las consecuencias de una guerra es diferente, pero la solidaridad humana hacia las víctimas que necesitan auxilio no debería cuestionarse. Hoy el drama en Siria es también de proporciones mayores. El índice de mortalidad solo lo supera otro índice: el de brutalidad. No estamos hablando de un tsunami, pero sí de una marea humana de más de nueve millones de personas que deambulan sin hogar y van a pasar otro invierno a la intemperie. Como en el tsunami, el compromiso global es el primer paso para encontrar otras soluciones, pero si los resultados de aquella catástrofe hoy nos alivian, con una respuesta tan débil a este otro drama humano, la cuestión es si hemos aprendido algo o ha quedado solo en la memoria.